¿Quién sino un grupo de payasos se atreverían a poner en peligro sus vidas para desafiar a la imponente mar? El Navío De Los Ingenuos no es sólo la más simpática travesía en compañía de una tierna tripulación que se niega a darse por vencida, es un mástil ondeando una bandera de ilusión para que incluso los que han perdido las ganas de soñar la alcancen a ver y recuerden que alguna vez, tal vez niños, creyeron que podían con todo.
Los clowns a bordo del Navío de los Ingenuos no vienen a hacer payasadas. Hacen un poquito de eso, ahí donde nos toca reír y acordarnos que nada es para tanto, pero esta tripulación está dispuesta a dar la vida en una odisea que no es para cobardes con tal de entregar un mensaje de esperanza. Recordarnos que allá afuera siempre hay alguien dispuesto a batallar lo inbatallable, despegar los pies de la tierra segura y aventurarse donde sólo los que sueñan con derrotar las posibilidades se animan a aventurarse.

Y Aziz Gual (director y dramaturgo) se guarda cartas bajo la manga para hacerlo de manera furtiva. El escenario del Julio Castillo recibe al grupo de clowns frente a un telón negro jalando un carrito mientras llaman a “la mar”. Y rápidamente la escena se convierte en ésa que conocemos de payasos. Un abanico gigante hace soplar el suficiente viento para hacer arrancar el carrito atascado, y los payasos que se han dedicado a soplar con todas sus fuerzas consiguen su primera victoria. Una que no preveé lo que se avecina.

Porque en cuanto el grupo sale entre piernas, el telón negro se levanta para develar una escenografía magnífica, de ésas capaces de robarte el aliento. Un barco gigantesco al fondo con mástiles que se alzan al techo, velas y cuerdas que te transportan al más intimidante océano, y un globo como una luna más al fondo vigilándolo todo, prendido a momentos por luces y proyecciones que le dan una sensación francamente mística.

Y desde ese segundo los visuales preciosos no dejan de llegar. Pelotas que hacen las veces quizá de espuma, quizá de burbujas; un rugiente mar cuyas olas amenazan con tragarse a los ingenuos hecho de tela que brilla con las luces cian y magenta del teatro; unos fantasmas enmascarados que recuerdan a aquellos perdidos en la aventura, y medusas que flotan rodeando a un barquito de papel perdido en la inmensidad más aterrorizante. El Navío De Los Ingenuos se come con los ojos, aún si se degusta con la risa, y se digiere con la reflexión.

El proyecto, creado originalmente como trabajo final de la generación 2020 del CUT, y que ya se ha hecho acreedor de premios en el extranjero, y presentado en el FITU, funciona como una serie de viñetas, en las que acompañamos a un grupo de ocho clowns a enfrentar los goces y retos de un barco que surca el mar para enfrentarse con tesoros perdidos, capitanes confundidos, sirenas, amores no correspondidos, batallas con enemigos armados y hasta ropa por lavar que provoca una de las escenas más divertidas e hilarantes de la puesta con una guerra de trapos mojados.

El Navío De Los Ingenuos es una mirada a la resiliencia desde la ingenuidad del clown. De ahí su nombre. “Ingenuos”, porque no pueden sino serlo para salir a la hostilidad donde lo tienen todo en contra en nombre de no dejar de intentarlo. Y su mensaje es hermoso. Aún cuando es verdad que la obra tiene mucho de poético, un lenguaje rebuscado, y un ritmo que se toma muchos respiros para abordarse sin prisa, que pudiera no ser el que mantiene a los más pequeños al filo del asiento, y que para una obra dirigida a infancias pudiera resultar quizá demasiado madura en una lectura a la que difícilmente podemos llamarle pueril.

Obviando que tal vez somos los adultos los que salimos de la obra con lágrimas en los ojos y sonrisas en las caras, más que tal vez otras audiencias, admiro el que en El Navío De Los Ingenuos no se le huya a hablar de la muerte y retratarla de forma elegante pero sin tanto eufemismo en realidad. De la batalla. De la pérdida de ímpetu. De los que se fueron y los que se quedan a los que les toca seguir. Y todo eso con la simpatía tierna y carismática del clown, que le da peso al mensaje pero ligereza a la forma.

Un montaje que todo el tiempo se esfuerza por sorprender. Desde el colorido de su iluminación que rebota con los objetos de utilería para cambiar de color, a la música que en vivo va llenando de potencia el impulso de la tripulación ingenua, hasta el uso de la magna escenografía que sí, se vuelve más preciosa cuando los payasos suben al barco para tomar posiciones, y a cada uno de los instantes de absoluta entrega a la simpleza. Una obra con la capacidad de llevarte a un viaje impensable desde la seguridad de tu butaca, pero animándote a salir de ella y comerte al mundo.