Un descuidado nuevo musical original mexicano con ideas que parecen derivar de otros en la cartelera, una narrativa que no encuentra su paso o razón de ser, y un elenco notoriamente conflictuado en escena al que el canto y baile se les escapan de las manos y la dirección los abandona, en una propuesta que, de forma irónica, no pareciera haberse tomado el tiempo para trabajarse lo suficiente. Time, el Musical llega a Foro Sylvia Pasquel como pastel al que sacaron del horno muchísimo antes de que se pudiera terminar de cocer.
Me parece curioso que en una obra llamada Time, el musical, nada pareciera darse el tiempo necesario para realmente suceder. Empezando, sí, por el proyecto como un todo que se percibe verde e inmaduro y lejos de estar listo para la profesionalización, pero acotando más específicamente a la dramaturgia que insiste en querer tomar atajos para saltarse el proceso de realmente escribir una historia y personajes completos que se ganen lo que viene para ellos a partir de un desarrollo cimentado. En Time, el Musical, la mayor parte de lo que sucede en escena es enteramente gratuito y sólo escalones para que su escritor, André Santaella (también director, director vocal, coreógrafo y productor) se apresure a llegar sólo a las partes que le emocionan aún cuando no tengan mucho sentido sin el resto del trayecto.

Pero el problema en realidad empieza en concepto. Un musical que presume girar en torno al significado y movimiento del tiempo, donde el tiempo realmente no juega más que un papel muy menor. Porque sí, al inicio de la obra hay un viaje en el tiempo (ya entraré en detalles), pero fuera de ese detonante, André Santaella insiste en confundir el tiempo con otros conceptos más precisos como «felicidad» o «amor». Incluso cuando lleva a su protagonista a culpar al tiempo por su fallida relación y hacerlo pasar como algo que todos hacemos, es difícil no cuestionar si en verdad alguien culparía específicamente al tiempo por un desamor, antes que a otras tantísimas cosas.
Da la sensación de que alguien descubrió al personaje de L’Amore en Siete Veces Adiós y quiso replicarlo bajo otro abstracto humanizado, sin tener muy claro para qué lo necesitaría en primera instancia. Pero dada la elección uno esperaría que a Aly, la protagonista de esta historia, el tiempo le afectara de algún modo. ¿Tal vez se le está acabando porque tiene une enfermedad terminal o un cambio de vida irremediable? ¿Tal vez, como Cenicienta, tiene el tiempo en su contra porque a la medianoche se le acaba la magia? ¿Tal vez ella misma puede manipularlo y haciéndolo repetidamente durante el transcurso de la historia se da cuenta que no importa cuánto intente acelerar, pausar o detener el tiempo, el resultado siempre va a ser el mismo?

Pero no. Aly sólo viaja al pasado de manera azarosa para repetir nuevamente una relación amorosa que ya había vivido. Y más importante aún, sin aprender mucho en el proceso, porque como vamos descubriendo, Aly en realidad no tiene nada que aprender. Todo le sucede, nada lo decide, poco lo transforma. De modo que nuestra protagonista empieza y termina la historia parada en un lugar muy similar al que empezó. Tal vez aprende a poder leer red flags a tiempo, que es algo que bien nos vendría a todos, pero fuera de eso no transita ningún arco dramático que provoque otro tipo de crecimiento más fundamental, y más importante aún, que logre crear tensión o urgencia en la trama.
Pero vámonos por partes. Al inicio el musical nos presenta a un personaje que fungirá como una especie de Gato Cheshire durante toda la obra: Time. El tiempo vestido como Willy Wonka que de manera completamente críptica elige a Aly como caso pro bono. Presuntamente la encuentra llorando en un aeropuerto, aunque en realidad jamás vemos a la actriz llorar, aún cuando las lágrimas son tópico de conversación constante, y se decide a ayudarla. Aly, por su parte viene saliendo de la boda de su ex mejor amiga con su ex novio, y ha decidido huir. Su «I want song» está dedicada a que quiere viajar, volar, escapar, aunque luego la trama no explora ninguna de esas ideas.

Time le propone un plan: regresar a cualquier momento de su propia historia para ver si puede cambiar los resultados, y de manera inconcebible, Aly decide regresar al momento en el que conoce a Tom en una cafetería, aún cuando sus problemas con él empiezan mucho después, ella pareciera que quiere revivir cada instante incluso los que no necesitan arreglo. Y he ahí el siguiente problema de un texto que le huye al conflicto. Aly viaja en el tiempo, pero nunca realmente frente a nuestros ojos cambia nada de lo sucedido anteriormente. No sabemos si está volviendo a vivir su relación tal cual lo hizo la primera vez o qué le pudo pasar antes que deba ser su foco de atención a mejorar. Las escenas suceden como si las estuviera viviendo por primera vez sin jamás hacer referencia a lo antes sucedido ni al por qué pudieran ser un foco rojo.

Repito, el tiempo no está del todo trabajado dentro del hilo de la historia. De modo que es difícil ubicar por qué Aly sintió la necesidad de regresar al preciso instante en el que Tom la ve sentada sola en una mesa de cafetería y queda perdidamente enamorado al segundo sin siquiera haber tenido media conversación con ella. Él le pide sentarse en una silla y lo siguiente que sabemos están cantando y bailando una canción sobre las muchas ganas que tienen de besarse y estar juntos; la mejor amiga de Aly, Darla, le está diciendo que necesita un hombre como Tom en su vida, aunque nadie sabemos cómo es Tom porque nos lo acaban de presentar y de su boca apenas si ha salido medio diálogo, y Tom está cantando una dolida balada con un cenital de frente -su On My Own– sobre lo enormemente prendado que está de una mujer a la que… sólo le pidió sentarse en una silla.

Esta falta de precisión y construcción es la que más se repite en la dramaturgia de Time, el Musical. La primera vez que Tom se aparece en casa de Aly para llevarla a una primera cita, Darla (que también resulta ser su roomie) de manera sumamente intensa ya lo está cuestionando sobre si quiere tener hijos, cosa que pareciera que a él lo descoloca, pero muy prontamente descubrimos que no, que de algún modo en una plática de tres minutos, Tom ya también siente cosas por Darla. Y Tom nunca deja de presentarse como el precoz más grande en la historia del teatro musical porque en la misma primera cita, ya le está regalando su objeto más preciado, un reloj, una reliquia de su abuela a Aly. Sin conocerla. En la primera cita. Y osa usar la frase «En este tiempo que llevamos conociéndonos», que es alrededor de media hora.
La realidad es, toda esa primera parte es perfectamente borrable. No necesitamos regresar al segundo uno de la relación Aly y Tom porque lo que Time, el Musical realmente nos quiere contar es la manera en la que Darla se mete entre ellos para finalmente quedarse con el hombre. Cosa que fluiría de manera mucho más orgánica, si el viaje en el tiempo nos soltara en medio de una relación que ya existe y no está del todo bien parada en su centro, de modo que una supuesta mejor amiga puede encontrar espacio para separar a los dos amantes. Una solución sencilla para que el texto no se vea obligado a apresurar un enamoramiento que a todas luces se lee como parodia.

Y nuevamente, si Aly es perfecta y en realidad el único error que cometió fue no darse cuenta que Darla era la villana del cuento disfrazada de mejor amiga, y Tom un pelele, no tiene espacio para crecer. Se vuelve un personaje de mínima complejidad. La unidimensionalidad es algo que permea la historia, y las decisiones que intentan pasar por románticas pero caen en el abismo de lo ridículo no paran de llegar. Como el hecho de que Tom cita a Aly en un restaurante para una cena elegante de Año Nuevo y aprovecha las 12 campanadas para terminar la relación. No sin antes decirle que «no la quiere ilusionar». Pero habiéndola invitado al Año Nuevo más ilusionante de la historia. Y, no sólo eso, pero habiendo bailado con ella segundos antes de la manera más juguetona y amorosa sin sentido dramático.
Que si el mismo texto estuviera consciente de que está escribiendo al villano más cruel y maquiavélico posible, todo eso sería muy válido. El problema es que André dirige y escribe a Tom como un verdadero caballero noble que arranca suspiros, como si el personaje perteneciera a una comedia romántica y no a un thriller de terror psicológico. Un personaje con los pies enormemente despegados del piso que para el final está pidiendo regresar con Aly, cambiarse de nombre e irse vivir lejos, como si hubiera cometido el mayor de los crímenes irreparables, cuando en realidad no necesita ni cambiarse de nombre, ni mudarse de país… sólo separarse de Darla como adulto. E ir a terapia.

El score de Steve Jordan es simplemente confuso y difícil de apreciar. Por un lado porque el diseño de audio tiene la música sonando a todo volumen, mientras los actores se desgañitan para que podamos escucharlos, y las letras se pierden en el intento; y por el otro, porque las melodías no están detonadas por una historia que las merezca y todas acaban sonando genéricas y fuera de lugar, más pensadas porque «deben suceder en un musical» que porque tengan propósito autónomo.
Poco ayudadas, además, por un elenco (en mi función, Becca Quintero, Andoni Belausteguigoitia y Xenia Infante) de voces que aún requieren madurar para el arduo rigor del teatro musical, que aquí se escuchan gritadas, temblorosas y desafinadas, pudiera ser en gran medida por errores técnicos que -me imagino- no les están permitiendo escucharse desde el escenario. Alejandro García como Time es el único del ensamble con un respaldo vocal sólido, pero su caso termina por ser el contrario, las canciones le quedan chiquitas a una voz con mucho cuerpo y de preparación más clásica, que en un sonido balada pop salta como inadecuado.
Lo mismo termina por pasarle al montaje de las coreografías. Ninguna realmente tiene lugar dentro de la historia, y nuevamente parecieran suceder sólo porque «así se hace en los musicales». Nada las detona, nada las justifica. Y terminan por parecer demasiado grandes para las minúsculas situaciones. Quizá la única que podría tener mayor intención narrativa sucede durante la primera cita de Aly y Tom, pero los actores no fueron casteados como bailarines y termina por ser evidente al verlos seguir el trazo con muchísima tensión y poca fluidez que están incómodos, especialmente en las cargadas (nuevamente, que este musical no necesita pero las fuerza).

Y de algún modo, todo se resume a poca atención al detalle. Un montaje sumamente sucio y descuidado que tiene a Aly llegando al aeropuerto no con una maleta pero con una tote bag de mercado, a Aly y a Tom bebiendo Boing en copas de vino en la cena de Año Nuevo (que entiendo que Boing es patrocinador, pero esos cartones tienen tantas otras escenas donde pueden aparecer orgánicamente y terminan metidos donde menos hacen sentido), a todo mundo usando vestuarios demasiado chicos y entallados para ellos, a la escenografía mezclando cartones impresos con objetos reales sin intención de diseño, estilo o convención, y quizá la más incomprensible de todas, a Tom saliéndose de casa de Aly y Darla en calcetines, porque su director olvida vestirlo después de pararlo de la cama en pijama y sacarlo a la calle sin siquiera ponerle zapatos.

Time, el Musical está apresurado. Detrás de la siempre buena intención de crear nuevos productos musicales originales mexicanos para nuestro teatro, no se percibe el proceso de una creación con disciplina, sólo las ganas de tener algo en un escenario, y eso a veces no es suficiente. Y es una lástima. Porque es poca la gente que se anima a la monumental tarea de edificar un musical de cero y en un país que no la pone sencilla. Pero también es cierto que el público está primero. Y tal vez es justo porque este país no cuenta con la infraestructura que no atinamos con los procesos. Pero finalmente por algún se tiene que empezar. Y no es aquí. No es estrenando lo que aún le faltan quizá años para estar listo para estrenar de manera oficial. Porque presionar lo que tiene que ser cocinado a fuego lento y minucioso es condenarlo a desinflarse ante la vista de todos.
Time, el Musical se presenta los domingos a las 5pm en el Foro Sylvia Pasquel.