Una pomposa sátira basada en lo rimbombante de la palabra hablada, llegado el momento de encontrar humor en la comedia física o el enredo en su trama, Zanahorias permanece plana y unitonal en una farsa enorme, crítica y cerebral que definitivamente no destila las risas que promete su premisa. Pero el ojo queda convencido en un diseño de producción magnífico por donde se vea.
Del español Antonio Zancada, Zanahorias es de pronto más trabalenguas que comedia de Molière decadente. Y es que cada palabra del rebuscado texto está perfectamente pensada para la provocación de pretención, que es finalmente la zona arrogante donde habitan sus personajes. Pero la dirección de Nohemí Espinosa en esta masiva farsa nunca pareciera ponerse de acuerdo con lo hablado para entrar en una sintonía donde ambas se puedan complementar para engendrar comedia. De hecho, a momentos parecieran estar trabajando en contra.

Bienvenidos a Puritania. Un reino que Luis XV estaría feliz de habitar, de recargadísimos pero hermosos atuendos (cortesía de Mauricio Ascencio) y pelucas que son un reino por ellas mismas (cortesía de Mariana Gutiérrez). Donde el descaro es prácticamente moneda de cambio y las mujeres de alcurnia batallan por ver quién consigue ser la más depravada. Donde la palabra «pobre» provoca arcadas, pero las zanahorias, como alimento del más bajo rango, te hacen vomitar.
Ahí, el Rey ¡Oh! es continuamente vencido en casa de Madame del Sagrado Corazón en retos que implican un manejo poético e ingenioso del lenguaje por el Marqués de ¡Uff!, por cierto también su amante. Que no es el único que tiene porque a su vez, su otra amante, la Condesa de ¡Eh!, es desafiada en simultáneo, también en casa de Madame del Sagrado Corazón, a hacer gala de su depravación contra la Marquesa de ¡Ahh! y conseguir que su esposo, el Marqués de ¡Uff! coma zanahorias, antes de que ella logre que lo haga el Rey ¡Oh!

La sátira procede en el estilo de la comedia francesa, buscando la crítica a partir de personajes grandilocuentes e intercambios altisonantes, a momentos delinéandose hacia la pantomima británica, incluido el que el público se vuelve parte activa de la ficción en personajes que reconocen estar siendo vistos, y en el slapstick que sólo de pronto intenta encontrar. Que, en la Zanahorias de Nohemí Espinosa, no termina por conseguir una comedia física realmente graciosa que de algún modo desentona, y no de la forma en la que podría, con la irreverencia de la escena.
Es absolutamente de aplaudir el mero hecho de que el complicadísimo texto de Zancada pueda desenredarse de las lenguas de los intérpretes, que ellos son los que terminan por hacer gala de la lírica y la enredada intención, pero más allá de la verborrea en español antiguo, la comedia no termina por encontrar en las muy subidas personalidades de sus personajes quizá la estupidez, quizá la soberbia, quizá la mezcla de ambas, que en la historia y los detalles se pudiera traducir en algo realmente cómico.

Especialmente cuando el texto se convierte en acción. Y pienso, muy al inicio del montaje hay una batalla de baile entre Condesa y Marquesa, que deja la sensación de haber sido trazada desde la rotunda obviedad y sin un gramo de sorpresa. Un momento genérico que trazado de manera más absurda, tan absurda como los personajes que la están danzando, o la escena con abanicos pequeñísimos y gigantes que le antecede, pudiera absolutamente haber sido uno de los highlights de la puesta, pero que aquí se torna en oportunidad desperdiciada. Ambas bailan «payaseando» como has visto «payasear» gente en la pista de una boda. Nada que merezca su lugar en un presunto momento vodevil.

Pero, por otra parte, Gerall Nájera, como la -en realidad- analfabeta Marquesa de ¡Ahh! se lleva el mejor logrado instante de comedia de esta puesta tratando de leer un pergamino y fracasando rotundamente en cada oración. Un momento hilarante que te hace dudar de si te has perdido otros similares sucediendo anteriormente, o si sólo el montaje no está teniendo suficiente de ésos. La respuesta es la segunda. Zanahorias tiene pocos picos en realidad y mucho transcurre en el mismo tono regodeado de opulencia verbal, pero de resultados secos.

El elenco, sin embargo, es sin duda especial y notoriamente entregados a lo extravagante de este montaje dragificado, si bien también es cierto que en tonos de ridículo, no están todos tan al parejo. Pero Óscar Piñero como el Marqués de ¡Uff! arma a un personaje recargado de picardía y no sin cierta espolvoreada de sadismo, que termina por convertirse en la especie acidita del montaje que es enormemente divertido ver; y Santiago Zenteno como el Rey se cuelga en esta capacidad engreída del personaje autoritario que cree estar por encima de los demás desde lo chiqueado e infantil, enterándose al último de todo. Un idiota en piel de petulante completo con un ceceo, que físicamente además, le presta al personaje una corporalidad y una altura que visualmente logra hacer ver al Rey ¡Oh! como un niño disfrazado de adulto tratando de alcanzar la alacena de hasta arriba, esperando que nadie note que no puede.

La grandilocuencia de Puritania sí se vuelve espectáculo en el diseño de producción. Nuevamente, los vestuarios de Mauricio Ascencio (que también trabajó en una decadente escenografía ultra pertinente, y en la iluminación) que son un verdadero agasajo, y uno podría pasar horas solamente mirándolos y desmenuzándolos; y en el diseño de maquillaje y peluquería de Mariana Gutiérrez, que sólo en el personaje de Madame del Sagrado Corazón, ambos parecieran perder completamente lo María Antonieta del asunto para perderse en lo vulgar de aquellas que trabajaban la calle de Whitechapel a finales del siglo XVIII. Cosa que pudiera hacer sentido con la mirada prácticamente dominatrix de Diana Sedano al papel, pero que en el universo de la obra, más que un acento desenaltece a la Madame frente a los demás (que tal vez era el entero punto).

Finalmente una sátira inteligente, porque eso nadie se lo quita. Una farse sobre el absurdo de la poca educación arriba de la pirámide social, de la misoginia cuando llega el momento de hacer cuentas, y de la doble moral en lo sexual y en lo intelectual de aquellos que presumen mayor desfachatez y perspicacia. Un texto complicado, sí para aquellos que osan montarlo, pero también para un público que no tiene de otra más que mantener la oreja eternamente parada y viva para no perderse del encanto del encuentro. Una comedia no tan chistosa, en toda honestidad, más simpática que de carcajadas y situaciones memorables. Pero finalmente un salto hacia un universo bien creado y definitivamente aterciopelado a su manera.
Zanahorias se presenta lunes y martes a las 8:30pm en Foro Lucerna.