Regresó Godspell con un nuevo revival repleto de caras nuevas, y más importante aún, voces nuevas, que hace alarde de magníficos momentos vocales y una absoluta sensación de juego en el escenario, muy en el modelo lúdico y clown que hace brillar al musical de Stephen Schwartz, si tan sólo con un concepto urbano y modernizado que no se termina de explotar ni de trabajar limpiamente desde todas las áreas creativas.

Godspell es básicamente una cancha de juegos para todos los involucrados. John Michael Tebelak y Stephen Schwartz crearon en los 70’s un concepto de lo más noble para teatro musical que se presta a soltarse a los brazos de la imaginación para hacer de esta colección de parábolas bíblicas lo que uno quiera. Durante mucho tiempo se intuyó esta obra de teatro como sucediendo entre una comunidad hippie, otras tantas se ha montado para una tropa clown, lo cierto es que Godspell podría suceder en caja negra o en el espacio sideral si así se decidiera y seguiría teniendo el mismo impacto.

Godspell 2025

La receta está en tener el concepto claro. Finalmente Godspell no pretende contar una sola historia, sino una serie de ellas. Para ser específico de parábolas, las relacionadas con el Evangelio de San Mateo que Jesús, aquí convertido en un juglar, animador y figura de acción al que llaman «Maestro», enseña a sus seguidores, mientras ellos se van repartiendo los distintos papeles para recrear cada una de las escenas, a veces terminando en canción, muchas otras sólo en aprendizaje. Godspell es entonces una dinámica de impro que un grupo de personas se ha juntado a jugar como si en ese momento les estuviera naciendo el ímpetu. Y su sensación es de constante descubrimiento.

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Juan Francisco Yáñez, director, coloca este revival en calles en construcción. Una ciudad. Tal vez la misma de la que habla el número «Beautiful City» en el que se menciona que entre todos pueden crear una bella ciudad, una de hombres, no de ángeles. Un concepto que sin duda tiene mucho para alimentar Godspell desde las posibilidades, pero que el mismo Yáñez no termina por nutrir conforme avanza la puesta. A momentos, en efecto, le permite a su comuna alimentarse de la calle y desde ahí escenificar, pero en otros tantos los saca backstage para regresar con objetos y vestuarios que se salen por completo de la idea de ellos transitando orgánicamente por una ciudad.

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Y es ahí donde el revival de Godspell pierde anclaje. Juan Francisco nos sorprende con una peluca para un juez hecha con con un trapeador, en efecto un prop ordinario que pertenece a lo citadino, o una ingeniosa crucifixión hecha a partir de unas escaleras de tijera, y cada que vuelve a su concepto de ladrillo, metal y madera su montaje emociona desde sus capacidades lúdicas. Pero no se termina de comprometer con el estilo. Mucho de la utilería se siente demasiado pensada, demasiado comprada como para realmente poder ser parte de la mecánica improvisada. Poco creativa. Y no sólo es en los props que esta Godspell se sale de su propia convención.

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La misma escenografía de andamios y tablas de pronto se ve comprometida con unos cubos blancos completamente fuera de todo visual cohesivo. Muy útiles para la dinámica escénica, sin duda, pero en diseño finalmente apartados. Y es quizá en el vestuario donde la puesta pierde piso por completo. La idea, incluso orquestral, de una Godspell más moderna se ve completamente destituida por la presencia de francos disfraces de los 20s, los 50s, los 60s y los 80s, que no hacen sentido ni con el propósito de la obra, ni entre ellos. Y que no dejan de verse como disfraz de fiesta. Pero no existen en todos los personajes. Hay varios que consiguen la idea diversa y ecléctica de esta revisión citadina y actual que perfectamente podrían marcar la línea de todo el ensamble. Lo que resulta aún más confuso. ¿Por qué en algunos casos Godspell tiene muy clara su personalidad y en otros sólo parece estar resolviendo?

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Donde Juan Francisco Yáñez encuentra el punto exacto donde Godspell se vuelve vibrante es en su trabajo con la compañía. Trabaja con sus actores como uno haría con niños. Olvidando que allá afuera existe un mundo con reglas y estructuras duras. Les permite crear y seguramente proponer. Se les nota a todos y cada uno de ellos un franco entusiasmo contagioso por disfrutar del escenario y crear dentro de él mundos completos. Su ensamble se lanza como en tobogán a una farsa que les permite bobería y flexibiliad, y en su manejo del montaje se nota una camaredería y una creación en conjunto que en otras obras más rígidas no se asoma ni por error.

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Y de algún modo eso es Godspell. Por encima de un diseño de producción prolijo, la obra sobre una comuna jugando a ser Jesús y sus discípulos, es su gente. Y su espacio imaginativo. Esta Godspell puede presumir de un aire animoso y una energía capaz de poner de buenas hasta al que tuvo el día más difícil antes de irse a parar al teatro. Las coreografías son sencillas pero alegres, y las interpretaciones de cada personaje y pasaje incidental como un cuento de matiné. Emocional y sincera cuando tiene que serlo, desparpajada y revoltosa en sus muchos momentos ligeros.

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Y quizá por encima de todo, cantada preciosamente. El magnífico score de Schwartz está en buenas manos con la dirección vocal de Juan Pablo Ruiz, que arma complicadas armonías y se dedica cuidadosamente a que cada uno en el ensamble pueda tener un momento bello y disfrutable; y Pedro Arámburo, en la creación de pistas con nuevos arreglos musicales, que aún bajo lo restrictivo de lo grabado consigue darle un nuevo brío a Godspell para salir del sonido que ya se nota décadas antiguo y regresarlo a lo relevante.

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El más claro ejemplo de esta atmósfera buen-vibrosa es sin duda su estelar, el mismo Juan Pablo Ruiz, también actor, que armado con la playera de Superman que le ha pertenecido a este Jesús por décadas, sale a enamorar con su absoluta capacidad de integrar la compasión, sabiduría y disposición del Maestro en un personaje entrañable, simpático y conmovedor. La absoluta estrella del montaje que hace del liderazgo cariño, sin ni tantita soberbia, y que en sus momentos cantados presenta a Jesús como un hombre dulce pero coloquial, nadie ostentoso ni necesitado de show gratuito… como lo habría sido él.

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Godspell es entonces animosa y naive, que en tiempos donde todos estamos rebasados de ansiedades y noticias deshumanizantes, visitar este mundo más ingenuo pero bondadoso no deja de ser un apapacho. Un revival del tipo de musical que ya no existe, y hay algo valioso en eso, como si se nos estuviera prestando un artefacto raro. Muy de su época y al mismo tiempo verde y sin fecha de caducidad. Con una compañía que entiende que lo que tiene entre manos no es para cualquiera y nos lo presenta como un regalo; y un concepto que aún puede terminar de dibujarse en sus líneas, pero su estampa ya funciona, es sólo cosa de soltar el control y permitirle a Godspell tomar posesión de esa capacidad que siempre ha tenido de construirse bloque por bloque como en las manos de un niño.

Godspell se presenta los miércoles a las 8:30pm en el Teatro Wilberto Cantón.