El Diablo, reportero del diario El Pitazo, vuelve a las andadas en el Teatro Xola, ahora para darnos un recorrido por las historias escandalosas del Cine de Oro Mexicano, desde el backstage de La Cucaracha con María Félix, Dolores del Río, el Indio Fernández y hasta Buñuel, en un episodio de Las Crónicas del Diablo que va tomando forma y se va modelando para volverse una de las comedias más divertidas que podremos tener de forma continua en la cartelera mexicana.
Las Crónicas del Diablo es de estas obras de teatro seriales, que cada cierto tiempo abren una completa nueva temporada, con un tópico fresco que tratar, pero repiten a su personaje principal, el mismísimo Diablo, encargado de transitar por estas temáticas relacionadas con la historia de un México que tal vez nuestros abuelitos conozcan bien, pero ya no le tocaron a la audiencia milenial, mucho menos gen-z; cargada de datos históricos de pronto sorprendentes por no tan conocidos, y más importante aún, mucha comedia irreverente para acompañar.

Ahora, en su temporada pasada Las Crónicas del Diablo se involucró con el complot nazi en México durante la Segunda Guerra Mundial, y mucho de este nuevo concepto teatral no terminaba de amarrar. Escribí una crítica al respecto que con este episodio dedicado al Cine de Oro Mexicano queda ciertamente obsoleta, después del estreno de un nuevo capítulo que corrige mucho de lo que flaqueaba con el primerito, y forja muy bien el camino para lo que puede proceder con el Diablo y sus aventuras históricas. Con comedia tan boba como fina, y un elenco canalizando a nuestras divas del cine clásico de forma hilarante que es al mismo tiempo entretenimiento puro y un lindo homenaje.

En esta ocasión, el reportero, El Diablo (el único personaje realmente ficticio de este concepto) es enviado al set de la película La Cucaracha con el objetivo de escribir una pieza sobre el Cine de Oro Mexicano, que llegando la era de la televisión comenzó a perder adeptos en las salas. Ahí se reencuentra con una María Félix, que no está nada feliz de verlo, su compadre el Indio Fernández que insiste en perder los estribos y dispararle a cosas, una Dolores del Río que no puede dejar de ver al cielo en plegaria hermosa, y tantísimos otros personajes de la época, incluyendo a un Cantiflas que por alguna extraña razón acaba sosteniendo el boom del micrófono sin poder dejar de contonear la cadera.

Hugo Isaac Serrano (escritor y co-director) corrige primeramente el rumbo con su personaje protagonista, encontrando una forma indicada de hacerlo narrador, entrevistador y en un grado menor partícipe dentro del documental. Haciendo a un lado lo film noir de su concepción y una idea heliocentrista que hacía que todo girara en torno a él, en esta ocasión Hugo utiliza al Diablo como punto de introducción a un tiempo y un espacio, pero no centra su foco en él, permitiéndole a los actores estelares del Cine de Oro dar un paso adelante para ser ellos el motor y centro de la historia, cuyos puntos el Diablo va conectando para armar una cronología coherente y ofrecer datos adicionales, y nuevamente dejándolos hacer lo suyo, cosa que suelta la comedia en muchas más direcciones y hace de Las Crónicas un verdadero trabajo de ensamble.

Al aligerar lo caricaturezco de un Diablo que originalmente era demasiado Dick Tracy para poder jugar con otros motivos que lo empujaban a vivir él mismo una aventura en movimiento que complicaba el relato con la historia mexicana que se nos pretendía contar al fondo, Hugo Serrano y Diego Valadez (también director) viran tantito y abrazan una comedia más vaudeville, jalada hacia la recreación de personajes reconocidos trabajados desde la sátira, el drag, lo históricamente verídico, y lo ficticiamente parodiado que no están ahí para entrar en acción con un aparente objetivo, sino para compartir sus memorias, que son al final las venas y arterias de este cuerpo teatral, en un cabaret mucho más sencillito y de muchísimo encanto.

En este caso situado además en el backstage de una filmación que permite que las transiciones entre relato y relato sean enormemente pinturescas y llamativas. La joya (Cartier, por supuesto) de este episodio es sin duda La Doña de un César Baqueiro que sale a jugar a escena con una María Félix que es arrebatada, intensa e imponente e inspira carcajadas con tan sólo pararse ahí a ver al público con los ojos bien abiertos. Ya ni hablar de su trabajo vocal y sus interacciones con el Diablo, que resulta ser su ex-amante. Una actriz que tantas veces en el pasado ha sido homenajeada en drag y cuyo concepto Las Crónicas del Diablo toma para replicar lo que ya por sí sólo es historia. Si el concepto de la temporada es cine, César Baqueiro es la luz.

Junto a Pamela Cervantes que toma el rostro eternamente dolido y dramático de Dolores del Río para hacer de eso uno de los mejores gags del show, que le impide a Dolores bajar la mirada del cielo para poder ver por dónde camina. Un detalle tan sencillito y sin adornos de más que no puede sino funcionar de forma graciosísima. Jonathan Rubén interpreta a una serie de personajes incidentales, entre ellos la doble de María Félix, el áspero editor de El Pitazo y hasta Chabelo, y cada que aparece en escena es para robar momentos desde la comedia física y la creación de personajes que en tan sólo segundos quedan perfectamente dibujados. Uno de los delanteros de este equipo (si se me permite hacer una metáfora deportiva) que ruego poque en próximos episodios del Diablo siga siendo usando de forma tan acertada, porque él entra a meter gol.

Rafa Blásquez, cuya cabeza rasurada es motivo de gags que pondrían orgullosos a los Les Luthiers, como Luis Buñuel se avienta una genial batalla de versos cantados con el Indio Fernández de Carlos Abraham Gongo, que ya había hecho aparición en la temporada pasada y aún no encontraba su centro de comedia, y que para el episodio de El Cine de Oro Mexicano se siente mucho más suelto, mucho mejor colocado, si bien es cierto que al lado de los otros personajes fársicos, pudiera aún crecer a su Emilio y colgarse de un detalle más contundente para construir con más forma lo que puede ser simpático del papel.

Jhovardy Vences, que también interpreta a varios personajes incidentales, tiene momentos verdaderamente chistosos, pero suelta un poquito las riendas con un Cantiflas, cuyo complicadísimo monólogo cantinflero se avienta en un despliegue brutal de memoria y elocuencia, pero jamás consigue realmente canalizar al personaje de Mario Moreno en voz y una corporalidad que está a punto de estar ahí, pero aún puede afinarse para concretar una parodia que nos deje sin aire (que bien podría con el material que tiene en las manos). Y, bueno, Elías Toscano como el Diablo que ahora compartiendo mucho más de esta narración se da aire para encontrar más en este personaje que aún tiene espacio para crecer, pero ya se nota mucho más delineado, si bien es cierto que aún no termina por elegir el canal a partir del cual puede crecer al Diablo hacia donde quiera. ¿Es ácido, es ingenioso, es torpe, es macabro, es narcisista, qué es más allá de desparpajado?

Escénicamente Las Crónicas del Diablo no podemos decir que sea un espectáculo para los ojos, porque lo es mucho más para el cerebro, y el nervio de la comedia. No necesita serlo tampoco, pero cuando consigue hacer uso precioso de proyecciones colocadas al fondo, se integra una fotografía mucho más radiante. Pero repito, no necesita serlo. El brazo fuerte -el derecho- de la puesta es un texto repleto de perspicacia y referencias atinadas, y el otro -el izquierdo- es un elenco con el que se puede jugar al absurdo, ponerlo sobre sus manos y ellos saben qué hacer con eso. Que se nota además a leguas, y eso siempre será increíble, que forman un gran equipo, como acróbatas de circo que se van cachando el uno al otro. El Cine de Oro Mexicano era el episodio que Las Crónicas necesitaba para engancharnos del serial. Ya vimos, ya nos convencimos, y ahora queremos más. ¿Qué sigue, Diablo?