El azulado montaje de Sedientos de Enrique Aguilar mezcla trepidante con refelexivo en una historia sobre las partes de nosotros mismos que dejamos morir marcados por el pasado, y las que nos acompañan a la tumba como un tótem de la belleza y la fealdad que nos formaron en vida. Un texto de realismo mágico de Wajdi Mouawad que funciona como autopsia a un cuerpo vivo que creyó haber muerto.
Fue el mismo Wajdi Mouawad el que ya había dicho que la infancia era como un cuchilo clavado en la garganta, concepto que retoma en 2007 con Assoiffés (Sedientos) donde el cuchillo se transforma en escupitajo y la garganta en mejilla, pero el trauma infantil permanece sin ser redimido en la historia de Boon, un antropólogo forense encargado de indentificar dos cuerpos muertos 15 años atrás y encontrados pegados el uno al otro, el de un hombre y el de una mujer, que lo transporta inevitablemente a un tiempo en el que él mismo mató de forma defintiva a la persona que iba a ser.

Sedientos pudiera parecer una historia de misterio, un clásico quién es y quién lo hizo, pero Wajdi se aleja del típico caso de detective y hacia un drama de tintes existencialistas no menos que surrealistas cuando Boon descubre que uno de los cadáveres es un ex compañero de escuela de su hermano, un adolescente llamado Murdoch desaparecido el Día de San Gastón de 1991, cuya muerte pareciera estar de algún modo ligada a una obra de teatro que el mismo Boon escribió de niño, un trabajo escolar basado en el concepto de «belleza» que centraba en una mujer de nombre Noruega que se niega a salir de su cuarto después de enfrentarse con el horror de la fealdad humana.

Tantos años después, Boon no ha podido liberar, no del todo, el recuerdo de su hermano escupiéndole en la cara e insultándolo después de recibir burlas por culpa de la obra que había hecho pasar por suya, y en la que Boon se había esmerado por representar la belleza de forma auténtica, y que en el momento lo tenía ilusionado con la posibilidad de llegar a convertirse en un escritor reconocido. Reconocido primeramente por su hermano, cuyas palabras de aliento originalmente lo llenaban de posibilidades magníficas. Para después ser las mismas que lo condenaron.

Boon es un personaje que inevitablemente te enternece el corazón y que en el montaje del director Enrique Aguilar, Antón Araiza actúa con una variedad de matices que nos permiten aún percibirlo como un niño frágil, vulnerable e inseguro. Araiza lo dota de una capacidad infantil y lo espolvorea con algo de queer, que aunque nunca se especifica de forma literal en el texto, Enrique encuentra entre las páginas de Wajdi Mouawad un claro guiño a una juventud gay, un lado artístico y poco hegemónicamente masculino que la sociedad insiste en aplacar para volverlo una persona de seriedad y normatividad. Y que en Sedientos, de forma más drástica que en casos de infancias queer rechazadas, Boon aniquila esa parte de él obligándose a despedirse de la persona que pudo haber sido, armándose de forma muy literal un sepelio para él mismo.

Sedientos enfrenta entonces dos visiones opuestas. Por un lado Boon que no consigue tener una voz propia ante una sociedad que pareciera reírse de sus ilusiones para obligarlo a enderezar un camino que nunca estuvo chueco; y por otro, Murdoch que en flashbacks al pasado queda claro que no puede cerrar la boca y enfrenta ansiosamente de forma continua todo aquello que le parece que la sociedad ha permitido normarse de forma idiota, y que ahora lo obliga a cuestionar quién es él y su manera de convivir con el mundo, desde la parada del camión y hasta las clases de geografía en la escuela.

Dos lados de una misma moneda, en realidad, donde dos adolescentes que no podrían enfrentar su realidad de manera más distinta se ven lampareados por el reconocimiento de un deber ser que tantas veces pisotea y apaga las singularidades. Y en medio de ambos un personaje de ficción: Noruega, que ante la visión horrorífica de una fealdad que considera propia de toda persona adulta no puede sino cuestionarse si tal vez el camino más adecuado para mantener la elusiva belleza intacta es entonces el suicidio. Un texto bello de Mouawad que, sin ser uno de sus más magníficos, consigue retratar de forma sencilla y no tan rebuscada el encuentro con uno mismo.

Enrique Aguilar pinta su espacio a partir de proyecciones que nos transportan a un ambiente frío, quizá invernal, de pronto a la luz azulada como la del interior de un acuario, que nos regresa de manera constante a las heladas aguas donde ambos cadáveres fueron encontrados, y que en otros instantes ilustra de manera evocativa con abstractos coloridos, muchos de ellos con la efervescencia del mismo Murdoch, o la melancolía de Boon. Una atmósfera efectiva si bien no la más prolija, de pronto más similar a una presentación de conferencia que a un diseño de producción.

Pero que, en la constante recreación de dos cuerpos que se toman y abrazan para permanecer casi todo el tiempo en la periferia de Boon, Enrique encuentra en lo contenido visuales muy bonitos y un pertinente uso de un elenco que jamás sale del escenario como parte de un continuo de tres figuras que están encadenadas, de algún modo, las unas a las otras sin realmente poder soltarse. Donde los largos monólogos parecieran combatir entre sí desde estos dos polos opuestos. Un Anton Araiza que da aire y respira con serenidad y nostalgia sus palabras, y un Nabi Garibay que revienta sus discursos en una verborrea desesperada y, en efecto, sedienta, rabiosa.

Sedientos no es el drama forense que uno esperaría porque la autopsia se le practica a los recuerdos. Una historia que nos recuerda que no somos sino cuerpos llenos de heridas y cicatrices que aún cuando no todas parecen cuchillos enterrados en la piel, muchas siguen marcadas en las personas que crecemos para ser. Escupitajos en la mejilla que con el paso del tiempo se lavan para no verse, pero no se dejan de sentir hasta que uno hace las paces con ellos. Un montaje enternecedor que aterriza en un lugar mágico donde aquello que creamos cobra forma para materializarse por encima del constructo y el anhelo y hacia la compañía. Finalmente un Wajdi Mouawad que tiene formas expresivas y hermosas de exponer la belleza de la experiencia humana de pronto desde lugares que hemos tachado como feos.
Sedientos se presenta los jueves a las 8pm en Teatro La Capilla.