Una ligerísima comedia que nunca supera su propia premisa, El Favor cuenta con mucho para ser un buen rato en el teatro, pero finalmente es un montaje que pesa sobre los hombros de uno sólo de sus actores, en una obra que intenta hablar de lo herméticas que pueden ser las relaciones de amistad entre hombres, pero cada que toca un lugar real prefiere enterrarlo en nombre del chiste veloz para huirle a explorar un tema que en realidad tiene mucho desde donde ser platicado.
A El Favor uno va a reír. Y no lo digo forzosamente como un cumplido. Cierto que liberar tensión en el teatro e irla a pasar bien con una obra es uno de los motivos del entretenimiento, el problema es que a El Favor a momentos se le nota querer ser algo más, y hace incluso un par de intentos por salir de la superficialidad, pero nunca logra en realidad despegarse de una premisa muy boba y muy sencilla a la que insiste en regresar sin mayor resultado que el de la repetición anecdótica.

Un texto español de Susanna Garachana, adaptado con un humor no tan fino para la tropicalización mexicana por Joserra Zúñiga (también director), El Favor nos presenta a un hombre que, entendiéndose infértil y deseoso de formar una familia con su esposa, decide juntar a sus tres mejores amigos en una noche de mala botana para pedirles que le donen esperma, cosa que provoca revuelo entre sus allegados que entienden con esta petición que se les está pidiendo «embarazar a su mujer».

Como Yasmina Reza hace con «Arte», Garachana intenta lograr que el pretexto de la donación desemboque en que se destapen conversaciones, secretos y confesiones en una amistad entre hombres que nunca ha estado del todo abierta a la buena comunicación, por eso de que se pueda entender como sobre-sentimiental y por tanto femenina. Y en parte lo logra, pero nunca llega a la detonación, y jamás con total riesgo. De modo que en absoluta tibieza, el texto se aterra cada que uno de los amigos pisa en terreno que pudiera dramatizar demasiado la puesta, y se avienta en reversa para volver las revelaciones más running gag que motivo de construcción dramática en la muy redundante interacción entre los personajes. La plática entonces se vuelve una y otra vez sobre donar semen y nada más.

Que finalmente da material suficiente para una comedia ligerita, pero el montaje en el Xola no toma su entero potencial para hacer con eso una puesta sólida. El tono «sitcom» que maneja Joserra Zúñiga se contrapone por un lado con la absoluta naturalidad conversacional con la que está escrita la obra, cuya mezcla se traduce a un ritmo que no encuentra su cadencia. Pero más notorio que eso, la elección de actores para la puesta cae en perfiles tan distintos, abordando a personajes desde esquinas de pronto adversas, que no permite que los actores puedan generar la misma química y un rebote de chistes parejo.

Harold Azuara, como uno de los amigos, termina por sobreponerse muy por encima de sus compañeros. Cosa que tiene pros y contras. Por un lado, el actor consigue hacerse de los mejores momentos y se vuelve el absoluto foco de todo el montaje, entendiendo con mucha más claridad el acercamiento a una comedia menos impostada que pide el texto mismo, y su participación es enormemente graciosa; pero por otro, el trabajo en equipo queda completamente enterrado en una puesta que le pertenece a una sola persona rebotando su pelota contra una pared.

El resto del elenco va buscando momentos, pero nunca desde el mismo ángulo. Parecieran un equipo deportivo donde cada atleta pertenece a una disciplina distinta. Alex Fernández, nuestro protagonista, genial en su entrega de líneas, finalmente entrenado por el stand-up, se presenta como un experto en delivery, y es bastante simpático al dialogar, pero no tiene un personaje creado. En una obra donde hay cierto nivel de farsa, él nunca deja de pararse sobre el escenario como el comediante que conocemos. Como Alex. Y es es un problema en una obra donde no está interpretando a Alex.

Mientras Sergio Velasco que es normalmente adorable en personajes que piden de el mucha carisma, que tiene de sobra, en un rol donde no se puede recargar en el encanto termina por desaparecer dentro del grupo a falta de motivos de comedia; y Hugo Catalán, un actor más conocido por el drama, nunca termina de agarrar el timing correcto de las bromas lo suficiente para que los chistes de su personaje se suelten de manera orgánica. De entrega más grandota y un acercamiento más caricaturzado al personaje, a Hugo se le escapa el humor natural entre los dedos, teniendo además el reto de ser el mayor contrincante de Harold Azuara, como su hermano dentro de la ficción, y verse tragado en escena.

No ayuda a que este grupo disparejo encuentre su cohesión la falta de rigor en el montaje. Una escenografía que representa un espacio de sala, comedor, baño y patio de forma literal se ve atropellada por la ausencia de convención. Nada en la manera en la que Joserra utiliza el espacio le permite a la arquitectura hacer sentido con puertas, entradas, salidas y espacios que debemos (o no) intuir como aislados porque los actores cruzan por doquier sin mayor sentido de orden. Sumado a un escusado que se ilumina al fondo para que podamos ver como los personajes entran -literalmente- a cagar, el diseño de Juan José Tagle se ve reducido a una broma escatológica bien básica y de gusto cuestionable.

Tal vez si todo lo anterior estuviera colocado con mayor detalle y un foco más clavado en el ingenio que en el chiste ordinario, la trama de El Favor no pasaría por trivial y simple; tal vez con una comedia fluida, este mismo texto de Susanna Garachana brillaría en su capacidad de no tomarse tan en serio y buscar el desahogo de la carcajada. Puedo verlo. Pero la puesta en el Xola no está explotando ese potencial. ¿Es simpática? Sí, lo es. No deja de ser un momento teatral de sangre ligera, pero yo me quedo con la sensación de que pudo ser tanto, tanto más que sólo una plática de hora y media sobre semen y hombres limpiándose sentados en el escusado ahí al fondo.
El Favor se presenta viernes y domingos en el Teatro Xola Julio Prieto.