El esperado remontaje de Lobos Por Corderos, a diez años de su primera aparición en teatro mexicano, regresa con un concepto sumamente similar, nuevos detalles integrados para el que se quiere fijar, otros que aún se pudieran pulir más, y un completo nuevo elenco de donde destaca el intenso y preciso trabajo de Pedro de Tavira como uno de tres padres de familia sobornados por la escuela que en un accidente de autobús permitió la muerte de sus hijos.
Lobos Por Corderos es de esas obras que no se me olvidan. La vi en su primera temporada, hace diez años, en el Círculo Teatral, antes de su renovación, con un elenco que me alteró y rompió el corazón. Que no podía entender cómo después del devastador final de la obra y tras una explosión constante de sensibilidades, los actores pudieran salir tan frescos a dar las gracias, cuando yo en mi asiento me seguía sintiendo hundido y con el corazón acelerado. Puedo acreditar Lobos Por Corderos como una de varias obras que me intrigó por la dramaturgia mexicana contemporánea. Sobra decir que para este re-montaje de aniversario mis expectativas eran altas.

Reynolds Robledo, director y dramaturgo, crea un escenario mametiano. Un espacio de absoluta confrontación en diálogo donde lo dicho resulta tan provocativo como lo oculto. Una puesta para cuatro actores basada en su entereza en la actuación y la palabra, porque en toda medida, Lobos Por Corderos es una batalla de acusaciones. Una que se pudiera interpretar como tres lobos rodeando a un corderito indefenso, pero que en una vista más atenta es claro que las mordidas se lanzan para todos lados, y nadie ahí puede vestirse del todo en piel de oveja.
La directora de una prestigiosa y cara escuela cita a tres padres de familia, una madre soltera y una pareja en proceso de separación, para ofrecerles un trato luego de que durante una salida escolar, sus hijos perecieran en un accidente involucrando el camión donde viajaban los alumnos. Siempre que los tres estén de acuerdo, los padres van a recibir 1 millón de dólares como compensación por la muerte accidental, ¿pero qué está tratando de hacer la escuela con este soborno, comprar su silencio, ponerle un precio a la vida de sus hijos, librarse de una demanda, lavarse la sangre de las manos? Los padres tienen poco tiempo para decidir cuánto vale haber perdido a sus niños y aceptar o negar el contrato.

Reynolds Robledo juega con un dilema del tranvía si el tranvía ya hubiera atropellado gente, pero aún tuviera un camino que elegir, donde cualquier riel lleva a un resultado trágico y la salida es en realidad imposible e impensable. Por un lado, no hay nada que hacer. Los niños ya están muertos, la escuela no puede ser fácilmente acusada de culpable, después de todo los accidentes pasan, y hagan lo que hagan nada les va a devolver a sus hijos; pero por otro, aceptar dinero tras lo sucedido no puede sino sentirse sucio. Y aún si es verdad que hay bondades y ventajas a recibir una cantidad de dinero tal que pudiera comprar cierta paz, aceptarlo es valuar en símbolo de pesos la vida humana, desde un lugar frío y ruin.

El texto en realidad no busca la tensión del «¿qué decidirán?» desde un principio es claro su rechazo al dinero incluso si aceptan entretener la posibilidad, pero se enfoca en la discusión provocada a partir de la aparición del contrato. El cobre que cada padre saca a puerta cerrada y bajo el influjo del duelo y el coraje, que da permiso al humano de vestirse en crueldad, de lobo si queremos, porque después de todo, ¿quién puede permanecer corderito cuando le han matado a su hijo? Reynolds Robledo aprovecha ese espacio de permisividad para hacer de sus personajes pistolas cargadas. Y aún si es verdad que involucra en su historia casualidades que alteran la credibilidad de la batalla, como el que los tres padres tengan que estar de acuerdo en unanimidad para que el contrato sea válido, el resultado en términos dinámicos es enormemente entretenido y un gran hipotético a la psicología del ser humano.

Lobos Por Corderos está escrita desde el lugar correcto porque el mero planteamiento ya es álgido, pero la dirección del mismo Reynolds Robledo no termina por acompañar con la misma garra a la confrontación en papel. El remontaje tiene una sequedad que impide que la constante provocación se perciba emocional. Reynolds mete la lupa casi desde lo analítico y en el proceso pierde mucho de la condición humana que como escritor tiene mucho más clara. Cosa que no era en absoluto la sensación con el elenco pasado, pero que con éste, más frío y de algún modo despreocupado, termina por rayar en lo distendido.
Adriana Louvier como la madre de un pequeño con síndrome de down, culpable de no poder evitar sentir cierta liberación tras la muerte de su hijo, trabaja con una sola nota hacia la dureza. Entendible a momentos dado el trayecto del personaje, pero que durante el transcurso de la obra a falta de picos y valles se acaba traduciendo helada y distante al conflicto. Mientras Sofía Espinosa, en busca quizá de una especie de estrés post traumático y una personalidad introvertida, mantiene una actitud pasmada más cerca de la disociación que de lo afligido. Y no termina por conectar jamás con ninguno de sus compañeros, haciendo de su mamá, una mujer constantemente silenciada por su marido, una mujer pequeña que nunca realmente logra crecer, aun cuando la obra le da la oportunidad de hacerlo, pero mas importante que eso, ausente durante gran parte del montaje.

Pedro de Tavira, por otro lado, saca mucho jugo a un personaje difícil de interpretar. Un hombre que uno no puede sino odiar, prepotente y abusivo cuyo cariño por su hijo está tan escondido tras capa y capa de masculinidad agresiva, que parece casi inexistente. Pero en el «parece» es que Pedro encuentra quién es este hombre, y arma a un personaje complejo con vulnerabilidades que desenterrar y una absoluta desfachatez en un cinismo que hace rabiar desde la butaca. Y cierto, Mariana Gajá, como la directora, a momentos pin-ponea con él en un ir y venir parejo, pero en otros acaba quedando en ese punto medio que no termina por ser el duelo de actuaciones que el texto llama a lograr, si tan sólo porque ella se recarga demasiado en el nervio de su personaje para llevarlo hasta donde empieza a sentirse ensayado, y pierde impulso.

Estas conversaciones punzantes que Lobos Por Corderos ya nos enseñó que pueden sentirse como mar picado, flotan más en un agua oleada pero tranquila para este remontaje, confusas además en convenciones teatrales establecidas por la dirección que durante el montaje terminan por romperse sin mucha razón aparente. Muros que dejan de ser muros, y los actores de pronto pueden hablar a través de ellos, y detalles con la utilería cuyo uso pareciera azaroso y poco trazado y terminan por llamar la atención de mala manera, donde en realidad tendrían que pasar por apenas perceptibles. Movimientos coloquiales.
La escenografía sin embargo para este regreso permite al trazo mayor movilidad y a la isóptica mejor visibilidad, y en general se pinta desde un lugar más limpio. Y Reynolds consigue meter un nuevo simbolismo que resulta enormemente pertinente a la obra. Una gotera, nueva al texto, que desde la oficina pareciera irse filtrando más y más conforme la discusión se enciende y la misma directora comienza a tener algo que perder, para desbordarse en un final que gracias a este nuevo detalle, es más potente y lleno de significado que nunca.

Lobos Por Corderos es de esos textos para gritar internamente desde tu asiento, a veces externamente para los más expresivos en la audiencia. Y que te agarra en curva emocional varias veces con las bien colocadas revelaciones que se van asomando y que terminan por desatar un cierre que te lleva la mano al corazón. El acierto de Reynolds Robledo como dramaturgo es innegable. Y aún si este montaje para el Foro Lucerna puidiera requerir subir el fuego de medio a alto, la obra sigue siendo razón de emoción y conversación para el que quiere discutir del gran dilema. ¿Tú qué harías?, te cuestiona la obra para que te lo lleves a casa, ¿con cuánto dinero estarías dispuesto a salir de esa oficina sintendo la justicia de tu lado?
Lobos Por Corderos se presenta los martes a las 8:30pm en Foro Lucerna.