¿Qué si se le pudiera realizar una autopsia a un ex amor que marcó nuestra juventud? Al cuerpo y a la memoria. Con La Caducidad De La Lavanda, Aldo Martínez Sandoval explora esa última despedida de forma sensorial y poética llevada hasta la última consecuencia irreversible, la muerte que abre una última ventana a la reivindicación, y la ternura con la que dos amores se vuelven a ver aún cuando ya no se están viendo. Un último adiós de varios aromas, entre ellos el dulce de las flores y el amargo del recordar.

El foro entero del Teatro el Milagro huele a lavanda. Poco a poco, no es algo que te asalte de forma inmediata. Pero conforme la historia de dos amores que se reencuentran para decirse adiós transcurre, todo el teatro se perfuma de forma penetrante y francamente inmersiva. Sólo una de varias decisiones que el director César Chagolla toma para envolvernos en la muy poética autopsia del autor Aldo Martínez Sandoval que utiliza un cuarto en una morgue como una máquina del tiempo.

La Caducidad De La Lavanda

Ahora, hay algo que es cierto del texto de Martínez Sandoval y el montaje de Chagolla y es que no es para los demasiado literales. Para bien o para mal, dramaturgo y director permiten a lo enigmático formar parte de la puesta, abriendo los pormenores de la historia a libre interpretación, y enfocando sus esfuerzos en lo sentimental más allá de los detalles específicos en un relato cuyas partes nunca se toman la molestia de juntarse en una imagen completamente en foco. La Caducidad De La Lavanda se lee entonces como una carta de amor donde el contexto es mínimo, pero las palabras bellas, que se recibe desde lo emocional antes que lo racional en muchos sentidos.

La Caducidad De La Lavanda

Un forense se abruma de encontrar en el cuerpo que acaba de llegar a sus manos una cara conocida. Una que no veía hace mucho tiempo, pero que lo transporta a una juventud en la que en medio de ríos y lavandas encontró cariño como ningún otro en una presencia fraternal. No de sangre, pero sí de alguna manera adoptiva, con la que compartió a un padre violentador que se presenta en la figura de un halcón, que hasta su presente lo ha dejado marcado con una herida en el hombro que nace de aquella época en la que esta ave de rapiña los golpeaba, e incluso les mató a su perro.

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Cuál va siendo su sorpresa cuando el cuerpo al que le ha de realizar una autopsia y que ha llegado a él moreteado de un costado, una cicatriz que tantos años después no pudo haber sido realizada por el halcón, pero tiene mucho en común con aquellos tiempos en los que sí, abre los ojos para volverse testigo de su propia disección, y aprovechar esos últimos instantes en los que la muerte aún le permite que de su garganta salgan palabras antes de quedarse mudo, y a su nariz olfatear aromas que reconoce para recordarse, reencontrarse, reconciliarse y despedirse.

La Caducidad De La Lavanda

Aldo Martínez Sandoval retrata un amor muy puro, uno que se puede oler en el aire, uno que aún teniendo a uno de sus actores en ropa interior de forma constante, no busca sexualizarse, o incluso madurarse. Es un cariño noble el de La Caducidad De La Lavanda donde son los abrazos verdaderos los que protegen y refugian por encima de conceptos más complicados de amor y relación. Es la mirada infantil a lo afectivo, y franternal al antídoto de la soledad. Ellos mismos se describen como «ríos», cosa que encuentro enormemente bello. Ante ninguna palabra que pueda describir lo que tienen, lo que sienten por el otro, lo único que saben que es verdadero es que juntos fluyen.

La Caducidad De La Lavanda

Para asumir esta autopsia al recuerdo, César Chagolla elige ilustrar desde lo ordinario con objetos que vuelve parte de un cuerpo ya sin vida. Mientras el espíritu se mueve y habla, en la plancha permanecen estos juguetes, estas cosas simbólicas que forman los órganos, dentro de esta poética de La Caducidad De La Lavanda que nos quiere decir que no somos carne, sangre y hueso, pero memoria y anécdota. Resulta intensamente conmovedor y significativo que en algún momento se tome el corazón en la mano para meterlo dentro de una maceta. Para hacer de la muerte, vida, pero más importante aún, de aquello que movía a una persona, lo que pudiera llegar a mover algo que en un futuro tendrá potencial de germinar.

La Caducidad De La Lavanda

En ese sentido la dirección acompaña de forma orgánica, sin imponerse o presumirse, un texto que nace de lo imposible y se complace en lo asbtracto. Chagolla y Martínez Sandoval acaban haciendo una fusión enormemente complementaria que deja muy claro que se entienden, que están en la exacta misma sintonía. Y que su juego es sentimental, pero no preciso, porque las emociones no lo son de ningún modo. Ni claras, ni limpias. Son caóticas y en muchas instancias desaliñadas. Ambas palabras que podrían describir el montaje en El Milagro que tiene abrazado lo enmarañado, pero no trata de ocultar que ése es parte de su encanto.

La Caducidad De La Lavanda

Junto con la otra parte esencial de este montaje olfativo: su elenco. Un Carlos Ordoñez, como el personaje forense, que carga con una cierta introversión y varias capas protectoras, propias de aquél que se quedó. Al que seguramente el halcón no dejó de marcar nunca y que encima se quedó solo, y por tanto la tristeza y fatiga se le nota en la mirada. Una figura a la que le cuesta tanto soltarse a los brazos de lo cálido, un hombre de raciocinio y hechos de pronto enfrentado contra lo inexplicable de lo que sus ojos ven, su corazón extraña, pero su cabeza no puede explicar. Ordoñez trabaja entonces desde lo contenido y no es sino hasta llegado el final que se permite respirar la lavanda.

La Caducidad De La Lavanda

Y especialmente Santiago Alfaro, nuevamente demostrando por qué verlo en teatro siempre resulta en una inesperada sorpresa, que encuentra en este personaje ya sin vida, entendido más como una memoria que un fantasma, las cualidades infantiles y eufóricas de aquél que seguramente fue en el pasado. Y lo llena de ingenuidad y ternura, pero también de algo necesitado, ruidoso y complejo, el tipo de niño que probablemente acabó en un hogar que no era el suyo por falta de familia propia, y que con mucho mayor desapego buscó la forma de escapar aún si eso le resultaría en la indigencia, que pudiera ser más digna que el abuso. Santiago halla la voz, y ante todo la mirada, una que el texto describe varias veces a partir de la locura, y que en efecto en él se puede ver en sus ojos que cuenta toda una historia, y se vuelve el personaje que nos ancla a veces desde la inmovilidad al relato completo. Un gran actor repleto de propuesta y energía generosa.

La Caducidad De La Lavanda

Que ambos, además, tienen la complicada tarea de darle naturalidad a las bellas pero a momentos confusas o rotas palabras de Aldo Martínez Sandoval que no es como que se deslizan solitas por la lengua, pero que obligan a profundizar para poder otorgarles significado. Finalmente La Caducidad De La Lavanda es una complicidad de equipo. Un montaje que para poder oler a la nostalgia de un amor de juventud, y el dolor -no de una- pero de dos partidas, una más inevitable que la otra, utiliza todas sus partes para recordarnos esa fragancia de la primera vez realmente abrazando a alguien y al mismo tiempo el perfume de uno que ya se fue, pero cuyo aroma permanece en el aire.

La Caducidad De La Lavanada acaba de terminar temporada en Teatro El Milagro.