La nueva puesta de Diego del Río es un drama tan increíble como incómodo que levanta preguntas sobre clases sociales, oportunidades y nuestro lugar en el mundo a través de un elenco que se para sobre el escenario a dar un master-class en actuación.

Arcelia Ramírez es Magos, una mujer que desde la primera escena de Buenas Personas deja lucir todos sus colores en gamas claras y oscuras. Es de Ecatepec, tiene una hija ya mayor con retraso mental y acaba de ser despedida de su trabajo como cajera en Waldos. En pocas conversaciones se da a conocer fácilmente, es el tipo de mujer que tiene una anécdota para todo, que no está sumida en la desgracia ni vive maldiciendo su lugar en la vida, pero está muy consciente que un paso en falso la podría dejar muerta sin un peso en la calle. Cuando se ve arrinconada, suelta un tipo de veneno muy específico, el que viene de decir cosas que usualmente uno se guardaría por educación, pero que en su caso afloran a manera de sistema de defensa. Pero son honestas.

Presionada por su casera (Concepción Márquez) que no pretende dejar ir ni un mes de renta y empujada por su mejor amiga de la infancia (Montserrat Marañón), Magos se decide a pedirle trabajo a un ex novio suyo de Ecatepec, ahora exitoso médico de Médica Sur, Miguel (Odiseo Bichir), un hombre cuyas raíces humildes están más que desvanecidas, que vive en una súper casa en Santa Fe, está casado con una hija de extranjeros y colecciona jarrones de diseñador; y por azares de una comunicación que pareciera rivalidad y reto, Magos termina sentada en la sala de su casa, tomando vino y comiendo quesos finos con su esposa (Fabrina Melón) y compartiendo anécdotas del pasado.

El choque entre estos dos contrastantes personajes hace relucir en ambos todo tipo de inseguridades y complejos, que mientras Magos maneja maneja a la defensiva y soltando verdades que podrían derrumbar la vida que Miguel conoce; Miguel prefiere evadir de la forma en la que las «buenas personas» han sido educadas, primero dándole por su lado a su ex novia, buscando una falsa armonía, evitando lo que pudiera resultar incómodo y finalmente estallando y saliéndose del personaje que tanto trabajo le ha costado crear, para mostrar al ambicioso y no tan buena persona ser que lleva dentro.

La obra pone en la balanza precisamente ese término que tan a menudo usamos a la ligera, «buena persona». ¿Qué es una buena persona cuando la cara que mostramos al mundo no es la única que tenemos? ¿Y qué es mala persona cuando lo que somos se ha forjado a partir de experiencias de las que no tuvimos control alguno…pero seguimos intentando? Buenas Personas es el tipo de montaje del que uno sale hablando y continúa por horas; que inspira conversaciones sobre las oportunidades, lo involucrada que está la suerte en un golpe de éxito, y ese tan popular concepto sobre si el pobre es pobre porque le da flojera trabajar -que ahora con el tema del becario de Guillermo del Toro ha dejado tan claro en redes que, en efecto, vivimos en un país en donde se considera que la pobreza le sucede al que no le ha echado suficientes ganas.

Más allá del guión de David Lindsay-Abarie que se construye a manera de un waltz, in crescendo de manera angustiante conforme Magos irrumpe cada vez más la vida de Miguel (que para el público observando es como ver unas uñas posicionadas sobre un pizarrón, simplemente esperando el chirrido que te hará querer taparte los oídos, y que sabes es inevitable), es la adaptación de Paula Zelaya y Diego del Río la que merece mucho del crédito, al conseguir regionalizar una historia originalmente contada entre Boston y Massachussets, de una forma tan perfecta que en ningún momento se siente como algo más que un relato enteramente mexicano.

Y el elenco, conformado por maestros del teatro nacional, es una delicia. Arcelia Ramírez se involucra tanto con su Magos, haciéndola tan espécifica hasta en los más mínimos detalles de su acento, que construye un personaje de carne y hueso frente a nuestros ojos, tan erróneo y tan humano que es perfecto. Odiseo Bichir te hace sudar conforme él mismo va perdiendo el control de lo que está acostumbrado a tener en sus manos de una manera sumamente preocupante, y Montserrat Marañón es una bomba de ademanes y one liners que se vuelve una de las piezas más memorables de la puesta. Es, sin embargo, Fabrina Melón, la que se posiciona como toda una revelación, creando al personaje más entrañable y amoroso de Buenas Personas, una mujer que exude naturalidad y carisma, y a la que no podemos esperar por seguir viendo en cartelera nacional.

Si Diego del Río ya se había aventado un home run con su Zoológico de Cristal apenas hace unos meses, con Buenas Personas terminó de ganar el partido y de posicionarse nuevamente como uno de los directores cuyas obras son un must para todo amante del teatro. Una puesta inteligente, digna y contundente, Buenas Personas es más que «buena», es magnífica.

Buenas Personas se presenta Viernes, Sábados y Domingos en el Teatro Milán.