Es fácil dejarse llevar por un título, por un poster, por lo que uno cree saber de una tira cómica, de su autor, o de una película; y Cindy la Regia es precisamente el caso de una cinta que tiene todo en su contra ante la aceptación del público para ser rechazada desde la marquesina, pero escena con escena, sala por sala, se ha dedicado a demostrarle a su audiencia que eso que creían saber de ella, no podría ser más erróneo.

Basada en el cómic de Ricardo Cucamonga, la Cindy la Regia de la pantalla grande hizo algunos necesarios ajustes para poder acomodarse con el humor más políticamente correcto de 2020. Ahí donde la Cindy de la tira cómica es clasista, mamona (porque sí, ésa es la palabra), prejuiciosa, ensimismada y súper whitexican, la del cine es más ingenua, tiernamente blanca, fresa regia al extremo, hasta cierto punto humilde, pero finalmente bien intencionada y más inteligente de lo que la gente la da crédito.

Luego de descubrir que no se quiere casar con su novio de toda la vida ni vivir la vida que sus papás tienen planeada para ella, Cindy huye de San Pedro hacia la capital para acabar de roomie en casa de su prima lesbiana (Regina Blandón), trabajando para Martha Debayle y probando que su ojo editorial no es el de cualquier niña que lee Vogue, y comprobando que no necesita al «niño bien de toda la vida Garza de la Garza» para ser feliz más allá de las apariencias.

Cindy la Regia es una película con humor. Tal vez no precisamente el del cómic, aunque la inspiración Cucamonga se siente en muchos diálogos, pero sí el de memes, tuits y tik toks que hacen burla de lo provinciano vs lo chilango, de lo heteronormado vs lo queer, de lo hipster vs lo tradicional, de la moda a la Carrie Bradshaw (que series como Gossip Girl y Pretty Little Liars insisten en forzar), nuestra manera de hablar «¿sabes cómo?», lo millennial, lo centennial, las tendencias de belleza, la familia tradicional, vaya, hasta Martha Debayle se burla de ella misma.

El guión de María Hinojosa se siente ligero, divertido, emotivo y fresco sin necesidad de caer en clichés que venimos arrastrando de los 90, o estereotipos misóginos, clasistas u homofóbicos que el cine mexicano parece no haber aprendido a superar. Las bromas se leen incluyentes, aquellos que nos sentimos reflejados de una u otra forma dentro del universo que Cindy la Regia retrata nos sentimos parte del chiste y no el punchline.

Pero quizá lo más bello de la película sea el trabajo de los directores, Catalina Aguilar Mastretta y Santiago Limón, con su elenco.

Uno que, a diferencia de otras tantas películas donde hay una clara carta fuerte y varios eslabones débiles, todos y cada uno de los actores en la película se sienten nivelados, poniendo sobre la mesa su mejor trabajo, y cada uno igual de gracioso y encantador que el anterior. Cada uno con su momento para brillar, y su momento para dejar que el otro brille.

Desde Ceci de la Cueva, que debuta en cine en un papel chiquito, pero que logra despertar la fantasía de la frienemy perra y en puntas, hasta Diana Bovio y Roberto Quijano que hacen una dupla de carcajada digna de Stanley Tucci y Emily Blunt (y para los que hemos experimentado el mundo editorial desde adentro, hilarantemente representativa); Isela Vega a la que Catalina Aguilar Mastretta nos vuelve a presumir como la abuela que cualquier mexicano querría tener; Regina Blandón que a estas alturas es francamente efortless, y Giuseppe Gamba que exuda carisma y se vuelve un interés romántico tan encantador como cualquiera de Hugh Grant.

Y al centro de todos ellos, Cassandra Sánchez Navarro, una actriz que apenas hace unos meses vimos debutar en Sugar el musical en teatro, y que ahora con su entrada al cine llega pisando con el pie derecho y demostrando que viene a conquistarlo todo, medio por medio, formato por formato, con una sonrisa contagiosa y una franca ligereza lejos de cualquier pretención cuya naturalidad se agradece a mares.

Cindy la Regia no se salva de la fórmula, cierto. Como muchas otras comedias románticas sigue las reglas y el paradigma, pero desde un lugar que se siente propio y no tan al pie de la letra, como si de un camino que ha sido trazado con plumón pero rellenado con crayola se tratara. Y su único momento de debilidad llega al final, cuando no se aguanta las ganas de caer en lo predecible, y de algún modo contradice la tesis de «una mujer no necesita más que de ella misma para ser una chingona» y acaba repitiendo el cierre de telenovela que no necesitaba. Pero una cáscara se le va hasta al mejor de los cocineros.

Al final, uno sale de Cindy la Regia sin poder parar de sonreír, queriendo aprenderse diálogos y guardar momentos en la cabeza. Llegaría tan lejos como para decir que este elenco, esta dramaturga y estos directores nos acaban de regalar a la Elle Woods que a la comedia mexicana le hacía falta. Tan icónica y entrañable, y tan malmirada por el prejuicio de quien ni la conoce, tipo.