Una interesante construcción de personajes se queda atrapada en una historia sin mucho avance en El Eterno Verano De La Guerra, donde Lorena Maza (directora) hace gran uso de un elenco espectacular y un submundo noir para crear un universo muy único que se presta a convertirse en una olla express, pero se queda cociendo a fuego medio.

El Eterno Verano De La Guerra

El repulsivo Chicago Club es testigo y laberinto de una serie de historias con personajes rotos incapaces de salir de esta especie de purgatorio, donde el hombre se alimenta del hombre, y el más poderoso domina al vulnerable. Donde un hijo pide abrazos que no recibe sino hasta tocar fondo, un prostituto pierde por completo su identidad, y dos infelices desquitan su frustración con la humillación y el maltrato a un hombre que lo ha perdido todo.

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Hugo Alfredo Hinojosa (dramaturgo) se hace cargo de este cubo de rubik que comienza cuando Saúl (Miguel Tercero) se despide del padre que lo detesta antes de salir a la guerra, creyendo que así va a recibir su aprecio y orgullo, y a partir de ahí abre la caja de pandora a todo aquello que su papá esconde en el sótano de su no tan respetable club nocturno, en el que la trata de personas es el pan de cada día y con dinero se puede comprar incluso la dignidad de una persona.

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Viñeta tras viñeta, Hinojosa va armando a esta serie de personajes de manera intrigante y oscura, presentándonos a una prostituta que fue vendida de niña por una botella de Bacardí al Chicago Club, que completamente deprovista de empatía decide convertir al periodista que intenta rescatarla en una fantasía queer para sus clientes, drogándolo y envenenándolo hasta que él mismo ya no recuerda si llegó ahí como hombre, mujer o quién es; un par de hombres casados con esposas castrantes a los que se les permite «jugar» con un migrante fronterizo, herido y asustado que usan como excusa para cumplir una fantasía violenta; a la esposa del dueño del club, cegada ante una realidad que ya da por sentada hasta el momento en que su hijo regresa de la guerra, dañado al punto de haber retrocedido hasta su niñez donde encuentra sus últimos recuerdos felices.

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Todos ellos tienen mucho para contar, los visuales que los representan y el elenco a cargo de darles vida son definitivamente poderosos, pero ahí donde este universo de castigo griego a la Prometeo encadenado promete una ebullición a la tormenta, la trama comienza a diluirse poco a poco hasta convertirse en poco más que una anécdota. Dejando a personajes volátiles sin mucho que los encienda, parados en su sitio, repitiendo sus vicios una y otra vez sin dar un paso hacia atrás o adelante.

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La creación del Chicago Club, sin embargo, es cruda y estilizadamente sombría. Un trabajo de escenografía, iluminación y vestuario, que sumado a la dirección de Lorena Maza, que trabaja a través de planos para que siempre en segunda y tercera instancia alcancemos a ver el declive de personajes que no están en ese momento en la historia protagónica, le da una vida muy especial a la escena, casi como un zoológico de miseria, donde uno es meramente voyeurista de momentos.

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David Montalvo se roba una de las escenas estelares del montaje bailando entre una bruma de confusión al ritmo de Blondie, transformado en prostituta sin saber cómo llegó ahí, quebrado como marioneta en hilos, que se queda grabado en la memoria; y Víctor Oliveira junto a Elías Toscano se avientan un uno a uno visceral que cerca del final de la obra aumenta el volumen y la potencia del montaje para hacerlo vibrar. El elenco hace lo suyo y se apropia de estos seres malditos para sostener un trabajo que en manos de otros menos capaces se derrumbaría en segundos hacia lo letárgico.

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Entrar al Chicago Club es una experiencia miserable, más no por eso poco disfrutable. Aplastante, sí, pero incluso hermosa desde lo ruin, y bizarramente cautivante como ver a un insecto tratar de evitar ahogarse en un charco, la adevertencia de Dante viene a la cabeza cuando se abren sus puertas: «Abandone toda esperanza, aquél que entre».

El Eterno Verano De La Guerra se presenta de jueves a domingo en el Teatro Salvador Novo del CENART.