Los campistas que disfrutaban de historias de terror alrededor de una fogata, se ven enfrentados contra las suyas propias en En La Noche El Agua Se Agita Furiosamente, una pieza de realismo mágico oscuro teatral que nos transporta a un bosque que se vuelve siniestro, mientras un grupo de adolescentes batalla contra el agobio de una edad donde la soledad pega como golpes de martillo, y uno está vulnerable para que todo tipo de pensamientos lóbregos entren por la puerta grande.
En La Noche El Agua Se Agita Furiosamente no es teatro de terror. No realmente. No como lo entendemos generalmente como experiencias que buscan el susto por el susto y la anécdota espectral; pero sí indaga en los pantanos de lo tétrico y ciertamente lo sobrenatural… aunque incluso eso se podría poner en duda. Principalmente se involucra con la mentalidad de los adolescentes en una edad y un momento donde la inseguridad es tanta, y la vulnerabilidad va acompañada de inteligencia emocional aún inmadura que cualquier bosque se puede convertir en un laberinto de trampas nebulosas.

En un campamento, una joven de nombre Franca desaparece luego de una noche de fogata. Deprimida y considerando quitarse la vida, Franca camina en lo profundo del bosque y hasta el lago donde se topa con una criatura peluda (por lo que lleva puesto, tal vez un campista perdido de antaño) que sin mucha malicia pero con exceso de candidez le confiesa que tiene deseos de matarla. El ente está solo y su única compañía es el espíritu del mismo lago, de modo que conecta rápidamente con Franca, y aún cuando no niega que sigue manteniendo deseos de matarla… también quiere impedir que ella se suicide.

De regreso en el campamento, los dos muy menores monitores encargados de los campistas se han empezado a movilizar para buscar a la joven desaparecida. Su única pista es Negro, el novio de verano de Franca con sus propias nociones sobre el suicidio. De hecho, habían planeado quitarse la vida en pareja. El tiempo empieza a apremiar cuando los monitores se enteran de que los padres de Franca van en camino al campamento conscientes de que algo malo le pudo haber pasado a su hija. Cosa que los arruinaría a ellos y al rector del lugar, un hombre realmente muy poco presente y preocupado por su gente.

Mientras la desaparición de Franca toma foco en el campamento, otras dos historias se empiezan a desarrollar entre los campistas ahora menos vigilados. Por un lado la de una pareja de niñas de menos escrúpulos que curiosidad, que deciden llamarse a sí mismas espíritus del bosque y observadoras de lo que ahí se va llevando a cabo, cuyo observar acaba teniendo consecuencias funestas; y la de Ana, una niña bulleada cruelmente por dos de sus compañeras que busca refugio en un hombre al que ella conoce como el Guardabosques. Sin saber que en el campamento no hay ningún guardabosques. Y que ese ser que le promete estar ahí para ella cuando quiera cobrar venganza cerrando los ojos, pudiera no ser siquiera de este mundo.

Angélica Rogel y Daniel Bretón, co-directores de la puesta utilizan a un numeroso elenco para formar sus paisajes. Los cuerpos de los actores se convierten en escena, en agua y en bosque de forma lúdica y dinámica en un montaje que cuadro con cuadro nunca deja de sorprender, y jamás se repite a sí mismo. La atmósfera, muy ayudada por el trabajo de movimiento de Alan Iván (también actor), y ante todo por un detallado pero melancólico diseño de iluminación, se vuelve un personaje más en La Capilla que realmente envuelve en una sensación que es al mismo tiempo juego, y por otro lado pesadumbre. Y las escenas son preciosas.

Para los instantes más metafísicos, Rogel y Bretón se alejan del efectismo y hacia una teatralidad francamente existencial. Un hombre que desaparece entre las sombras y es capturado una y otra vez por la luz de la linterna que siempre lo encuentra parado en un lugar diferente; el lago personificado que no es otra cosa sino un joven en un impermeable pisando cuerpos que podrían ser olas; una madre escuchando la voz de su hija pero incapaz de verla entre las muchas caras, luces rojas en la oscuridad que se convierten en los ojos de lobos hambrientos. En La Noche El Agua Se Agita Furiosamente pone a prueba lo taciturno y fantástico que puede llegar a ser el teatro en elementos minimalistas y demustra que para retratar lo imposible sólo hace falta imaginación.

El tono de la puesta no es en realidad melancólico, aún cuando en su centro guarda a personajes desesperados, de pronto rendidos, otros más cómicos se mezclan con momentos tiernos, y sí, también escenas de suspenso para hacer de En La Noche El Agua Se Agita Furiosamente una obra de muchas tintas. Que captura la atención desde que prenden la fogata y te mantiene en tensión, siempre maravillado con los visuales, y perturbado por las posibilidades, hasta que se apaga el fuego.

El texto de José Emilio Hernández tiene algo de terror poético. Un sentimiento ansioso que pareciera salir del mismo lugar que el de muchas películas de horror juveniles, pero que se rehúsa a permanecer sólo como un cuento de miedo. Las tres historias en su centro en toda medida podrían ser relatos de fogata en un campamento, y en capturar eso está el mayor triunfo de la obra, pero son también reflejo de una generación, de un aislamiento que muchos conocen o conocieron en una edad más joven, y de una oscuridad que tantas veces pareciera venir de afuera, ocultarse entre las sombras de los árboles, arremeter desde los rincones, cuando a veces lo más atemorizante es lo que nos toca enfrentar al reconocernos a nosotros mismos.
En La Noche El Agua Se Agita Furiosamente se presenta los domingos a las 6pm en Teatro la Capilla.








