Una carismática pieza de docu-ficción con cuatro mujeres verdaderamente capaces de transportarte a un pequeñísimo pueblo en Hidalgo, Los Perros Que Sólo Reconocían Las Enaguas tiene mucho que reflejar de identidad a partir de un hilo que atraviesa estas historias donde la lucha de clase, la migración, el romance fallido y la infancia se convierten en un bordado pintoresco de Manzanitas Cieneguilla.
Mayra Simón, dramaturga y directora, consigue algo muy especial al permitirnos viajar al pueblo de Manzanitas Cieneguilla en Hidalgo desde nuestras butacas en el Teatro Orientación, y aunque en algún momento de su premisa nubla la presencia del pueblo como un origen y una leyenda, sí termina por confeccionar el anecdotario de cuatro mujeres ancianas con mucho que recordar sobre vidas individuales que no se han presentado sencillas. Muertes de amantes, violentos trabajos domésticos en la Ciudad y hermanitos que se cargan como hijos, que para tantas mujeres son el pan de cada día.

Los Perros Que Sólo Reconocían Las Enaguas se nos presenta desde un lugar mítico. Mayra nos coloca en este territorio prácticamente desechado desde la leyenda del por qué ya sólo tiene 12 habitantes y nadie nuevo que nacer. Manzanitas aparece en el relato casi como una ilusión, y lo onírico de su presentación se mantiene en el diseño escénico, pero en la narración es rápidamente intercambiado por una docu-ficción, con muchos elementos de teatro documental que se hace aparente a partir de entrevistas que alcanzamos a escuchar como ecos.

Luisa, Teresa, Maura y Tomasa al centro de la historia son entonces reflejo de estas otras mujeres. Mujeres ancianas y mujeres campesinas, cuyas memorias son a las que Mayra Simón da forma para armar con ellas un pintoresco compendio que, de forma muy literal, eventualmente encuentra la manera de hilar frente a nuestros ojos en un bordado precioso y gigante que pueda incluirlas a todas, porque ellas son cuatro, pero ellas son muchas.
Ahora éste no es un drama sobre precariedad y discapacidad, muy por el contrario, este collage de momentos y recuerdos tiene un sabor alegre y despreocupado, más como una celebración a estas vidas enfrentadas contra la dificultad pero resilientes, que un drama victimizado. Edna Rodríguez, Sharim Padilla, Araceli Martínez y Fabiola Villalpando crean a mujeres ante todo carismáticas, cuyas cicatrices se han convertido en victorias, y cuyas anécdotas se podrían escuchar a la luz de una fogata para acabar en risas y baile. Mujeres que, al final, del pasado tomaron sin sabores para hacer con eso agridulce en vez de amargo.

En estricto sentido la progresión dramática no es realmente esencial, y no pareciera haber urgencia, misión o la transición de un arco dramático. Mayra centra su relato en lo anecdótico. Como gotas de momentos que si bien pintan una parte significativa de aquello que quiere mostrar, no pintan una imagen completa. Y más importante aún no cumplen con la promesa de retratar Manzanitas como pueblo. Los Perros Que Sólo Reconocían Las Enaguas funciona porque es muy fácil enamorarse de sus personajes, porque uno quiere escuchar lo que las cuatro mujeres tengan que narrar, como uno quiere escuchar a sus abuelitos hablar por horas.

Cuestiono, sin embargo, la decisión de configurar al elenco entero a partir de mujeres jóvenes y no racializadas, que aunque de forma simpática, no dejan de imitar de manera constante el acento de la mujer campesina de pueblo. La representación no es un elemento que forme parte de la puesta, y me conflictúa pensar que el disfraz tal vez sí lo es. Cosa que no le quita nada al sólido trabajo de las cuatro actrices que más allá de toda decisión de dirección, tienen una propuesta clara y una entrega que consigue capturar, encariñar, hacer reír, romper y sanar ahí donde se necesita.

Los Perros Que Sólo Reconocían Las Enaguas brilla de manera paulatina en su propuesta escénica. Ricardo Salgado, escenógrafo e iluminador, nos presenta una tarima y dos aros, que a su vez se van movilizando para crear una serie de figuras y escenarios que para cuando se convierte en bordado es claro que se tenía guardada su mejor carta y su capacidad de maravillar en el momento correcto bajo la manga. Un visual que no para de regocijarse en colorido y una cualidad costumbrista, que no es sino para despedir la puesta que se depoja de atavíos para volverse blanca, limpia y pura como si pudiéramos ver a Luisa, Teresa, Maura y Tomasa ser niñas de nuevo antes de cruzarse con la vida.

Para Mayra Simón es un trabajo que se nota personal, y se siente cariñoso. Al final, pasar la tarde con cuatro mujeres que encantan al hablar y están repletas de historias que mueven, no es una mala tarde que pasar. Los Perros Que Sólo Reconocían Las Enaguas tal vez no nos lleva a conocer Manzanitas, sino toca la puerta de cuatro casas en específico, pero ésas que toca son maravillosas y extraordinarias en su propia capacidad, y finalmente un documento vivo sobre las mujeres en un pueblo, que son las de otros tantos pueblos, en un México repleto de pueblos, donde aterrizar sano y salvo en la vejez en la que ya te puedes reír de eso que te pasó hace años, es una prueba de fortaleza y adaptación.