La incipiente relación entre un oyente y un no oyente busca aclarar que para entender al otro no hace falta meramente hablar la misma lengua o poder oír con los sentidos, sino estar abierto a escuchar y procesar lo que el otro tiene que decir, sin importar de qué manera lo haga. Manual Básico De Lengua De Señas Para Romper Corazones es una tierna rom-com abanderada como una pieza de inclusión y diversidad como pocas.
Quiero dejar una cosa en claro: me parece que Manuel Básico De Lengua De Señas Para Romper Corazones debería ser celebrada por lo que es. Una obra involucrada en contar estas historias de pronto en los márgenes, con un elenco que no meramente las interpreta, pero las vive y habita todos los días de sus vidas. Es una historia LGBTQ y una historia de personas con discapacidad, y ambas, que no se nos olvide, son importantes de visibilizar y escuchar.

Habiendo puesto eso en claro y lo mucho que aplaudo acercamientos como el de este montaje a una diversidad e inclusión muy honestas, el texto del español Roberto Pérez Toledo tropieza en crear personajes que hagan sentido con la historia que está contando, y la dirección de Joserra Zúñiga para la puesta en México no consigue crear chispas entre un Jaime y un Lucho, que aunque representativos de tantas personas allá afuera, en La Teatrería no invocan ningún tipo de química y se notan demasiado secos y distantes para una pareja que tendría que enamorarnos primero que nada.

Un invierno, Jaime y Lucho se conocen. Jaime, oyente, Lucho, no oyente. Lucho lo único que quiere es sexo pasajero y está convencido de que una relación entre una persona oyente y una sorda jamás podría funcionar; Jaime, por su parte pareciera querer lanzarse con todo a intentar algo serio, aunque sus razones también tengan algo de egoístas. Cierto, al principio Jaime se presenta torpe en su manera de tratar la discapacidad de Lucho y termina haciendo o diciendo lo equivocado varias veces en ese primer encuentro, cosa que comprensibilemente pudiera tener a Lucho poco interesado. Pero aún así se deciden a intentarlo.

Lo que en un princpio pareciera que pudiera ser la historia de dos personas que simplemente y sencillamente no hablan la misma lengua ni están dispuestos a comprometer para entenderse, en Manual Básico De Lengua De Señas va tomando un camino que desequilibra la balanza cuando empieza a ser problemático que Lucho se niegue a salir del clóset con su familia y sus amigos, e insista en mantener su relación con Jaime en secreto. La cosa se complica cuando decide huir de su casa, pero sin tener mucho dinero ni otro lugar a dónde ir, termina por instalarse con Jaime y su roomie otaku, donde el peso del secreto comienza a ser cada vez más evidente.

Y le llamo problemático porque en ese momento Lucho pierde la batalla de lo empatizable. Jaime, cuyo mayor defecto dentro de la relación es cuestionar la profesión de Lucho (es jardinero cuando estudió para diseñador) todo el tiempo hace lo posible por encontrarlo en un punto medio: aprende a hablar en lengua de señas, le abre las puertas de su casa, le deja claro que el dinero no será problema, se porta siempre cálido y cariñoso con él, y sí, lo cuestiona sobre su miedo a salir del clóset y de manera muy comprensible le ruega que lo deje de esconder como algo que le avergüenza, pero en muchos sentidos es una pareja presente. Lucho responde a todo esto como haría un adolescente desesperado con sus papás, con absoluto hartazgo y en eterna agriedad al punto en el que es difícil entender por qué Jaime habría de querer estar con una persona que claramente no siente lo mismo por él.

La balanza continúa perdiendo peso cuando la hermana de Lucho se aparece en escena para rogarle que vuelva a su casa y hacerle saber que, aunque él no le ha querido decir, ella básicamente está consciente de que es gay, lo acepta, lo quiere y pretende ayudarlo a salir con sus papás para que sea lo menos incómodo posible para él. Como con Jaime, Lucho reacciona de forma sumamente inmadura y pesada a lo que en cualquier otro lado entenderían como palabras de comfort, y exasperado le pide a su hermana que lo deje en paz. Pérez Toledo hace muy difícil que podamos ponernos en la esquina de Lucho que insiste en reaccionar una y otra vez con la gente que más lo quiere desde el enojo, el mecanismo de defensa y el hermetismo. Que no tendría nada de malo e incluso haría interesante y complejo al personaje, si no fuera porque el texto pareciera querernos convencer de que en esta relación, son dos los que están teniendo un problema de comunicación. Cuando no. El problema va de un sólo lado.

La falta de ancla entre Jaime y Lucho queda aún más en evidencia porque durante toda la obra las interacciones de Lucho con el roomie heterosexual y otaku resultan mil veces más tiernas y conectadas. En un momento de la puesta, Jaime cuestiona a Lucho y le dice: «Lo quieres más a él», casi como un juego, y Lucho reacciona negándolo rotundamente. Pero uno puede entender por qué se lo reclama. En efecto, y para cualquiera que lo vea, Lucho tiene mucha más química con el mejor amigo de su novio que con su novio. Con el otro se nota entretenido, agradable y cálido, y con Jaime jamás pierde el gesto de desesperación y fatiga, cosa que también pudiera ser decisión de Joserra Zúñiga como director, pero como fuera, no construye ningún tipo de amor recíproco entre los protagonistas.

Sin spoilear, el final llega de manera sorpresiva, una resolución que sucede fuera de escena para Lucho de la cual jamás nos enteramos, ni somos conscientes del evento canónico que lo llevó del punto A al punto B, pero Roberto Pérez Toledo está consciente que está escribiendo una comedia romántica y no puede esperar por arribar al final feliz, aunque eso implique saltarse la parte de suturar los puntos y huecos que dejó abiertos.
Manuel Básico De Lengua De Señas Para Romper Corazones entonces no termina por explotar su propia premisa. Hay un momento muy interesante en el que Lucho explica que para la comunidad sorda la información que hoy en día tenemos sobre la gente queer no está tan disponible y de fácil acceso como para los oyentes. El punto me parece de lo más relevante e importante, pero como con tantas cosas, más allá de la mención, la obra nunca se molesta por realmente indagar en el asunto. ¿De qué manera el no oyente vive la homosexualidad que pudiera ser distinta a la del oyente en términos de recepción social? Me hubiera gustado que la pregunta se contestara en serio. Y más allá de eso, que el texto realmente se adentrara en explorar cómo se ve un problema de comunicación que supera voz y oído.

El elenco, conformado por dos actores oyentes, Martín Barba y Sergio Velasco, y dos no oyentes, Moisés Melchor y Socorro Casillas hacen lo posible por otorgar ternura y comedia a un texto sin tantos picos y valles, pero más aplaudible aún, gran parte de la obra la interpretan en lengua de señas. Cosa que los obliga a desarrollar nuevas habilidades histriónicas que van más allá del poder expresar sentimiento, no sólo con palabras, pero con las muchas texturas de la voz, en la que en esta obra no se pueden recargar. Los cuatro consiguen expresar desde un lugar que, al menos para dos de ellos, debe ser una herramienta nueva, tanto así que a pesar de que para la obra se proyectan todo el tiempo subtítulos (para oyentes y no oyentes por igual) uno podría bajar la mirada y enfocarla en los actores y aún así entender el entero de sus emociones.

Tal vez algo en la adaptación de Manual Básico De Lengua De Señas Para Romper Corazones perdió entereza al llegar a México -en España, la puesta ha sido sumamente exitosa- y no está cimentando del todo el cariño que deberíamos notar entre Lucho y Jaime que eventualmente tendría que resultar victorioso por encima de todo, pero como expuse al principio, aún si el texto no consigue configurar una comedia romántica que arranque suspiros, risas y alguna que otra lagrimita, la obra hace otra cosa mucho más importante. Y lo hace desde el lobby del teatro, porque los productores se aseguraron de tener a todo el staff listo para recibir y poder comunicarse con una audiencia no oyente. Nos trae historias tantas veces invisibilizadas, y da trabajo y exposición a gente que les puede dar visibilidad desde la experiencia propia.

Se ha dicho mucho y se tendría que decir más: la representación importa. Y este granito de arena no pasa desapercibido. Su labor en la creación de espacios teatrales más diversos e inclusivos se aplaude y se agradece, y al final, un romance queer sobre el miedo a perder a tus seres queridos por mostrarte como eres, nos sigue resonando hoy en día. No debería, pero lo sigue haciendo. Allá afuera hay muchísima gente que puede encontrarse en los personajes de este relato, y siempre que lo sigan haciendo, será importante que el teatro se levante y diga, yo te escucho, te abrazo y comparto tu historia.