El clásico de García Lorca, La Casa De Bernarda Alba, recibe un tratamiento musical over the top con este revival del éxito de Alexandro Celia, ahora producido por Mauricio Roldán, que conjunta lo oscuro del texto original con lo inflado del teatro musical, para entregar una experiencia inimaginable que a pesar de incluir elementos que parecieran chocantes, funciona y funciona muy bien.

Es curioso pensar en La Casa de Bernarda Alba como un musical, suena más a experimento o a capricho que a una fusión natural, a pesar de que ya también se han hecho óperas basadas en el mismo texto. La dramaturgia es larga, de tres actos que cubren ocho años, llena de refranes que la vuelven costumbrista y una prosa muy de su época, sumamente española, cargada de símbolos y una crítica puntual a la misoginia de inicios del siglo pasado. No es forzosamente el texto más adaptable a la usual ligereza del musical.

La Casa de Bernarda Alba, el musical

Sin embargo hace más de 20 años, Fred Roldán, acompañado por el director y compositor Alexandro Celia eligió a Federico García Lorca para probar con un musical que se regocijara en el melodrama, y le otorgó otra cualidad sorpresiva, un elenco enteramente masculino interpretando a personajes femeninos. Celia, entendiendo que el razzle dazzle no iba a poder ser opción para este cuento trágico, se armó de baladas de imponencia setentera, tangos y hasta flamenco para darle un toque latino muy único al musical, y la capacidad de sonar potente, sin perder lo escénicamente juguetón del género, o de caer en una parodia drag.

La Casa de Bernarda Alba, el musical

Ahora es el hijo de Fred, Mauricio Roldán, el que revive aquella puesta con su Bernarda Alba original (Jaime Rojas) y un nuevo elenco para otros varios personajes y apuesta por este tasciturno relato: Después de enviudar, la severa Bernarda Alba decide encerrarse junto con sus hijas en su casa por ocho años para guardar un luto absoluto. Devota hasta la médula, enormemente preocupada por el qué dirán y dura en ausencia de una figura masculina que tome el puesto de autoridad, mantiene a sus hijas sometidas bajo la amenaza de castigo. Todas vírgenes, todas con muy poco conocimiento del mundo allá afuera.

La Casa de Bernarda Alba, el musical

De entre sus hijas sólo Angustias, la mayor, tiene esperanzas de salir de la casa. Hija de un matrimonio anterior, su padre la ha hecho adinerada con una herencia que el resto de sus hermanas no tienen; razón por la cual ha empezado a ser cortejada por el mucho más joven que ella, Pepe el Romano, que más que por amor es movido por codicia, mientras que en secreto desea fervientemente a la hija menor de Bernarda, Adela, la rebelde entre las cinco, incapaz de aceptar su lugar sólo porque se le ha dicho que es el que le corresponde.

Años de encierro, el dinero y la posibilidad de escape de Angustias crean entre las hermanas un rencor cada vez más palpable que las pone en guerra dentro de la casa, siendo Poncia, la nana de todas, la única capaz de mantener la paz, aún cuando su estrato social la coloca en una jerarquía menor que la famiia, cosa que se le recuerda constantemente. Ella es la criada y en presencia de Bernarda, nimia, a pesar de su eterna lealtad.

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Conforme el calor del verano aumenta, y las sábanas de las hermanas comienzan a hervir con deseo y una necesidad lujuriosa, Adela mueve sus piezas para encontrar la tan deseada liberación, llamando a la traición e inevitablemente a la tragedia dentro de la casa.

El musical está escrito con amor y respeto a Lorca. Desde la inclusión de una referencia al Romance Sonámbulo con «Verde que te quiero verde», color que por cierto representa libertad y no es casualidad que sea Adela la que lo mencione; hasta el mantener de las frases más famosas de la dramaturgia original, desde el icónico grito de «¡Silencio!» y hasta la ardida frase «La que tenga que ahogarse que se ahogue». Pero a eso mismo Celia le sube el volumen hacia el camp y juega con un estilo que conocemos bien en México, el de la telenovela.

La Casa de Bernarda Alba, el musical

La Bernarda Alba de Jaime Rojas es una villanaza digna de horario estelar. Con lo altivo y fulminante de las damas de sociedad perversas de los melodramas televisivos, eleva lo severo del personaje original hacia lo dominante y sádico. Jaime Rojas la interpreta con una presencia magnífica. Un temple que paraliza la escena cada que aparece al lado del bastón que usa para someter a su familia. Y una voz profunda y retumbante que hace de sus momentos cantados una explosión de imponencia, que asoma muy a lo lejos, un cachito de la humanidad que perdió al enviudar.

La Bernarda Alba de este musical tiene momentos dignos de Soraya Montenegro y Catalina Creel, sí, pero al mismo tiempo sostiene algo que para Lorca era fundamental: la masculinidad. La entera razón de su entrega hacia lo autoritario gira en torno a la falta de un hombre en casa que pueda ocupar la posición que en esos tiempos se creía necesaria para el buen manejor de un hogar: la mujer tenía que ser sumisa, y el hombre obedecido, pero a falta uno, es Bernarda la que toma el mando y decide, desde un lugar que le parece el correcto, asumir el rol para sus hijas. Para no dejarlas solas en un mundo en el que la mujer, que es ciudadano de segunda clase, no puede manejarse por si sola. Bernarda Alba, entiéndase, no es en realidad una villana desalmada, pero una madre sin mayores recursos.

La Casa de Bernarda Alba, el musical

El resto del elenco es vocalmente brillante. Voces perfectas para armonías que a momentos cargan la solemnidad de lo eclesiástico, sin forzosamente caer en lo gregoriano, pero sí en ese sonido piadoso; y cuando Celia suelta las melodías lentas para probar con percusiones más coreográficas, Mauricio Roldán como Adela se luce bailando con garra y entrega digna de esa pasión que exuda su personaje. El juego de abanicos constante entre todas es un recuerso que más allá del visual femenino y recatado de epoca, otorga un estruendo que mueve mucho de la tensión en la obra para agudizarla.

La Casa de Bernarda Alba, el musical

Pero al final es el mismo Alexandro Celia el que se lleva el montaje. No como director o dramaturgo, curiosamente, pero como actor. Como Poncia, la nana, su personaje hace latir la casa, y su momentos pasan de lo sabio, a lo cómico de carcajada, y al drama de la culpa. La belleza de la interpretación de Celia radica en que no se le ve actuar, él simplemente se transforma en una anciana. Más allá de toda caracterización y sin necesidad de elementos fársicos, Poncia está presente cada que abre la boca como si viviera ahí mismo fuera de las páginas. Como muchas ancianas de esa índole que seguramente conocemos, con verdad, naturalidad, y un comedy timing preciso, acompañado de una gran voz que hace del cierre del primer acto uno de los momentos cúspide de la obra.

La Casa de Bernarda Alba, el musical

Visualmente sí se deshechan muchos de los símbolos planteados por Lorca, esencialmente en la transformación del color blanco con el paso de los actos, y se adopta un estilo más gótico en escenografía, iluminación y vestuario. Una enorme cruz decora el techo de la casa de forma agorzomadora, mientras pilares en ruinas y barrotes en las ventanas transforman el hogar en una cárcel decadente. Y es el color azul el que toma protagonismo, cargado hacia lo romántico y melancólico, mientras las velas siempre prendidas nos recuerdan que las llamas en los pabilos no son el único fuego que amenaza con quemar La Casa de Bernarda Alba.

Es curioso pensar que hace casi cien años, por su tono costumbrista a La Casa de Bernarda Alba se le consideró poéticamente realista, porque el musical en el Wilberto Cantón es todo menos eso. Desbordado y grandilocuente, de momentos enormes y actuaciones poco contenidas, hay una cosa que es imposible no admirar de esta pieza de teatro, y es que una vez que se abrazó la locura del concepto no se hizo a medias. Celia, Roldán y el resto de los involucrados tomaron su idea y la llevaron hasta las últimas consecuencias, entendiendo que su versión no podía sino brillar en lo agigantado, y se abanderaron con eso.

La Casa de Bernarda Alba, el musical

Hoy, La Casa de Bernarda Alba, el musical, se tiene que disfrutar desde ese mismo goce de lo exuberante. Son hombres, interpretando a mujeres, de una pieza clásica escrita para señalar el machismo de una época, sobre el poder, la envidia, la lujuria, la avaricia, la opresión, con canciones reverberantes y danza expresiva sensual o dramática, llena de anhelo, de giros y cargadas, y un vestuario que para el final tiene a Adela en un tocado digno de virgen de altar. No es el teatro de Lorca, pero Lorca admiraría el factor queer inevitablemente incrustado en el montaje. Es un grito que no se molesta por susurrar, y en su estilo que no pide permiso ni perdón es fuego.

La Casa de Bernarda Alba, el musical, se presenta martes y miércoles a las 8:30pm en el Teatro Wilberto Cantón.