La obra que sacudió la Muestra Nacional de Teatro, Otto, te sumerge en un cuartito de muñecas y psicopatía desde el Foro 4 Espacio Alternativo del Helénico, donde te mantiene atrapado, secuestrado quizá es mejor palabra, pendiente de un brutal performance que incomoda hasta la médula y se cuelga a tus hombros mucho después de haber terminado la obra.

Es complicado hablar de Otto porque el texto es poco (en términos de que hay más acción que palabras) y el terreno minado de spoilers es mucho y peligroso; pero basta con decir que en este monólogo inmersivo, el personaje protagonista se presenta como un inocente narrador, un amante de las muñecas y las telenovelas mexicanas, orgulloso de su conocimiento en divas de la televisión noventera, que rompe la cuarta pared desde el segundo uno para entablar una relación con el público.

Otto, un hombre en el espectro, dañado, reprimido y adolorido por un pasado que desconocemos, pero podemos intuir, poco a poco va mostrando sus verdaderos colores, abriendo maletas y utilizando los objetos a su alrededor, para desahogar su lado más oscuro, mientras escucha arias y pone a luchar su instito contra su crianza de manera estilizadamente grotesca, para de pronto regresar a su centro e invitarle un pedazo de pastel a la audiencia anonadada.

De otro crítico escuché la frase «un monólogo de terror», y la voy a retomar.

A Otto lo conocemos. No porque lo tengamos cerca, con suerte, pero porque la ficción lo ha retratado muchas veces, y la realidad nos ha aterrorizado con él por años. Desde Hitchcock y hasta Jonathan Demme, Otto no está solo en su compulsión; pero lo que los directores de la puesta, Alejandro Velis e Isabel Romero, logran es transformar su incipiente oscuridad en arte. Curiosamente en belleza.

A través de máscaras y figuras, Otto nos recuerda las distintas caras del ser humano. La social, que puede convivir y conversar entre gente como una fachada, no forzosamente una mentira, pero tampoco una realidad del todo; la impasible, que nace del deseo y no se perturba con lo que el cuerpo pide porque sabe que no puede ser aplacado; y la animal, la que ha soltado las riendas y después de celebrar el instito permanece temblando aún bañado en adrenalina.

Honor a quien honor merece, Oscar Serrano Cotán, actor y dramaturgo, consigue transitar entre las tres de manera magistral, y entrega en 60 minutos la que es probablemente la mejor actuación del año. Comprometido hasta el límite con su personaje, Óscar es un huracán en el pequeño escenario del Foro 4. Apabullante, hipnótico, impactante. Quitarle la vista de encima es imposible. Y cuando crees que Otto no puede estar mejor realizado, lo esconde para llevarlo a este lugar de máscara y trabajar meramente desde la corporalidad, y logra hacerlo aún más perturbante, aún más helado.

Es sorprendente que viniendo de una fantasía tan sombría, Otto termine por ser un unipersonal inmensamente hermoso. Como un ballet. Como el cisne negro, quizá. Es la psyque del personaje la que provoca reacciones viscereales en el público, pero no los visuales tan grandiosos, tan teatrales: las máscaras, las muñecas, el provocativo vestuario, la música, de pronto, sí, roto por uno que otro momento de agresión real.

Otto es inesperada y es fantástica. Y después de verla, Oscar Serrano Cotán se vuelve figura central en la oferta teatral mexicana, qué hace ahora y qué hará después, son preguntas cuyas respuestas temblamos por poder contestar.

Otto se presenta hasta el 17 de abril en el Foro 4 Espacio Alternativo del Helénico sábados y domingos.