Cuando el amor entra en el panorama se abren las puertas del caos, al menos así sucede para las cuatro protagonistas en Prisma, un frenético montaje cargado con la adrenalina de una pasión que nunca deja de sentirse inconclusa, que en manos de sus directores Elisabetha Gruener y Clemente Vega se convierte en una danza compulsiva desde la mirada femenina al deseo transformado en necesidad, celos y sacrilegio.
Entrar al universo de Prisma es como pasar por un túnel de luces de colores y hacia una realidad hiperactiva y ansiosa. Y es todo parte de la visión de Clemente Vega y Elisabetha Gruener que, curiosamente, ella misma ya había formado parte de un montaje de «Prisms» de la escritora Signe Ebbesen para la directora Natasha Biggs en el extranjero, y que ahora con su propia recreación del texto para México imprime un sello muy único en una puesta que a pesar de hablar de un tema muchas veces explorado, consigue sentirse particularmente única.

Sus cuatro actrices no pueden parar de moverse y posar como impulsadas hacia esa imagen de cierta perfección, o tal vez, ilusión de perfección, feminidad, sensualidad y control de las modelos en revistas de moda. Como si su existencia fuera asumida desde un lugar permformático, ellas presentándose ante las demas, sus propias amigas, desde lo conscientemente fabricado e inevitablemente dramático. Y desde esa danza barroca es claro que estas cuatro mujeres nombradas con los colores de una temperatura que van asumiendo con el paso de la trama están dominadas por su propia compulsión.

La trama, sin embargo, es mucho más sencilla y directa, y no tan fuera de la caja como el concepto de dirección. Cuatro amigas que co-habitan en una casa, despiertan después de una noche en la que las cuatro han tenido su diversa dósis de pasión, para remembrar dónde está parada cada una en términos amorosos. Carmina (Luisa Guzmán), en rojo encendido pareciera estar obsesionada con la idea de encontrar a un hombre y hace lo posible por provocar encuentros aunque sean incómodos, mientras Azul (Sharon Ayón) del otro lado del termómetro tiene una visión mucho más distante y despreocupada de sus encuentros.

Aún cuando pareciera guardar el secreto de haber mantenido relaciones íntimas con dos de sus roomates. Lila (Analucía Santibáñez) que pareciera compartir su sentir más frío y calculado sin caer forzosamente en el desapego de Azul, y Jade (Fabiola Villalpando), menos necesitada que Carmina, pero igualmente esperanzada de un amor que, al menos por el momento, recibe como compañía por parte de su mascota guajolote.
La sana convivencia se ve amenazada cuando las cuatro se encuentran una misteriosa carta en la casa con las palabras «Te amo» y sin remitente. La carta debiera estar dirigida a alguna de ellas, o al menos eso pareciera. O tal vez…¿alguna de ellas la escribió? Las amigas deciden entonces conjurar un ritual para Afrodita buscando respuestas, pero conforme dejan fluir la pasión, el deseo y la obsesión, también destapan máscaras y mentiras para invocar desastre dentro de la casa y poner a prueba la estabilidad y relaciones en el grupo.

Lo que tiene este montaje -en realidad contenido- de Prisma es que nunca deja de sentirse a tope. Es energético e intrigante de principio a fin, y lo suficientemente corto y dinámico para jamás perder ritmo. El riesgo que toman Gruener y Vega al hacer de una bola de billar un balón de baloncesto se prueba rápidamente como una decisión que sale de lo truquero y hacia lo efectivo, en gran medida, por supuesto, impulsada por un elenco de cuatro actrices a las que es adictivo ver perder el control.

Analucía Santibáñez, Fabiola Villalpando, Luisa Guzmán Quintero y Sharon Ayón aprovechan lo irreverente de esta perspectiva al amor y la amistad de descontrol y crisis para jugar sí, por un lado con la comedia, que permea mucho de la puesta sin ser forzosamente el único tono, pero también con la falta de filtros para soltarse hacia un dinamismo escénico al que rara vez una actriz se enfrenta en teatro, donde la libertad de estallar pareciera vibrar constantemente en el aire, aún cuando ellas eligen perfectamente sus momentos para romper con todo.
Les digo desde ahorita, la voz de Fabiola Villalpando escupiendo la palabra «¡Gorgotea!» se queda contigo mucho después de terminada la función. Y eso tiene algo de mágico, el que de una manera tan inmediata Prisma consiga colocarse en el status de memorable.

Y aún cuando en realidad la escena es una caja negra con una escalera, tela y manzanas, como una imagen salida de una pintura de bodegón, otro guiño más a la posada idea de control y cuidado, a la naturaleza muerta de pronto relacionada con lo ritual, la obra consigue hacerse de un estilo inmediato y una personalidad muy clara que no requiere de elementos externos. Al contrario, el vacía y la negrura balancean lo muy recargado de un trazo que ya por sí solo es una tonelada de presencia.

Tiene también mucho de emocionante el que Ebbesen nos presente este caleidoscopio, precisamente prisma, de visiones femeninas, tantas veces enclaustrado en una sola manera de recibir y entregar el amor por parte de las mujeres, que aquí se arma justo como una escalera, una pirámide, donde cada una de ellas, parada en un diferente escalón, resulta representativa de una perspectiva ajena, incluyendo aquellas que solemos dejar como exclusivas de los hombres en un intento por mantener estereotipos de género que piden de la mujer la calidez, lo maternal, monógamo y fiel, mientras permiten a los hombres una mayor libertad y capacidad de disfrute de su propia sexualidad.

Prisma pide de la audiencia que se sume a lo esquizofrénico. No es un montaje tradicional, no en términos experimentales, pero sí en su capacidad hiperbólica que no va del 0 al 100, más bien jamás baja del 200; pero una vez que el público entra en la licuadora el remolino es constante, la sorpresa jamás deja de asomarse, y lo mucho que estas actrices van perdiendo la cabeza… y, bueno, no sólo las actrices, se vuelve entera parte de la gran incógnita de la obra que se vuelve un ¿a dónde va a parar? Y lo que tiene Prisma para respondernos es quizá el último «¡Por supuesto!» más gratificante de todos.
Prisma se presenta los martes a las 8:30pm en el Espacio Urgente 2 del Foro Shakespeare.