Señorita Julia conjuga un texto inteligente con un montaje barroco y apabullante que, definitivamente, no va a ser para todo mundo.

August Strindberg escribió en 1888 el texto de Señorita Julia, una larga charla entre, básicamente, dos personajes que pasa del jugueteo, a la ambición, a la pasión, para terminar en juego de poder y desgracia. Un retrato sobre las relaciones de clase y poder, y el lugar de la mujer en un siglo en el que ellas dependían enteramente de los hombres.

Este texto del dramaturgo sueco es el que ahora se presenta en el Teatro Milán bajo la dirección de Martín Acosta y las actuaciones de Cassandra Ciangherotti, Rodrigo Virago y Xóchitl Galindres.

Julia, una aristócrata en una casa en la campiña se obsesiona con uno de sus sirvientes, Juan (que a su vez está en una relación con la cocinera de la casa), un empleado de su padre bastante culto y estudiado para su posición. Una noche de fiesta, Julia decide ponerlo a prueba seduciéndolo y llevándolo del amor a la locura, antagonizándolo una y otra vez, disfrutando del poder que ejerce sobre él y llevando a ambos a una trágica conclusión de la que no encuentran salida.

El texto, aunque brillante, no resulta del todo liviano, y Martín Acosta toma un par de decisiones que lo llevan de lo complejo a lo denso. Con un ritmo que a momentos se sintiera letárgico y una absoluta falta de sutileza en su dirección de actores, la obra se convierte más en una exploración de la locura y la inmadurez emocional que en el juego de poder y seducción que Strindberg pone sobre la mesa.

Con el mismo estilo barroco con el que pide a sus actores gritar los diálogos y gesticular casi en tono de comedia, Señorita Julia se complementa con una escenografía apabullante, un monstruo en tapiz de jungla, que se traga a los actores y se convierte en la distracción principal del montaje. Innecesario también, tomando en cuenta que la obra no toma lugar en la selva, ni en ningún momento se hace referencia a ella.

Sin embargo, Matías Gorlero en la iluminación y Eloise Kazán en el vestuario logran encontrar la modulación en una obra que de otra manera simplemente sería demasiado. Y el mismo Matías, integrando un momento lúdico y meramente metafórico con dos faunos en escena que irrumpen para darnos un momento de pausa a la acalorada discusión entre Julia y Juan, para representar el deseo sexual y la liberación del mismo, nos regala la escena más memorable de la obra y una lectura del texto que se siente muy suya.

Rodrigo Virago, como el sirviente llevado a la desesperación, resulta toda una revelación y se conduce como el verdadero protagonista de una obra que no lleva su nombre, con sutiles temblores en los dedos y enrojecidos arranques emocionales, se vuelve el personaje al que no le puedes quitar la vista de encima; mientras Xóchitl Galindres, como su pareja, otorga serenidad al montaje y se siente como una boya sobre el escenario, y Cassandra Ciangherotti se convierte en el espejo de la visión de Martín Acosta, llevada a lugares más estrafalarios que arrogantes como una Señorita Julia que se comporta más como una niña con un capricho, que como una mujer con un objetivo.

Señorita Julia es un texto que se tiene que conocer y saborear, y aunque la obra en el Milán no es perfecta e insistimos, no será para todo mundo, el montaje tiene valía en defender una visión personal con un estilo que, defintiviamente, no pasa desapercibido.