Rodeada de insectos y aprendiendo la lección de la oruga que se convierte en mariposa, una niña enfrenta las convenciones para transicionar a la persona que realmente es, una alegoría sobre las infancias trans en una especie de Alicia en el País de las Maravillas, donde la familia elegida se encuentra con la familia natural en TIGI, una puesta aún necesitada de mucha limpieza, pero al menos en diseño de vestuario, una absoluta fantasía.

Una compañía queer con una directora y protagonista trans, dispuesta a hablarle a las infancias sobre el complejo tema del género y las formas en las que se puede evitar que se convierta en una prisión, es sin duda un trabajo que tiene que celebrarse. Son pocos los proyectos originales de temáticas trans en México, y muchos menos los dirigidos a un público familiar, y trabajados desde la visibilidad que otorga el que personas LGBTQ se suban al escenario para dar autenticidad a estos personajes que, en un momento como el que estamos viviendo mundialmente, es fácil entender por qué la representación importa. Y tanto.

TIGI, obra trans

Pero así como TIGI tiene el tino de poner un tema de absoluta relevancia y ofrecer perspectiva para lxs niñxs, también es cierto que en los pormenores del montaje aún hay mucho trabajo que hacer para limpiar, editar, corregir y dar foco a un texto (de Alejandra Castro) que llega a caer en la sensación amateur y en el tipo de descuido argumental y visual que sólo provoca que una obra que tiene algo importante que decir no consiga la atención que merece.

Dany está convencida de ser una niña y sólo está esperando que los demás puedan notarlo también; especialmente su hermano que insiste en tratarla como niño, y en reaccionar de forma cerrada ante la posibilidad de que su hermano… tal vez sea una hermana. Pero cuando ambos obtienen la tarea de cuidar la cosecha de su abuela y encargarse de la peste de animalitos (sin matarlos), Dany acaba empequeñeciendo y viajando a un mundo de insectos donde, con una falda hecha de neblina, conoce a la oruga, la mantis, y ante todo a TIGI, una figura mítica del bosque, a veces aliada, a veces antagónica, que la enfrenta contra su propio prejuicio cuando de morir y renacer se trata.

TIGI, obra trans

Finalmente eso es lo que hace la oruga para lograr volverse mariposa, y si no está dispuesta a convertirse en capullo y deshacerse por completo, aún cuando afuera, el peligro de que otros insectos la destruyan durante este paso evolutivo es inminente, jamás podría acceder a su forma final y real. Pero cuando Dany regresa al mundo de los humanos dispuesta a asumirse como la niña que siempre ha sido, su hermano la recibe como si tuviera una enfermedad mental y termina por encerrarla en un psiquiátrico. Cuando ella lo único que quiere es ser ella misma. Y si puede, de paso, ir a la boda de su hermano que tanto le emociona.

TIGI, obra trans

Alejandra Castro invoca una buena metáfora con el mundo de metamorfósis y eterno cambio de los insectos. Animales que pertenecen a la naturaleza, ésa en la que los críticos del género se recargan para enfrascar la biología bajo sus propios términos. Cuando en la vida real, no es sólo la mariposa la que comienza siendo una oruga, pero el mismo caracol no funciona bajo ningún término binario de género, sino algo más cercano a lo intersexual, y sí, la mantis prioriza la supervivencia de la hembra que hace del macho su cena para poder reproducirse. Vaya, tantas cosas que son… naturales pero que a tanta gente le resulta tan difícil otorgarle esa misma capacidad fluida al ser humano.

TIGI, obra trans

Alejandra Castro lo hace, y en este pequeño viaje por el hoyo de conejo a la Lewis Carroll que le otorga a su personaje, le permite entender que si de naturaleza hablamos, todo lo que a esta escala nos pasa a las personas es tan natural como lo que allá abajo y hasta microscópicamente viven las plantas y los animales. Pero no termina de delinear sus propias convenciones. Empezando por el personaje de TIGI, un símbolo de la euforia de género y «lo trans» que vive en Dany que no termina de formularse como un personaje completo o de establecer sus capacidades. Finalmente una ilusión mágica que visualmente ofrece algo a la obra, pero dramatúrgicamente y recorriendo la trama se atasca en ser sólo exposición. Y para un niño, finalmente, una figura confusa con una falta de misión.

TIGI, obra trans

Castro se deja distraer por las tangentes en personajes como la Mantis, cuyo aparición en la puesta está relacionada con cuestionar cómo ya sea patriarcado o matriarcado, todo lo que es radical y totalitario termina por ser injusto y desigual, pero que en el cuentito se nos presenta básicamente como una villana cuya presencia nunca resulta necesario enfrentar, y pasado su corto cameo no se vuelve a aparecer, mencionar o evocar algún aprendizaje que haya sido resultado de su encuentro. Finalmente sí, un personaje que también tiene algo que decirnos de los estereotipos de género, pero que para esta historia de infancias trans no termina por cumplir ningún propósito.

TIGI, obra trans

Los huecos en la dramaturgia, sin embargo, se vuelven más evidentes en cuanto Dany regresa al mundo humano. Primeramente con la idea de la boda del hermano, un hermano que bajo la dirección de Annya Atanasio Cadena jamás se da a entender como un adulto, siempre se pinta aniñado, quizá mayor que Dany sólo por un par de años, de modo que resulta de lo más sorprendente cuando se revela que tiene edad para casarse, y ciertamente incongruente con la propuesta de dirección. Pero más allá de eso, luego de que él sea quien encierre a Dany en un psiquiátrico que se nos presenta como una cárcel donde ella está en una literal jaula en la que es alimentada con comida podrida, resulta sumamente complicado que posteriormente el texto pida que no lo villanicemos y podamos empatizar con su confusión.

TIGI, obra trans

Incluso es difícil, viendo a Dany agarrada a los barrotes de su celda con una salchicha con moho a sus pies entender por qué su más grande sueño es asistir a la boda del hermano que la tiene ahí cautiva. Y aún cuando quizá el propósito de TIGI como obra es darle a entender a las infancias que hay que tener cierta tolerancia con los adultos cuando de temas complejos se trata, porque nadie quiere ir por la vida cargando rencores, especialmente contra su familia, hay una delgada línea en esta representación entre que la moraleja sea comunicación y paciencia, o sumisión y permiso al maltrato disfrazado de cariño.

El texto nunca termina de encontrar el formato en el que se siente cómodo, Alejandra Castro no se casa con ningún estilo en particular lo que provoca que de pronto tengamos momentos de narraturgia que chocan con las escenas entre personajes desde la sobreexposición, la redundancia y el mensaje repetido, en una obra que ciertamente no necesita tener a Dany como narradora cuando todo lo que tiene para contarnos de cualquier manera nos lo va a mostrar, y su relato en primera persona no encuentra nada nuevo que aportar a la trama que no se haya dicho antes o se vaya a decir después.

TIGI, obra trans

En el complicado espacio de El77, que es básicamente una recámara color blanco, la dirección de Annya Atanasio Cadena toma una ruta más plana de transiciones incómodas y encuentros arrítmicos, y se recarga enteramente en el colorido de los diseños más visuales para encontrar su lado llamativo. Y es ahí donde toda la creación de vestuario brilla de forma magistral. Un trabajo enormemente detallado, creativo y vistoso que además halla bellas maneras de referenciar continuamente lo mexicano. Y que se nota manual, artesanal y cuidado, tanto así que que provoca que uno se cuestione por qué la atención minuciosa que recibió este elemento no se siente replicada en otros aspectos del montaje.

TIGI, obra trans

A pesar de lo emocionante de las muchas caracterizaciones en la obra, porque son varios los personajes con los que Dany se va topando en su odisea, los actores de la compañía tampoco consiguen construirle personalidades a los muchos papeles de la puesta que se pongan a la altura lúdica y divertida de aquello que este mundo multicolor pretende ser. Y dejan la sensación de que en general a TIGI le faltó juego. Mayor búsqueda y más aprovechar las posibilidades de la fantasía para explotar el potencial que un tema como éste, y un universo que se presta a ser muy único, le ofrece a la parte más teatral del asunto.

Un acercamiento valioso al tema trans, además hablado abiertamente y con esas palabras, cosa que se agradece, que no requiera estar escondido en la metáfora, sino que la obra aproveche su espacio para mostrarle a lxs niñxs una transición. Que es el tipo de franqueza con la que tendríamos que estarle hablando a las infancias si la meta es enterrar el tabú. TIGI tiene claro por qué es una obra importante, ahora falta que el capullo que la envuelve sea igualmente especial y riguroso para que esa oruga que hoy tiene algo pertinente que compartir, mañana sea la mariposa que realmente impacte desde el escenario.

TIGI se encuentra actualmente fuera de temporada en El77 Centro Cultural Autogestivo.