Si viajas a Nueva York este invierno, aquí te decimos por qué Slave Play es la obra que no te puedes perder de la cartelera. Te va a cambiar.

El escenario del Golden Theatre te recibe con un muro de espejos de suelo a techo de modo que la audiencia se ve reflejada desde que llega a tomar sus asientos y hasta que sale del teatro de manera desencajada…y cambiada.

Una metáfora, quizá poco sutil que usa Robert O’Hara (director) para exponernos como sociedad y obligarnos a vernos las caras aún cuando resulta más incómodo, y es que es eso, Slave Play jamás se molesta por ser sutil, muy por el contrario, el trabajo del dramaturgo Jeremy O. Harris es una cachetada, un golpe en el estómago, una obra que se niega a seguir hablando en indirectas, y que levanta un altavoz para ser escuchada aunque duela.

Crítica a Slave Play en broadway
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Curiosamente todo comienza con una especie de comedia esquizofrénica.

En lo que asemeja un plantío en tiempos de esclavitud (¿1860, quizá?), una mujer negra barre tranquila mientras es convulsionada de manera intermitente por música de Rihanna -sí, Rihanna- de la que no tiene más remedio que soltarse a sus anchas y comenzar a twerkear. Su capataz, un hombre blanco y sudoroso, se ve hipnotizado por este desconocido baile que termina por seducirlo.

Crítica a Slave Play en Broadway
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En una segunda viñeta, una mujer blanca de sociedad, obliga a su esclavo a tocarle música de mulatos en su violín porque la excita. Lo desnuda y penetra con un dildo… sí, un dildo.

Y en un último escaparate, un esclavo blanco es acosado por su capataz negro que se burla de su nombre y su posición, denigrándolo hasta arrancarle la ropa y dejarlo en calzones Calvin Klein -sí, Calvin Klein- llegando al orgasmo cuando éste se pone de manera literal a lamerle las botas.

Los pequeños detalles modernistas son un guiño para entender que en Slave Play nada es lo que parece. A pesar de tener momentos brillantes de carcajada y comedia exquisita, la obra poco a poco se va tornando oscura, honesta y salvaje al tiempo que se revela qué es lo que realmente está pasando con estos personajes, y preguntas sobre la realidad racista de un Estados Unidos que se niega a aceptar que el «white privilege» es real comienzan a salir a la luz.

Crítica a Slave Play en Broadway
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La obra no se preocupa por mostrar los horrores de un tiempo que -en apariencia- quedó atrás, pero se enfoca en la evolución del problema hasta llegar a este punto, muy 2019, en el que una sociedad privilegiada se ve amenazada por la mera idea de que el hombre blanco pudiera ser el malo de la historia; y la sensibilidad que ahora nos caracteriza provoca nuevos mecanismos de defensa que resultan igualmente intolerantes, pero pasan por disfrazados de conciencia.

Somos «woke». Entendemos, toleramos, apreciamos, respetamos. ¿Pero sí? Slave Play no viene a señalar con el dedo, no quiere o anticipa una disculpa, pero sí pretende quitar máscaras de pretensión. Y no es una tragedia. No es cruel o históricamente cruda y brutal; es ingeniosa y moderna, extremadamente divertida al punto del dolor de abdomen, y potentemente real cuando necesita serlo, lo suficiente para robarte el aliento.

Crítica a Slave Play en Broadway
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Y ese elenco…¡ese elenco! No hay eslabón débil. James Cusati-Moyer, Annie McNamara y Sullivan Jones son enormemente divertidos (James tiene un monólogo sobre lo que identifica a un hombre como blanco que provoca alaridos de risa y los gestos de Annie son comedia hecha oro molido); mientras que Ato Blankson-Wood y Joaquina Kalukango simplemente te rompen el corazón. Ella definitivamente es el látigo de la obra, y cuando pasa de estar enredado a comenzar a azotar…a azotarnos, es tan poderosa que una vez que termina de hablar, el público no se puede levantar de su asiento.

Slave Play no es panfletaria, es una obra expositoria en su surrealismo, sí, pero una con muchísima teatralidad, entretenida como muchas en Broadway, pero distinta en todos los sentidos. De ésas que te cambian, de ésas que te dejan algo. De ésas que se tienen que ver.

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