Un musical de bellas y poéticas canciones de Serrat, que acompañan más no consiguen narrar una historia situada en el contexto del movimiento estudiantil, donde es un romance prohibido por las estrictas reglas de una madre, y una historia de homofobia interiorizada las que toman foco muy por encima del 2 de octubre. Para la Libertad ofrece música hermosa y un elenco sólido, con un libreto que no termina de contestar por qué es que el México del 68 fue elegido para este relato.

Sucede, porque sabemos que es una trampa del formato de rocola, que muchas veces en estos musicales originales es el score el que toma prioridad por encima de la dramaturgia, y las canciones terminan por decidir qué sucede en la obra aún si el sentido es poco. Para La Libertad no sufre de ese mal, pero cae en un bache aún más grande, el haber elegido el contexto del movimiento estudiantil del 68 sin realmente querer contar mucho sobre el movimiento estudiantil del 68. De modo que el 2 de octubre termina por ser usado meramente a manera de efecto dramático en un relato que perfectamente podría pasar en cualquier tiempo y cualquier década. Y para un evento que le sigue doliendo a un país, usarlo de aderezo para un musical termina por sentirse… incompleto.

Para La Libertad: México 68

En la Academia de San Carlos los alumnos de artes plásticas organizan una fiesta. De fondo, manifestaciones poco especificadas en términos de pormenores y razones políticas comienzan a levantar a un país, especialmente a las personas de su edad. La escuela es el escenario, pero el corazón de la obra se enfoca en una familia. Una madre conservadora y castrante que pretende tener bien amarrada la rienda de sus dos hijos, en nombre de lo aspiracional y el qué dirán, luego de haber pasado por un episodio de infidelidad que busca anular con el ideal de una familia perfecta, aún si ellos mismos están lejos de ser los burgueses que a la madre le gustaría.

Para La Libertad: México 68

Cosa que choca con su hija menor que está enamorada de uno de los alumnos de San Carlos que su madre considera poco meritorio. De él sabemos poco y el musical nunca termina de dar una razón de peso para la enorme negativa de la madre, que simple y sencillamente lo considera menos que su hija (dicho en una parte, por ser moreno), aún cuando sus trasfondos son similares. De modo que la pareja acaba viviendo un romance shakespeariano donde ambos se dedican a evadir la prohibición para poder estar juntos, aunque eso signifique romper con lo establecido.

Y el hijo mayor, cuyo conflicto se enlaza más con aquella infidelidad de su padre, pareciera haber vivido un caso de violencia relacionado con un compañero homosexual, de la misma Academia de San Carlos, del que él presuntamente ha sido parte. Especialmente porque sus reacciones ante dicho compañero son arrebatadas y homofóbicas, y su actuar de manera constante pareciera venir de lo impulsivo y un coraje cuyas bases eventualmente el musical expone si bien nunca termina de desarrollar por completo.

Para La Libertad: México 68

En medio de todo eso, los estudiantes de la Academia se van preparando para unirse a la manifestación del 2 de octubre con peticiones que nunca dejan del todo claras, e historias personales que Para La Libertad jamás se toma el tiempo de contarnos. Un ensamble homogéneo al que es fácil llamar «el alumnado» aún cuando pareciera que la obra sí pretende hacer de ellos personajes con más suelo. Todo lo que sabemos de ellos es que son compañeros de la escuela de estos otros protagónicos cuyas historias son el motor de la obra, y que tienen una larga lista de peticiones sumamente genéricas aplicables a cualquier movimiento civil.

Y ahí es donde el México del 68 pareciera entrar de manera gratuita a Para La Libertad. Un texto de Omar Olvera (también director) que da la impresión de no querer ensuciarse las manos. De querer evitar todo tipo de mención política (y eso incluye el que el nombre de Díaz Ordaz sea mencionado sólo una vez, y ni siquiera por los personajes, sino en la radio), visión violenta o cruel (que en un caso como el del 2 de octubre tendría que ser inevitable), y postura más allá de relatar desde la perspectiva de los estudiantes, pero sin realmente hacer ninguna crítica a lo sucedido desde lo informado en un evento histórico que marcó a un país, y que no tendría por qué ser tratado de manera genérica o tangencial.

Para La Libertad: México 68

De modo que Para La Libertad pasa de Romeo y Julieta a Les Miserables, sin realmente ganarse su escena en la barricada. Porque claro que el musical cuenta con su propia «Do You Hear The People Sing» y su propia «Empty Chairs At Empty Tables», y ambas escenas consiguen un peso musical suficiente para ser sentidas, pero llegamos a ellas sin ningún tipo de tránsito que les permita ser poderosas. Porque el movimiento estudiantil hasta ese momento le ha pertenecido a los personajes secundarios que son nombres sin historias propias, y porque llegado el momento de hundir las uñas en lo sucedido el 2 de octubre, Olvera toma la decisión de cortar su secuencia y saltarse directo al final de la obra, perdiendo todo momentum y evitando concluir los relatos protagónicos que quedan como cabos sueltos al momento de las gracias.

Para La Libertad: México 68

Lo que lleva forzosamente a la pregunta, ¿por qué el México del 68 cuando un amor prohibido por una madre recalcitrante y clasista, una enemistad provocada por homofobia interiorizada, una infidelidad que se vuelve la comidilla de una sociedad juzgona y un caso de policías corruptos involucrados en una instancia de violencia son perfectamente aplicables a cualquier era de este país? Nada en ninguno de los arcos dramáticos se liga de manera directa con lo sucedido el 2 de octubre. ¿Y entonces qué queda? En el peor de los casos, un suceso trágico convertido en efecto dramático, en el mejor, un tiempo de tensión política usado como escenografía.

Ahora, quisiera acalarar. Aún cuando encuentro problemático lo gratuito del contexto, considero que las historias al frente sí son base para una puesta musical, y por sí solas pudieran pararse de manera genial si Olvera les dedicara mayor tiempo para terminar de dibujarlas redonditas, que finalmente no pasa porque el tiempo en escena está dividido y el final trunco. Un segundo acto acelerado que no le permite ni a la mamá ni al hijo, ambos villanizados durante la primera mitad de la obra, recorrer su debido arco de redención que deje a la audiencia empatizar con las personas que nos demuestran eventualmente ser.

Para La Libertad: México 68

Las canciones de Serrat funcionan de manera melódica más no narrativa. Las letras de Joan Manuel, aunque líricas y poéticas, jamás en realidad se ajustan a lo contado de modo que no son capaces de ser realmente incluidas en la dramaturgia, y terminan más por ofrecer ambiente coral que por sumar algo al libreto. A excepción, quizá, de las dos canciones solistas de la mamá donde en efecto la letra de la canción logra llevarnos del punto A al punto B, más que ser una pausa musical antes de regresar a la historia. Con una orquestación que, en términos musicales, termina por sonar plana y pedestre, un musical que definitivamente se ayudaría de contar con momentos acústicos y una sonorización más precisa.

Para La Libertad: México 68

Pero es vocalmente donde Para La Libertad absolutamente consigue brillar y encantar. Los arreglos armónicos suenan preciosos desde un opening alegre que te coloca al instante en el equipo de este grupo de amigos, y hasta una «Cantares», interpretada de forma potente y magnífica por Brenda Santabalbina, que finlamente se convierte en el himno del musical, y el número que da solidez al montaje entero. Un momento francamente merecedor de ovación, que acompañado por las intensas y crudas interpretaciones de Samantha Salgado como la madre (que alterna con Irasema Terrazas) y Santiago Ulloa como el hijo hacen de Para La Libertad un musical que estremece al oído.

Para La Libertad: México 68

La escenografía, diseño original también de Omar Olvera, complementado por Emilio Zurita y Andrés Abad, se levanta imponente en el gran espacio del Nuevo Teatro Libanés. Y aún si un tercer piso pareciera ser innecesario y de altura peligrosa, el visual consigue pintarse como un espacio vivo, una no tan literal Academia de San Carlos cuyos recovecos y balcones se mantienen en constante actividad para siempre darnos algún lugar al cual voltear que permite que estos personajes no sean meramente un ensamble, sino historias desperdigadas por doquier, de algún modo esperando a ser contadas (si tan sólo el libreto se los permitiera).

Para La Libertad: México 68

Para La Libertad: México 68 suena emocionante. Canciones que pegan en lugares sensibles que da enorme gusto escuchar, para los fans de Serrat debe ser un deleite, en un texto que si bien se ha re-trabajado con anterioridad, en este revival aún no consigue sentirse final y completo. Historias que intrigan y pesan lo suficiente para hacer con ellas una narrativa entera, de algún modo rebajadas en una integración no tan cuidada del movimiento estudiantil, que para el final deja con muchas ganas de saber qué más hubiera podido pasar con estos personajes si tan sólo se les hubiera dado la oportunidad de contarnos todo lo que tenían para contar. A lo que tal vez el mismo Joan Manuel contestaría, «Caminante no hay teatro, se hace teatro al andar». No sé.

Para La Libertad: México 68 se presenta algunos fines de semana de junio y julio (no todos, chequen fechas) en el Nuevo Teatro Libanés.