Una pieza de teatro del absurdo que saca carcajadas a partir de los personajes más violentos y astringentes, incapaces de vivir en una sociedad diversa, y un joven que pretende huir de su casa, pero no logra finalmente atravesar la puerta y salirse. El Adiós no es sólo un retrato de un cierto estrato completamente intolerante al mundo fuera de su burbuja, pero un gran descriptivo de cómo muchas veces abandonar un ambiente nocivo es la tarea más complicada de todas.

Boris Schoemann hace gala de timing y de crecimiento medido con El Adiós, un texto de Mireille Bailly, dramaturga belga que se ha llevado más de un reconocimiento por esta misma historia, que nos transporta a una casa europea, una como cualquiera si somos honestos, aún si los que viven en ella creen pertenecer a una cierta élite. Boris no necesita más que de una mesa y una puerta al fondo para llevarnos de la calma de una comida en pareja a reventar con un encuentro surrealista entre gente odiosa que llena el escenario de humor y crítica inteligente en una obra que va sumando y sumando hasta lo desgañitado, sin jamás permitir que la locura se trague el punto del montaje.

El Adiós obra de teatro

Una pareja de vieja escuela, él completamente dominante, amargado, prepotente, y ella en apariencia sumisa, renegada y delirante, hasta que le llega el momento de mostrar sus propios filosos dientes, pasan sus horas de comida en eterna discusión donde queda claro que él en realidad no la tolera, y le tiene muy poco amor (se lo hace saber de manera numérica, de hecho), pero no solamente a ella, en general al mundo. A los que viven en una Europa distinta, quizá menos acomodados -y no es que ellos pertenezcan a ninguna realeza- y a cualquier idea que pudiera resultar novedosa y propositiva con las que él sólo encuentra razón para ofenderse.

El Adiós obra de teatro

Personas odiantes llenas de bilis que de pronto se ven enfrentadas a la posibilidad de que su hijo abandone la casa y los deje. El joven se aparece usando el traje del papá y con la maleta de su mamá en la mano amenaza con huir de casa con el amor de su vida… que para colmo de sus papás intolerantes, resulta ser otro hombre. En varios momentos en los que el hijo intenta salir de casa sin realmente conseguirlo… o siquiera intentarlo tan férreamente, los padres van perdiendo los estribos recurriendo a todo tipo de violencia para impedirlo, hasta el punto de generarse heridas de muerte, de éstas que vienen más de la necesidad de hacer sentir culpable al otro que de emociones menos manipuladora y verdaderas.

El Adiós obra de teatro

El frenesí se exponencia cuando en la casa se aparecen los padres del otro joven al que traen ataviado con un vestido de novia en un intento por ridiculizarlo, igualmente heridos por el mismo tipo de ofensas mortales, y si es posible aún más odiantes que la primera pareja. Gente que no puede concebir la idea de personas de otras religiones, clases u orientaciones y que reaccionan ante ellas no sólo con el rechazo más melodramático, pero con veneno en los labios. La segunda parejita resulta que sí es millonaria, de modo que tienen más poder y privilegio, y el padre de este segundo joven va armado con una escopeta, con toda la intención de ver a su hijo casado en un acto performático que podría ser como el de un vampiro enterrándose a sí mismo una estaca en el pecho.

El Adiós obra de teatro

Mireille Bailly escribe El Adiós sin tapujo ante temas delicados y los deja sonar como alarma. No es una obra de sensibilidades, pero sí una que a partir de un humor ultra fársico expone el ridículo detrás de una sociedad mustia y escandalizable. Boris Schoemann va prendiendo el fuego como quien arma una fogata, poco a poco, y se da aire para desmedirse todo a su debido tiempo. Nos permite habitar en la asfixia del hijo que no hace más que reaccionar sin mucha defensa a un hogar que lo tiene subyugado, y va creciendo la flama para que el final no sea un incendio per se, pero sí quizá cuetes en el cielo.

El Adiós obra de teatro

Todo en gran medida gracias a un elenco que maneja con maestría un tono apabullante, y se entrega a lo demasiado sin jamás rebasar el límite donde la obra aún tiene mucho que decir desde la estridencia. Esther Orozco consigue armar un personaje excepcionalmente perturbado… y perturbante. Una mujer que en su silencio es como una espada por desenvainar, pero a solas con su hijo, rogándole a gritos para que no se vaya se transforma en una gorgona, con una capacidad tan natural de entrarle a la farsa más ácida como si ese fuera su lenguaje habitual. Y Pilar Boliver, como la otra mamá, entra desde el lugar más desquiciado, pegada a una silla de ruedas y con un collarín que le permite mínimo movimiento rígido, y casi como estatua se adueña de la escena en segundos y se vuelve un punto de gravedad alrededor del que el montaje comienza a orbitar. Un despliegue absoluto de maestría y de dominio de su instrumento.

El Adiós obra de teatro

Pero es quizá Fernando Bueno el que le da sentido a todo El Adiós como el hijo. El hombre serio en medio del circo. Sus palabras son pocas pero sus instantes son suficientes. Boris Schoemann lo ancla en desesperación contenida y durante gran parte de sus interacciones lo único que consigue es reaccionar con lágrimas en los ojos y una mirada aterrada a la posibilidad de que tal vez esa es su vida… de que tal vez nunca va a salirse de ahí… de que para su mala suerte necesita pedirle dinero a su papá antes de poder volverse independiente. Él recibe los golpes pero no los regresa y es finalmente pieza clave en este tumulto donde la razón ya no tiene raciocinio y el paso lógico suena ilógico dentro de estas cuatro paredes.

El Adiós obra de teatro

Boris Schoemann se guarda momentos de intensa sorpresa y se permite jugar con un formato que le da libertad engañosa, en realidad no cualquier podría. El Adiós es un absurdo con el que no puedes evitar dar alaridos, riendo de lo inconcebible, el humor negro y políticamente incorrecto con un elencazo que te vende la farsa como una comedia de simpática fantasía; para después tragar saliva difícil de pasar entendiendo que todo este numerito aparentemente adornado para el teatro es en toda medida una realidad muy verdadera en algunas casas y familias, así, con todas sus ínfulas de estúpida superioridad moral.

El Adiós se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en el Teatro Santa Catarina.