Diego Álvarez Robledo transforma la tensión en los precisos y mordaces diálogos de Harold Pinter en sobre-exposición en un nuevo montaje de Traición demasiado ávido por atascarse con las emociones a flor de piel que implican el engaño y la infidelidad como para dar cabida a la finura y la sutileza.
Hay dos cosas que resultan características de Harold Pinter como dramaturgo: las emociones que sus personajes contienen o esconden, y las motivaciones que mantiene detrás de un fino velo. Ninguna de ésas están presentes en el montaje de Diego Álvarez Robledo de Traición, donde el director lleva a los personajes de Pinter a desnudar por completo sus sentimientos en dramáticas escenificaciones, y a mantener sus motivos izados como banderas en todo momento, cosa que choca inevitablemente con la manera en la que Betrayal fue escrita.

Traición sucede cronológicamente de adelante para atrás. Inicia cuando Emma le confiesa a Jerry, su amante, que ya su esposo Robert -que resulta que también es mejor amigo de él- sabe sobre el affaire, y de ahí se va en reversa. No hay una traición que descubrir per se, la traición está puesta sobre la mesa muy desde el inicio, y a Robert le pega desde dos frentes; pero sí hay una tensión que mantener y relaciones que construir. ¿Cómo es que Robert los descubre años antes de que ella siquiera lo mencione? ¿Y cómo es que reacciona a vivir sabiendo por años? Más en una sociedad inglesa de cierto círculo intelectual y clase privilegiada donde las confesiones no nada más se lanzan como pedradas.

Harold Pinter va hilando las escenas, los momentos de sospecha, de provocación, de derrota incluso con un hilo sedoso, pero en el revival de Diego Álvarez Robledo en Teatro la Capilla ese hilo se transforma en estambre. Las obviedades saltan a la vista, el melodrama toma su sitio como género apropiado. Fernando Villa, que se toma muy en serio su papel como Robert y se entrega de manera vívida y honesta, y eso se lo aplaudo, es dirigido casi a la locura. Ladra sus diálogos como perro rabioso donde no deja ni un gramo de duda a la sospecha, la vacía toda sobre el escenario vomitando con gritos lo que debiera entenderse con guiños.

Llega un momento donde la misoginia del personaje se transforma en franca violencia hacia Emma desde donde es imposible rescatarlo para la audiencia; y su escena en el restaurante italiano con Jerry, despuesito de que se entera del amorío, es tan frenética que provoca que uno se cuestione, ¿cómo es que sus amigos y mujer no han considerado internarlo? Más que preguntarse si es que sabe o no de la traición. Y no es el único, en la escena final cuando a Jerry le toca seducir a Emma por primera vez, Hamlet Ramírez toma el papel de lobo de la Caperucita. Un imponente acosador borracho que más que desearla y engatusarla, la devora con las fauces abiertas.
La sutileza que hubiera sido clave para que Traición se colocara ahí donde por décadas ha permanecido como un gran trabajo de engaño, simplemente no es un elemento en este trabajo. Y es una lástima. Es el fuerte del texto.
El elenco, conformado por Tamara Vallarta, Hamlet Ramírez y Fernando Villa, es en realidad ideal. Los tres asumen la batuta de su director y en eso no hay falla, y colorean personajes muy completos, encontrando en los silencios y las miradas mucho que decir. Apoyados por contraluces y en general un trabajo de iluminación dura y contrastada, un visual sobre ellos que consigue ser confrontativo desde un lugar muy estético.

No corre con la misma suerte el resto del diseño de producción. Un banco, una silla y botellas de alcohol sin mayor calidad no nos transportan a este lugar de refinamiento y clase de donde vienen Emma, Jerry y Robert. Más allá de la caja negra, que en la Capilla ha sido usada en múltiples ocasiones de forma espectacular en todo tipo de formas imaginativas, el escenario de Traición pareciera no tener personalidad alguna. Sumado a un vestuario sesentero que no aporta nada a la historia y resulta enormemente distractor, que quizá es un guiño del director al hecho de que la historia está basada en una infidelidad y amorío real de Harold Pinter famosamente sucedido en los 60, pero que en palabras reales nada en el montaje pareciera querer aludir a otra década como para que el vestuario haga sentido y no termine luciendo como disfraz.

Una Traición resultado de falta de confianza en el texto y en el autor, donde la dirección insiste en sobre-exponer lo que en palabras sutiles y correctas ya está definido por el diálogo y el relato. Y hubiera sido brillante ver a estos tres poderosos actores de la escena trabajar desde la contención y la gracia. Hay un momento en la obra en el que Robert le dice a Emma que le duele más la traición de Jerry, porque le cae mejor, y es triste no haber podido ver que en verdad lo hiciera, que esas delicadas interacciones entre personajes que aluden a una emoción mayor estuvieran dibujadas con una pluma fuente y no con una brocha de pintura incapaz de delinear lo que por su paso es plasta.
Traición se presenta los martes a las 8pm en Teatro La Capilla.