En un mundo que parece haber decidido que la definición de éxito es sinónimo de ambición, Los Aliens son aquellos que han elegido un camino en apariencia fachoso y decadente. Distinto. Fácilmente enjuiciables, el texto de Annie Baker nos enfrenta con dos hombres que parecieran no tener razón de ser, para después tomar nuestro concepto de «plenitud» y arrojárnoslo en la cara.
Viendo a David Calderón y a Cristian Magaloni evocar a Los Aliens en el Círculo Teatral, fumando, bebiendo, platicando aparentemente de manera vacía, sin un trabajo, sin un porvenir, viviendo de recordar mejores épocas, actuando como adolescentes, parasitarios en un espacio que no les pertenece y se niegan a abandonar, pensé mucho en el término «loser», originalmente popularizado en los 60 en Estados Unidos para describir a esa gente que no la ha armado en grande. Un término aliado del sueño americano que en los 90, cuando se corporalizó un gesto con la mano, una gran L en la frente, se transformó en uno de los grandes insultos hacia el pária social.
Bajo todo término textual, Jasper y KJ son losers. Equivocademente percibidos como una especie de Beavis y Butthead de Vermont. Amigos de años, músicos mediocres que alguna vez tuvieron una banda llamada «Los Aliens», nombre al que llegaron después de cambiarlo incontables veces, porque comprometerse con algo no es lo suyo. Jasper ni siquiera acabó la prepa, se la pasa ardido con una ex novia que encontró un mejor camino que el que él ofrecía, y ahora quiere ser novelista; KJ abandonó la universidad, vive con su madre a sus casi 40 y le pone hongos alucinógenos a todo a su paso nada más para probar. Reunidos en un callejón detrás de un café que técnicamente no es para uso público, conocen a Evan, un preparatoriano solitario, mesero de medio tiempo, con aspiraciones musicales, y deciden tomarlo bajo su ala como si tuvieran muchísimo que enseñarle del mundo.
Hay mucho de soberbia en Los Aliens, especialmente en Jasper, que se ha convencido de que todo mundo a su alrededor está mal y sólo él tiene el conocimiento de vida. No son personajes fáciles de querer, no al principio. Hay mucho de patético en ellos y quizá demasiada arrogancia, que contrasta con la absoluta inocencia y bondad que transpira Evan.
Annie Baker nos deja conocerlos lentamente, y Roberto Beck (director) los sitúa sin mucho que hacer alrededor de una mesa de plástico y dos sillas, con movimiento mínimo, para asentar el peso de estos dos tabiques que aunque sacan risas en un inicio, lo hacen desde todos sus defectos. Baker y Beck nos dejan juzgarlos, burlarnos, estereotiparlos. Gruñir cuando ellos mismos se definen como «genios». Pasarlos por el filtro de lo que socialmente consideramos útil, adecuado para hombres de su edad, provechoso.
Y luego van dibujando rasgos de aquello que no solemos monetizar y por tanto subestimamos: la amistad, la pasión, los planes, el cuidado al otro, el ser el más grande porrista de alguien, lo filosófico por encima de lo facturable, la auto-recompensa, la satisfacción propia. Para cuando Los Aliens te empiezan a convencer de que OK, tal vez no todo en este mundo gire en torno a no ser considerado un bueno para nada, la obra suelta su más grande manotazo y se convierte en el relato más tierno de amistad, compañerismo y el valor invisible de lo que nos toca vivir.
Tarde se entiende que cuando ellos se dicen «genio» a sí mismos, no viene de adentro, pero del cariño de otra persona que les regaló esa palabra originalmente. Por todo un primer acto en que Los Aliens sólo pareciera pretender reflejar lo ordinario de vidas sin ton ni son, tal vez usarlas para provocar unas cuántas risas, la segunda mitad de la obra ofrece un bastión de calidez humana, acompañada de aquello que más nos vulnera, incluso a los que manejan una máscara de poco afecto, de miedo, de incomprensión. Y lo hace de manera sutil, sin necesidad de exponer lo obvio, de regodearse en el drama. La obra pega bonito y aunque certero no se engolosina metiendo dedos en ninguna llaga.
Beck se recarga absolutamente en el trabajo de sus actores. Lo celebra. Y la belleza del montaje es precisamente la falta de truco. No hay nada en ese callejón en el que dos sillas ya son demasiado para lo poco con lo que se entretienen Jasper, KJ y Evan, lo que hay son tres hombres, lo que se dicen y lo que no. Lo que ponen en estrofas y tocan con una guitarra. Lo que los inspira y lo mucho que los aliena de todo mundo. Y bravo que nadie insistió en tropicalizarla, la historia no sucede aquí, las referencias son de otros lados, y nada de eso nos impide conectar y entender lo que tres hombres en Vermont, fans de Charles Bukowski, con ganas de irse a vivir a Winnipeg, en plena celebración del 4 de julio tienen que decirnos.
David Calderón es un Jasper osco. Una persona repleta de defensas, un misil esperando explotar, al que conocemos. Hemos hablado con gente así allá afuera, nos ha costado entrar al acorazado corazón de personas así allá afuera. En opisición, Cristian Magaloni es un ser de absoluta paz. Desconectado, cierto, pero de poca oscuridad. Su personaje es gracioso y doloroso, y conforme avanza la obra trabaja desde lo que no puede mostrar con obviedad, pero deja salir a manera de locura, y es poderoso descubrir de dónde viene.
La gran revelación que Los Aliens nos regala y que tiene que salir de ahí para triunfar por doquier es Obeht Torres. Su Evan es real. No hay nada creado en su interpretación. Nada deshonesto. Es tierno y conmovedor de una manera apabullantemente natural. Evan dice «te quiero» con emoción porque es una frase que ha escuchado muy pocas veces, y Obeht entiende que este niño no es víctima, ninguno de ellos lo es, y en su eterna sonrisa boba lo que se esconde es esperanza. Esa falta de agriedad en un personaje que en otros lados hemos visto escrito rencoroso o dolido es hermosa. Cada aparición de Evan en la obra es un rayito de luz que brilla hasta un final donde es él, no Los Aliens, el que nos regala la última mirada que nos mueve en la butaca.
Los Aliens es sabia en su manera de demostrarnos que como público muchas veces también somos ese juez que afuera se multiplica por miles. Y suave en soltarnos como espuma tras la ola para recordarnos que cada cabeza es un mundo, que por cada fachada que vemos de fracaso hay una historia detrás que desconocemos, y sin ese pedazo del rompecabezas armarnos ideas es jugar al mundo de las sombras de Platón. No es un dramón, no es una comedia de carcajada, es sencilla, como tanta gente que jamás se consideraría para protagonista de un relato. Es el lado B de esos cuentos épicos. Pero tiene corazón. Es humana y se clava en esa vena que late en nombre de la amistad, especialmente para aquellos que no van por la vida vomitando sus sentimientos, pero reprimen y demuestran cuando es importante a través de pequeños, pero valiosísimos gestos.
Los Aliens se presenta en el Círculo Teatral los Miércoles a las 8:30pm