Un proyecto con tintes de desarrollo personal en una cena donde ocho desconocidos se abren con los demás sobre sus dolencias del pasado en un intento por sanar y cicatrizar. Con Cena Para Ocho, ópera primera del dramaturgo Ricardo Villalobos, hay una búsqueda por invitarnos a reponer nuestros corazones y continuar, pero las visiones del escritor y del director, Paco Dávila, parecieran de pronto estar jugando en absoluta contraposición en un montaje de tonos desacomodados y una tensión que nunca termina de reventar.

Desde Querétaro llega a Ciudad de México, a La Teatrería para ser precisos, Cena Para Ocho, un drama de mínima progresión dramática, más pensado como terapia comunal que como trama con desarrollo. El problema con la obra es que aún si Ricardo Villalobos, escritor, tiene muy claro que la finalidad del texto es hablarle a los corazones heridos sin más intención de conflicto que el que cada persona en la audiencia pueda tener con ellos mismos, en espera de ayudar a espejear y quizá reconfortar; Paco Dávila, director, trabaja con una serie de tonos disonantes que parecieran llevar la obra a otra dirección. Incluso a otra tensión. Resultando en que la sensación de poco avance sea demasiado notoria y eventualmente frustrante.

Cena Para Ocho

En una casa se reúnen ocho desconocidos. No todos son desconocidos entre ellos, pero sí la mayoría, la intención de la anfitriona es juntar a todo tipo de gente para iniciar nuevas posibles amistades, aún si entre ellos las diferencias pudieran ser notorias. Después de que uno de los invitados propone un juego en el que cada persona tiene que vulnerar su trauma más grande del pasado, esperando que el o la que consiga la historia más alarmante o dolorosa quizá, se lleve como premio un centro de mesa en forma de corazón humano, los reunidos en la cena terminan por abrirle la puerta a su intimidad más grande a desconocidos en el escenario y en el público por igual.

Cena Para Ocho

La historia tiene ciertas similitudes con otras famosas obras de reuniones donde juegos en apariencia inocentes llevan a resultados desastrosos, estoy pensando en Los Chicos De La Banda, donde la propuesta de marcarle por teléfono a un primer amor acaba devastando a más de uno, o Perfectos Desconocidos, donde la regla de la dinámica es que los celulares de todos pierden privacidad y quedan abiertos para los demás, terminando en un desborde de secretos que arruina amistades. Cena Para Ocho inicia desde un lugar similar. Un guiño a la posibilidad de que el suspenso, drama, vueltas de tuerca y sorpresas vayan tomando lugar durante el transcurso de la cena en un juego que pudiera salirse de control. El tipo de iluminación de pronto misteriosa, la muy desgraciada Back to Black de Amy Winehouse sonando en loop, el constante llamado a que una vecina los está observando desde la ventana de enfrente, el hecho de que más de uno descubre que comparte personas clave en su pasado. Todo pareciera aludir a un clímax revelativo, quizá confrontativo, de consecuencias peligrosas.

Cena Para Ocho

Cena Para Ocho nunca llega a romper tensión, simplemente porque no está escrita de esa manera. Los ocho personajes y sus historias desgarradoras no tienen la intención de interconectarse con una trama más enredada, sino de exponer las distintas formas en las que uno puede vivir un momento que abre heridas y marca, y a pesar de que pareciera imposible de soltar, se puede empezar a sanar. Y se lo quiere decir directamente a cada persona en la audiencia. Tanto así que para el final los personajes rompen la cuarta pared para involucrarnos en su proceso como queriendo abrazarnos como otro más de los integrantes de una cena donde todos por igual pueden salir más livianos de lo que entraron.

Mucho de lo que Villalobos escribe pareciera además enormemente aliado al lenguaje de terapia. Conceptos como el niño interior, lo tóxico, la responsabilidad afectiva, etc, que reconocemos de cierto tipo de terapeuta o coach, y que llevan al texto a un lugar mucho más cercano al formato de desarrollo personal que al dramedy. Paco Dávila, sin embargo queda atorado entre el suspenso y el naturalismo, en una mezcla de visiones y estilos que aún cuando quizá con otro tipo de texto pudieran complementarse, en Cena Para Ocho se leen caóticos.

Cena Para Ocho

Ahí donde Ricardo Villalobos escribe de manera teatral, Paco Dávila pide de su elenco una cena rotundamente naturalista. Cosa que choca con un dialogar que no es forzosamente coloquial y orgánico, y con un grupo de actores de intenciones distintas. Hay quien juega perfectamente a simplemente habitar esta cena en presente, como si los etuviéramos conviviendo en una cena cuaqluiera y no en un escenario; y hay quien jamás suelta lo impostado de la ficción. El elenco como ensamble no están todos en la misma obra. Y la propuesta naturalista acaba por generar mucho ruido (la idea de que pueda haber conversaciones secundarias sucediendo en simulatáneo que resultan distractoras) y poca visibilidad para varias filas del teatro -excepto mezzanine-, con personajes atrás de mesas u objetos de manera poco apreciable, y durante gran parte de la puesta, otros tantos francamente de espaldas, cubriendo sus caras y las de los actores que tienen enfrente.

Cena Para Ocho

Pero es quizá los mometos de confesionario los que acaban por saltar más en contradicción con el resto del montaje. Con un visual más apropiado para interrogatorio, quizá, cada actor, en distintos momentos de la obra, se va parando en proscenio con un objeto rojo en las manos -objetos que pretender aludir a su historia pasada y que van de lo más ordinario como una tetera o unos lentes, y hasta lo más conceptual y trágico como una corona de espinas- para soltar un monólogo, en su mayoría, cargado de lágrimas y sollozos. Los primeros, que suceden cuando aún no tenemos nada claro quiénes son estas personas, parecieran una bola curva imposible de batear, demasiado atiborrados para un comienzo que todavía no nos tiene asentados. Ni a ellos.

Cena Para Ocho

El cambio incidental de naturalismo a absoluto melodrama para estos monólogos pareciera salir de la nada y provocar más confusión que empatía; más aún cuando durante gran parte de la obra estos instantes parecieran estar sucediendo dentro de la cabeza o los recuerdos de cada personaje, dado que la acción atrás se detiene o continúa fuera de foco, para eventualmente (muy al final) revelarse que todo ese tiempo los personajes sí le estaban hablando al resto, y los demás sí tenían la capacidad de escucharlos.

Cena Para Ocho

La convención no es en absoluto clara en un detalle que cambia por completo la percepción de la historia para el público, y levanta la pregunta, ¿por qué si estas personas han estado abriendo su corazón con los demás no hay reacciones por parte del resto de los invitados de ningún tipo, y las pláticas frívolas continúan aún cuando hay gente revelando que fue abusada de niña, maltratada, o enfrentada contra la muerte de un marido? ¿Cómo es que la cena continúa sin mayor perplejidad y después de revelaciones que impactarían a cualquiera el resto sigue conversando sobre la pasta y la ensalada? El impacto se pierde por completo al hacer de estas revelaciones momentos segregados y aislados, porque son el resto de los personajes los que nos representan a nosotros, público, y verlos impábidos, hace del entero de la puesta algo que no toca, pero permanece fría, anecdótica y distante.

Cena Para Ocho

Cena Para Ocho pudiera quizá ser un abrazo para corazones rotos y espectadores necesitados de palabras de aliento, pero como montaje aún tiene muchas piezas que acomodar para darle proyección al mensaje y un estilo a la medida a la escena. Después de todo, en cualquier cena, si la mesa no está puesta, los cubiertos alineados, el mantel planchado, la comida en el horno y las copas de vino dispuestas, empezar con el convivio siempre va a resultar en que alguien se esté parando continuamente a la cocina para arreglar lo que quedó fuera de su sitio.

Cena Para Ocho se presenta los domingos a las 6:00 pm en La Teatrería.