La película del tiburón más grande de todos los tiempos promete exageración exacerbada de lo más kitsch, pero se queda corta en los extremos que pudo haber explorado. ¡Queríamos más Meg!

Cuando oyes hablar de una película sobre un tiburón gigante de unos 20, 21 metros de largo, te imaginas Jurassic Park con Sharknado y un poquito de Godzilla. Y ése era el principal atractivo de The Meg.

La nueva película de terror submarino, basada en la novela Meg: A Novel of Deep Terror, entrega el entretenimiento y las escenas increíbles, pero ahí donde pudo haber explotado a su criatura al estilo B-Movie pero con presupuesto chino, se vuelve tímida y poco grotesca. Y la pregunta es, ¿no es «grotesco» la razón por la que cualquiera vería una película sobre un tiburón de la prehistoria?

Jonas Taylor (Jason Statham) es un buzo rescatista, psicológicamente dañado por su última misión en la que se vio obligado a sacarificar a sus dos mejores amigos para poder salvar al mayor número de personas a bordo de un submarino; luego de ser contactado por su ex colega (Cliff Curtis) para acudir al rescate de su ex esposa (Jessica McNamee) que ha quedada atrapada en las profundidades aparentemente acosada por una criatura desconocida, Jonas se ve obligado a regresar al juego y enfrentarse con el que bien podría ser el peligro más grande que han visto los siete mares: un megalodón prehistórico que, para colmo de males, ha quedado en libertad y ahora se dirige a playas populadas.

La premisa te lleva a un lugar absolutamente incrédulo, y se vale, al final del día, nadie nunca hubiera ido a ver Independence Day si la credibilidad fuera factor de éxito en cine, pero es justo eso. Independence Day hace estallar la Casa Blanca apenas llegan los extraterrestres a la Tierra, el T-Rex de Jurassic Park juega con su comida, los niños abordo del jeep, antes de aventarlos por un barranco, King-Kong se cuelga del Empire State con una damisela en peligro atrapada en su puño. En comparación con estos monstruos míticos extremos del cine, el Megalodón lo más que hace es tirar barcos a su paso y comerse completos a sus tripulantes (¡y ni siquiera lo vemos porque sucede fuera de toma!)

¿Dónde están las escenas del tiburón saltando para mordisquear un helicóptero? ¿En qué momento el megalodón irrumpe y destruye un edificio submarino a narizasos? ¿Cuándo sucede la masacre en playas turistas que hasta la misma Jaws (y sus secuelas) tenía y hasta de sobra? ¿En qué momento el megalodón provoca un tsunami?…¿too much?

Incluso en los instantes en los que el megalodón se convierte en un peligro para la población taiwanesa, las escenas de destrucción son pequeñas para el tamaño del tiburón, poco sangrientas y predecibles.

The Meg tiene momentos de entretenimiento puro, no lo vamos a negar, y va tachando todas las casillas que una cinta del género tiene que tachar: el héroe invencible sin miedo a nada, el romance poco probable, el personaje secundario más cool que la misma Sarah Connor (aquí Ruby Rose), el aparente bueno que luego no lo es tanto y acaba muriendo de una manera brutal, el chino sabio, la llamada de SOS por radio, el ataque al ojo de la bestia -siempre hay uno de esos-; vaya, The Meg hizo su tarea y pasa perfecto por película palomera de domingo. ¿Pero pudo haber sido más? ¿Pudo haber logrado el status de culto? Nosotros creemos que sí. Y se lo perdió por verse poco intrépido.