Dos parejas pierden toda civilidad en un intento por tratar con compostura una situación violenta sucitada entre los hijos de ambas, la aplaudida obra de Yasmina Reza, Un Dios Salvaje, llega al Milán con la comedia oscura que la caracteriza, pero quizá sin ese factor punzante que sigue latiendo después de que terminan los aplausos.

El director Miguel Septién vuelve al teatro menos onírico y más conversacional -como alguna vez hizo con Visitando al Sr. Green- con Un Dios Salvaje, un texto que busca explorar a partir de la comedia el lado menos vigilado del impulso humano, ése que cuando el deber ser sale por la ventana, entra para convertirnos en seres impulsivos y crudos que, a puerta cerrada, se deshinibe para mostrar el lado de la moneda que en público los filtros esconden.

Un Dios Salvaje en el Teatro Milán

De la manera más civilizada posible dos parejas se reúnen para llegar a un acuerdo sobre un incidente suscitado entre sus hijos pequeños. Uno de los niños le rompió dos dientes al otro con una rama y los padres -aparentemente- tienen toda la disposición de arreglarlo como personas maduras. Pero entre personalidades aprehesivas, actitudes pasivo agresivas, llamadas inesperadas y un poco de alcohol, las cosas se van tornando oscuras entre los mediadores hasta romper el pacto de limitaciones y vomitar (de pronto literal) todo lo embotellado que los cuatro presumían de tener bajo control.

Un Dios Salvaje en el Teatro Milán

Las alianzas van cambiando, la seguridad y dominancia, la dinámica de poder entre las parejas se va revolviendo, la misogonia y microviolencias afloran y la inteligencia emocional deja al cuarto al punto que lo que comienza como una reunión tranquila, termina en un iracundo festín de incendiarias provocaciones.

Un Dios Salvaje ha llamado la atención de actores como Jeff Daniels, Ralph Fiennes, Lucy Liu, James Gandolfini, en España Maribuel Verdú y en cine Kate Winslet y Christoph Waltz, sólo por decir algunos, y mucho tiene que ver con la manera en la que Yasmina Reza propone dos tesis: una, que así como la educación, la violencia no se enseña, se mama; y dos, que los adultos siempre estamos a una pulsión en el nervio correcto de regresar a ser niños sin ninguna preocupación por el qué dirán, los modos, las maneras y el control. Los niños que en el recreo se agarran a golpes por un balón.

Un Dios Salvaje en el Teatro Milán

Ahora ojo, no porque Reza haya tomado la comedia como medio para montar su tema sobre la mesa eso implica que Un Dios Salvaje sea boba o un franco sitcom, y lo que sucede con la versión de Miguel Septién es que sí a momentos cae en priorizar lo chusco por encima de lo ácido. Sus personajes no evolucionan hacia lo salvaje con paso cadencioso, pero entran desenfundados, especialmente el de Tato Alexander que desde el segundo uno ya está haciendo una variedad de tics nerviosos cuando aún no enfrenta confrontación. Y a pesar de volverse violentos, nunca realmente tocan la infantilidad que consigue hacer paralelo con el motivo que los tiene ahí reunidos: dos niños agresivos.

Un Dios Salvaje en el Teatro Milán

Fernanda Borches consigue cohesionarlos a todos y es la actriz que se toma con mayor calma y modulación la lenta pero segura transformación de su personaje. Sus líneas son graciosas sin ella buscar la risa, cosa que entra sin costuras al diálogo; y ella y Pablo Perroni degustan sus momentos y cimentan un ritmo mucho más matizado y maduro que el de Tato Alexander y Chumel Torres que cae en lo acelerado y gritado sin mucha gama de grises. En el caso de Chumel, la dicción es un factor que vuelve complicado entender muchos de sus parlamentos y chistes que se pierden con la velocidad del habla.

Un Dios Salvaje en el Teatro Milán

La obra al final consigue las risas, consigue el encanto, pero deja flotando el motivo. La escenografía de Félix Arroyo, que no busca en realidad mayor protagonismo, es un memorándum instantáneo de otra que recientemente se presentó en el Milán con Hamlet, un muro texturizado que de algún modo conocemos, y el trazo mantiene a verios de los actores prácticamente toda la obra de perfil, cosa que complica disfrutar al cien de sus gestos, aún cuando se agradece la razón detrás de eso, la conexión entre los actores.

Un Dios Salvaje en el Teatro Milán

Un Dios Salvaje es disfrutable, la reunión incómoda que incluso incluye un par de efectos que sacan reacciones muy vocales de la audiencia, cosa que siempre dará vida a una obra que pretende empujarte fuera del comfort. Septién está presente en el trabajo actoral, especialmente en un montaje como éste que requiere de reacciones secundarias visibles para el que las está buscando, pero restringe su lado más creativo, que es su superpoder en teatro. God of Carnage camina en una delgada línea entre la risa probada y la nerviosa, que no es un lugar fácil donde descansar, y sin duda en el Milán podría llevar el juego del arenero a la resbaladilla para realmente hacernos sentir que nos dimos de boca y perdimos los dientes.

Un Dios Salvaje se presenta todos los miércoles a las 8:45pm en el Teatro Milán.