Ahí donde la creatividad se ha perdido por miedo a las malas ideas, toma lugar un Duelo de Brujos entre Sulán y Beltrán, dos de los pocos hechiceros que quedan en el mundo, que prefieren batirse en combate mágico antes de pedirse perdón y decirse las cosas como son. Un montaje cargado de personalidad y colorido que no puede sino emocionar, y motivar a cualquiera a desaparecer su síndrome del impostor, no con magia, pero animándose a creer en uno mismo.
Duelo de Brujos es de esas obras para infancias que acaba pegando más en el adulto que, en efecto, va perdiendo mucho de lo que de niño se percibe como juego y eventualmente lo convierte en ansiedad, pero llega a los más jóvenes con un mensaje importante que tal vez no escuchan con regularidad: el no permitirse dudar de ellos mismos por alguna especie de presión social. Con un montaje muy único, de ésos que no dejan de sorprender, y te hacen rebotar en la butaca emocionado por lo que ves, y habiendo construido todo un mundo redondito ahí en el teatro, la puesta se siente como que uno salió a visitar otro universo si tan sólo por un par de horas.

En Entelequia, un lugar que nos recibe como carpa de feria donde la magia existe, pero la creatividad se ha ido perdiendo, dos brujos amigos (tal vez incluso con intenciones más cariñosas), Beltrán y Solán tratan de encontrar la forma de batallar con esos fastidiosos «Creatimonstruos» que a otros tantos han dejado incapaces de invocar nuevas ideas.
Estos villanos prácticamente invisibles (vaya, los vemos si nos asomamos a la cabeza de un adulto, y son como sombras invasivas, pero no están acá afuera) no son otra cosa sino las ansiedades de una persona que habiendo crecido carga con la presión de no equivocarse, de hacer todo bien, de ambicionar la perfección, y por tanto ya no quiere arriesgarse a idear, a soltar la imaginación sin riendas por miedo al ridículo o al fracaso. Algo mucho menos común en niños que simplemente entienden la creatividad como parte de un mundo en el que tienen libertad absoluta para crear y ser. El miedo se va aprendiendo con los años.

Luego de que Solán en un lapsus de curiosidad acabe rompiendo de una mordida la Libreta de Pensamientos Sublimes de Beltrán, pero se niegue a admitir que cometió un error, los dos brujos se retan a un duelo que no puede permitir más que a un ganador, y transforma su anterior complicidad en enemistad. Así que ayudados por sus respectivos achichincles, salen en busca de niños que puedan sumar a su equipo como creativos de una magia que han ido perdiendo porque desde el pleito ya no pueden crear, y en el camino se topan con Tortugo, Lagartijo y Catarina, que en la enorme sabiduría que otorga la capacidad de jugar, son capaces de ver aquello que Solán y Beltrán no, para ayudarlos quizá a batallar… quizá a recuperar su amistad.

La obra llama y atrapa de manera muy instantánea, inicialmente con la presentación de una Entelequia que es circo y al mismo tiempo una fantasía como de cine animado. Como entrar a la carpa de un adivino de feria itinerante en alguna tierra perdida entre el Medio Oriente y la fábrica de puppets de Wallace & Gromit. Ángel Luna (dramaturgo y director) tiene muy clara la personalidad de este lugar, que a momentos nos recuerda cosas que conocemos, y a otros muchos nos viaja a lugares que desearíamos intensamente que fueran reales. Y lo cuida, desde el sonido de la música y hasta el color y diseño de cada marioneta, de cada prop, ni hablar del hermosísimo vestuario.

Ver salir por primera vez a Sulán es un lujo. Como una bailarina que pareciera haberse escapado de Cirque du Soleil para refugiarse en una de tantas historias en Las Mil Y Una Noches. Un rojo efervescente que vuela entre telas ligeras, contrastando con el pesado metálico y brillante de joyas doradas y un tocado que pudiera ser de Taiwán pero también de Marruecos. Un homenaje a muchas culturas que a su vez logra ser algo muy propio, que empata de manera bella con el azúl de Beltrán, que es mucho más un Genio de la Lámpara en un universo dominado por el clown. Visual de Mauricio Ascencio que, en el diseño de vestuario y escenografía, es el primero en capturar la esencia de Entelequia con mucha clase.

Y a partir de ese momento, Duelo de Brujos no para de apantallar. Se guarda instantes de forma inteligente. Presenta primero a los esbirros de Sulán y Beltrán sólo como sombras, para después revelarlos como los puppets más simpáticos y curiosos. Marionetas de más de metro y medio que se manipulan con todo el cuerpo para crear personajes efectivamente vivos en el escenario del Galeón. Más allá de ser un recurso gracioso, forma parte de la tela de este universo cuyo diseño distintivo tiene algo de extraño y por otra parte, algo de familiar. Que es Tim Burton y los Thornberrys en una licuadora de puro goce visual.

Cosa que queda aún más clara, cuando nuevamente y antes de que cualquiera lo vea venir, los mismos actores se convierten en los marioneteros de Tortugo, Catarina y Lagartijo que no pueden sino robar sonrisas de ternura de cualquiera que los vea. Todos ellos, creación de Humberto Galicia que hace un magnífico trabajo de hacer de cada puppet en escena un personaje muy único, muy conciso, muy memorable, y un franco objeto de deseo que ya quisiera uno poder salir de la función a comprar ahí afuera del teatro la figura de acción coleccionable. Que nunca saltan como ajenos al universo de los actores de carne y hueso, pero los complementan, creando esta otra dimensión donde la textura del ser humano es de muchas formas y colores.

Sumado a todo eso, Ángel Luna confecciona su montaje a partir de música, y siempre tiene a alguno de sus cuatro actores, uno o dos de forma constante, en la esquina de la creación musical, tocando una variedad de instrumentos que conforman el score de la obra, sí, pero también mucho del diseño de sonido, del efecto, la ambientación, y a partir de permitirle a los músicos reaccionar a toda acción de forma casi omnipresente, consigue hacer de este elemento otro más de los personajes que nos cuentan la historia.
Y aunque el relato va literalmente de un Duelo de Brujos, Luna evade la villanización de sus personajes que en ningún momento dejan de ser carismáticos y entrañables, ninguno, para fomentar la idea de que el verdadero enemigo son nuestros propios pensamientos intrusivos, cuando les permitimos ganar la batalla del control. Y una cosa que resulta bellísima es que en una obra que celebra la creatividad como una virtud necesaria y liberadora, todo el montaje sea un despliegue para cada creativo involucrado de esa capacidad de imaginar más allá de lo predecible y crear mundos que seguramente de niños soñaban con no dejar de hacer. Porque si algo tiene Duelo de Brujos es que es imaginativa primero que nada.

Y no quisiera obviar que el mensaje que dejan a los niños, no es forzosamente uno que escuchemos seguido. Porque sí, en mucho del teatro se aplaude el que las infancias puedan ser ellas mismas sin ataduras o sin necesidad de seguir lo que está haciendo el común denominado «normal» para sentirse correctos, pero esta obra toca en un lugar muy específico que en la población adulta resulta que es cada vez más común, y que sí se puede rastrear a esos momentos de juventud donde se nos dijo que nos detuviéramos, o que nos enfocáramos en otra cosa, o que nunca nos iba a salir, o que era de inmaduros y pocos serios: el síndrome del impostor que tiene a más de uno creyéndose insuficiente y jugándole a la segura donde no duele apostar por la fe en uno mismo.

Y aprovechando que este miedo se origina principalmente en la inseguridad, se acercan también a recordarle a su audiencia que pedir perdón vulnerabiliza pero no por eso se le debe huir o tener miedo; o hablar las cosas de frente, aunque sea difícil abrirse frente a otros y tirar muros, es la única manera de conseguir conexiones honestas sin sombras de duda. Duelo de Brujos tiene todas esas cosas importantes que decir, que no siempre contemplamos como importantes de escuchar, y sí son. Y consigue hacerlo, además con una absoluta integración del espectador, donde los más chiquitos en el público se sienten todo el tiempo metidos en este ring que han creado para ellos, donde no sólo están allá donde se les permite ver y escuchar, pero acá donde sus opiniones son tomadas en cuenta.
Duelo de Brujos se presenta sábados y domingos a la 13:00pm en Teatro el Galeón del CCB.