Los fantasmas de un teatro se hacen presentes mientras dos actores y un director ensayan su nueva obra. Del maestro de terror que nos trajo La Dama de Negro, Rafael Perrín, Infierno evoca ese terror práctico y minimalista basado en ambiente por encima de efectos, y consigue sacar uno que otro gritito de sorpresa.

El terror pareciera ser un género al que el teatro le da la vuelta. Ahí donde el cine lo tiene tan cultivado que cada semana hay una cinta de horror en cartelera, en teatro hay que buscar las pocas obras que se avientan a entrarlo al género con lupa. Infierno es una de ésas, y no de manufactura cualquiera. Detrás de la puesta se encuentran los Perrín, Rafael y César (La Dama de Negro) y la pluma de Mauricio Pichardo (Esquizofrenia), lo que técnicamente nos habla de una cierta fórmula probada, tomando en cuenta que ambas obras mencionadas son de las más longevas en México.

Infierno, obra de teatro

Y sí, a Infierno se le nota el colmillo. Los elementos que han hecho de otras obras de terror exitosas y de las cuales hemos aprendido que jugar al efectismo convierte el montaje en show de parque de diversiones y lo aleja de la obra de teatro. Pero Infierno se recarga en historia, diseño de audio, locación, ambiente y vueltas de tuerca. Herramientas sencillas pero efectivas que hacen del terror algo cercano y no meramente apantallante, que incluso en cine termina por volverse poco creíble y por tanto desconectado.

Infierno, obra de teatro

En un teatro en Londres se está ensayando una obra de teatro. La protagonista es una mujer encerrada y obligada a amar a un hombre que la tiene cautiva y la usa para complacerse. El setting es inmediatamente reconocible como muy fabricado, enormemente falso con una escenografía endeble que pareciera de puesta escolar. Pero lo que en un principio pudiera verse como un descuido se vuelve obvio y congruente en el momento en el que él y ella salen de papel y entra un director para hacernos saber que estamos presenciando ficción dentro de la ficción.

Infierno, obra de teatro

Pasos que se escuchan a lo lejos, ruidos inexplicables, la desaparición de elementos de escenografía y utilería, y figuras que parecieran poderse ver en los rincones del teatro mantienen tensos a los tres teatreros, especialmente a los actores que son los más convencidos de que algo no está bien con el teatro que están usando para ensayos. E insisten en la posibilidad de que tal vez no estén tan solos como pareciera.

Pero los presuntos espíritus resultan menos amenazantes que lo que comienza a cocinarse entre ellos a fuego lento detrás del telón. El director, celoso y posesivo hace lo posible por controlar a su actriz, que también es su pareja y a la cual le dio una oportunidad pese a ser novata en la escena; mientras su miedosa coestrella pareciera tener una cercanía con ella que va más allá de una relación meramente laboral y una ficción que de pronto los necesita sexualmente cercanos.

Infierno, obra de teatro

Los miedos de los tres parecieran estar siempre presentes. Ratas, fuego, oscuridad, y siempre, el miedo a que la verdad sea descubierta. Los tres parecieran estar enfrascados en una confrontación constante con ellos mismos y aquello que los perturba, muy al estilo de los castigados en alguno de los círculos del Infierno de Dante. Conforme las presencias en el teatro se hacen cada vez más vívidas y los roces entre el director y sus actores cada vez más violentos el fuego del averno pareciera empezar a soltar llamaradas cada vez más cercanas al trío.

Infierno, obra de teatro

Infierno no viene a descubrir ningún hilo negro. De hecho, su trama la hemos visto representada con sus variantes en otras ficciones del estilo, pero es precisamente su falta de pretención y su camino hacia una fórmula segura la que le permite ser simplemente entretenida sin mayor búsqueda grandilocuente. No más de cinco actores en escena y un diseño de producción quita-pon que funciona dentro de la convención de la obra, le abren las puertas para poder ser un montaje francamente juguetón.

Infierno, obra de teatro

Y el hecho de que su sitio sea el Teatro Enrique Lizalde en Coyoacán, que ya carga con una vibra antigua, oscura y pedregosa, muy al estilo de la que se siente en Conventos viejos, hace del montaje una obra envolvente cuya acción no sucede meramente en un escenario, pero en los alrededores de las butacas. En ventanas que se alcanzan a ver en segundos pisos, sótanos cuya oscuridad no nos deja percibir qué hay dentro, pero que se sienten a centímetros de nuestos pies, pasillos que retumban y puertas que abren hacia lo desconocido. Infierno juega con su espacio casi tanto como lo hace con su escenario, y hace de lo inmersivo una burbuja tres sesenta que mantiene a la audiencia en alerta y suspenso hacia su frente, sus laterales y sus espaldas.

Infierno, obra de teatro

El texto, sin embargo, comienza a revelarse demasiado pronto. Infierno nos tiene preparadas sorpresas, es gran parte del chiste de la obra y del gran malabareo del terror con lo inesperado, pero esas sorpresas se vuelven anticipadas con diálogos e interacciones que en vez de encubrirlas para sacarlas de la caja en el momento adecuado, insisten en presumírnoslas antes de tiempo con guiños que más que pequeños vistazos hacia lo que viene se sienten de pronto como telescopios para jugar a las adivinanzas ya desde lo predecible.

Aún con una dirección que crea ambiente y momentum, hay un tema actoral que no termina de embonar con el universo creado por Mauricio Pichardo. Es clarísimo que cuando los actores están en personaje suben hacia el melodrama y la farsa para acentuar en qué momento entran en ficción, pero cuando salen de ella para regresarnos al ensayo, lo enorme de la actuación tendría que bajar para posicionarse más cerca de lo orgánico. Y en gran parte Emmanuel Okaury y Alessandra Goñi logran el cometido y separan los estilos; pero es curiosamente Ruy Senderos, como el director, el que con voz impostada y fraseo de época rompe con el tono más natural de los momentos que tendrían que suceder en presente para volverlos nuevamente caricaturescos.

Infierno, obra de teatro

Curioso, sin embargo, que el trabajo de Ruy se nota que parte de una construcción de personaje, cosa que se agradece. Busca manierismos y formas para hacer de su director uno con una personalidad muy específica, y en otros muchos casos esa tarea hubiera rendido frutos, pero en una obra donde pareciera que él está trepado en un ritmo diferente sólo consigue distanciar a los personajes como si pertenecieran a montajes diferentes. Como si uno de un universo noir se hubiera fugado para acabar en el escenario de Infierno donde nadie más está transportado a su época específica, que pareciera estar más apegada hacia las formas del cine de detectives de los 40.

Infierno, obra de teatro

Infierno no viene a revolucionar el teatro de terror, sino a pelotear con él. No hay propuesta hacia el género pero sí una clara intención de jugar con las reglas de un juego antes establecido. Y entrega lo esperado. Ni más, ni menos. Se sobrepone a esta cada más creciente de necesidad de hacer del jump scare un estilo y le da la vuelta al susto fácil para hacer de la narrativa el verdadero caldero donde va hirviendo el miedo frente a nuestros ojos, incluso cuando no nos estamos dando cuenta. Y a pesar de caminar en la línea de clichés del género nunca se convierte en una amalgama de lugares comunes, pero encuentra un espacio propio donde existir, que además mezcla de manera sutil pero funcional tensión con drama, y suspenso con comedia. Y el resultado es entretenimiento. Infierno es una obra para írsela a pasar bien, especialmente si lo tuyo es tener el corazón acelerado.

Infierno se presenta viernes, sábados y domingos en el Teatro Enrique Lizalde.