El esperado regreso de Lost In Space hizo finalmente su estreno en el catálogo de Netflix con una nueva familia Robinson que, lamentablemente, nos queda mucho a deber.

53 años después del estreno en tele de la original Lost In Space, Netflix nos trae una nueva versión de las aventuras de la familia Robinson, que otra vez se pierde en el espacio luego de que la Tierra se vuelve un planeta inhabitable del que tienen que salir huyendo para comenzar de nuevo en otro lugar. Las cosas se complican, acaban succionados por un hoyo negro y en un planeta desconocido, con su nave (Jupiter) en el fondo de un lago congelado, y sin medios para volver a donde comenzaron.

La historia es básicamente la misma que la de la serie original, los personajes también se repiten, Papá Robinson, Mamá Robinson y tres niños Robinson a los que eventualmente se les une un robot -«Danger, Will Robinson»- el dudoso Dr. Smith (que en la primera solía ser hombre, pero ahora el personaje está en manos de Parker Posey) y Don West, un ingeniero; pero lo que debió haberse percibido como un upgrade termina de algún modo sintiéndose como un paso para atrás en esta versión que se toma demasiado en serio a sí misma como para llegar a ser divertida y parece estar grabada en un foro de la Roma.

Vámonos por pasos.

La familia. Pese a ser los protagonistas son lo menos interesante de la serie. Molly Parker como Maureen (la mamá) tiene un personaje difícil con el cual trabajar, más enfrascado en un drama marital farsero estilo telenovela que no termina de embonar con Lost In Space que con la aventura que se está viviendo; Toby Stephens, como el papá, recita todos sus diálogos de manera más robótica que el mismo robot y a pesar de ser el macho alfa de la familia, demuestra capítulo con capítulo que no sabe hacer nada, Taylor Russell, el personaje políticamente correcto (porque hay que ser diversos aunque se sienta forzadísimo) es fría y con poco ángel, y los únicos dos rescatando el apellido entero son Mina Sundwall y Maxwell Kenkins como Penny y Will Robinson que otorgan ligereza, simpatía y encanto a una familia que pide las tres cosas a gritos.

Parker Posey como Dr. Smith, Ignacio Serricchio como Don West y especialmente el robot se convierten, curiosamente, en la razón para ver la serie. Los personajes más interesantes, intrigantes y que realmente juegan a pertenecer a una serie Sci-Fi y no a un drama de bajo presupuesto de Bravo.

Pero lo peor de la serie no recae en los intérpretes, sino en la gente que la está fotografiando y posproduciendo.

Editores cuya creatividad para ilustrar flashbacks se ve reducida al uso de filtros como del primer Instagram (ésos del fuera de foco circular que hasta marea) que además no repiten en cada recuerdo, pero van cambiando para otorgar nula identidad a un recurso que se usa constantemente; y una cámara que nos mantiene en ángulos repetidos y cerrados para evitar ver los cables alrededor de los actores, recurso que hace parecer la serie un capítulo de cualquier sitcom grabada en foro, donde los planos abiertos creados en CGI no tienen congruencia alguna con la escenografía de las tomas cerradas donde se nota a leguas que el hielo en el fondo es hule espuma.

Parece impensable que viniendo de Netflix y teniendo los recursos que en apariencia tiene, Lost In Space se sienta hecha con las mismas capacidades que un capítulo de Stargate de 1997, y mucho más chica en grandilocuencia que la misma The Orville que no es ni remotamente de las series prioritarias de Fox. ¿Cómo es que está pasando eso?

Qué lástima que esa misma atención al detalle y perfeccionismo que se usó para construir al robot y su línea narrativa no fue usado para quitarle lo bidimensional a un reboot que se siente más acartonado que todas las expresiones de Molly Parker.