Nota: Esta crítica de Mean Girls, 2024 fue escrita y publicada originalmente en Cinepremiere por el autor.

El remake de Mean Girls (Chicas Pesadas) es un alebrije extraño formado con las partes de una icónica Mean Girls de 2004 y un exitoso musical de Broadway de 2017, que en un intento por ser ambas y ninguna, termina con una forma a la que de pronto es complicado verle la cara. No es precisamente “grool”, pero tampoco podemos acusarla de ser poco “fetch”, no es una pieza de nostalgia, pero tampoco pretende olvidar a su audiencia milennial mientras le habla a un nuevo espectador mucho más joven. ¿Qué es, entonces? ¿Qué es Mean Girls?

La historia la conocemos bien desde que Lindsay Lohan se estrenó como una alumna recién regresada de vivir en África lista para unirse a las filas de una escuela tradicional dominada por las “Plastics”, un grupo de niñas populares encabezadas por la reencarnación de satanás en el cuerpo de una cruel y dominante, pero enormemente hipnotizante Regina George.

El remake musical de Mean Girls presenta a todo un nuevo cast en los papeles que hoy en día son legendarios y que propulsaron las carreras de Rachel McAdams y Amanda Seyfried, y que con suerte hará lo mismo por una excelente Reneé Rapp, la nueva queen bee de la escuela que con voz espectacular y un franco disfrute de ser la villana se roba escena tras escena al punto en que la película pareciera ser sólo de ella.

Ya bien conocida en teatro y habiendo hecho antes el papel en Broadway, Reneé Rapp saborea sus momentos. Es un alacrán en piel de pavorreal y entiende perfectamente que Regina George es la epítome de los antagonistas que amamos odiar, dándole la pisca necesaria de encanto para volverla ésa que no podemos evitar querer ser. Y a pesar de que el papel le queda pintado, cuando llega el momento de ser boba y abrazar una comedia física mucho menos seria, Rapp demuestra que lo puede todo.

Mean Girls le pertenece, pero hay otras varias caras nuevas que se asoman para reclamar su lugar como estrellas de una nueva generación. Jaquel Spivey, que en Broadway ha estado incluso nominado al Tony, es un Damien con una entrega perfecta de comedia que al lado de Auli’i Cravalho (Moana) se llevan varios de los mejores momentos musicales. Las “Plasticas”se sostienen solas, cada una con su momento para brillar, especialmente la nueva Karen, Avantika Vandanapu, que lleva a un nuevo nivel el no tener idea de dónde está parada. Pero la protagonista, Angourie Rice, es la que se queda muchos escalones atrás.

Su Cady Heron es gris y es fácil olvidar que técnicamente es la protagonista de la película. No tiene escenas memorables ni consigue ser especialmente graciosa. Y para su mala suerte, Christopher Briney, como Aaron Samuels, tampoco tiene mucho que ofrecerle. Despojado de las canciones que en teatro cantaba el personaje, el interés romántico es beige como pared, y ambos como estelares de una historia que tendría que girar en torno a ellos son lo menos interesante de todo Mean Girls.

Un poco de la historia de Reneé Rapp, de ganadora de los Jimmy Awards hasta Mean Girls.

La comedia, que le sigue perteneciendo a Tina Fey, escritora de las dos películas y el musical para teatro, está desparramada por doquier. Las líneas y escenas icónicas de 2004 de pronto vuelven pero camuflajeadas en el traje nuevo del emperador, que todos podemos ver con demasiada transparencia, mientras otras que los fans están esperando ver desaparecen por completo o se transforman en una gran necesidad por darle la vuelta a lo viejo y no repetir ya lo hecho al punto en que son irreconocibles.

¿Es graciosa? Lo es. Tiene grandes aciertos y chistes con los que es inevitable soltar una risotada y cameos que sueltan aplausos en el cine, ¿pero hilarante? No tanto como uno esperaría. Buscando encontrar su identidad entre las escenas habladas y los números musicales que parecieran videoclips insertados en la trama, Mean Girls tiene más ese estilo Glee, televisivo incluso, que una coherencia donde lo cantado hace entero sentido con la convención. Ese universo no está del todo construido y se nota desde los trailers en los que quisieron ocultar que el remake era una versión musical nacida en Broadway.

Es claro que Mean Girls 2024 no viene a reemplazar nada de lo creado por la marca antes, la búsqueda es por un lugar propio en la cultura pop, pero es difícil entender quién es su verdadero público. No lo son los fans de la original, que la podrán ver como un divertido aditamento en el multiverso pero nada más; tampoco los fans del musical a los que les quitaron casi la mitad de canciones y bailables como el tap de Where Do You Belong. Pareciera que Mean Girls quiere llegarle a un espectador que nunca antes haya oído hablar de Glenn Coco, que no celebre el 3 de octubre vistiéndose de rosa, y pareciera tarea imposible.

Nos quedamos con World Burn cantada de manera brillante por Reneé Rapp y la competencia de Matheletes que para esta ocasión es una secuencia que no puede sino sacar sonrisas. Pero de todo lo que lleva el nombre de Mean Girls el remake musical se queda ahí donde ok, sí lo dejamos sentarse con nosotros y no es suicidio social, pero alguien tiene que enseñarle a caminar en tacones y portar ropa rosa de su talla, porque por ahora, se le notan las costuras de niña educada en casa.