El diablo suele vestir de negro, así lo reconocemos en la cultura popular, pero en el mundo del director de Shopping and Fucking, Sixto Castro Santillán, los colores tienen un significado opuesto al que solemos otorgarles. Es así que su demonio -no en el sentido religioso de la palabra, pero sí ciertamente metafórico- viste un pulcrísimo blanco; una imagen retro casi angelical que en realidad representa la ambición, la corrupción del dinero, el capitalismo y el consumismo como el gran pecado de la tentación.

Y es precisamente en el dinero y en la manera en que las mismas relaciones humanas se pueden convertir en una mera transacción, donde todo mundo puede comprar y ser comprado, que Shopping and Fucking de Mark Ravenhill encuentra su discurso con cuatro personajes heridos y vacíos que buscan llenar su falta de sentido con drogas, sexo del más perverso y una ambición descuidada y descarrilada por salir del agujero de pobreza en el que se encuentran.

Lulu, Mark y Robbie son tres adictos que comparten departamento, vínculo poliamoroso y encuentros sexuales en Londres. Viven de cereal, roban cuando se les da la oportunidad así sean chocolates, y mantienen una cuchara, una jeringa y heroína en el cajón junto al sillón de la sala por si acaso. Cuando Mark decide rehabilitarse, Lulu y Robbie pierden la ruta. Ella (una actriz desempleada) termina en un casting en el que su «casteador» le propone hacer un pequeño monólogo topless, incomodándola por completo, y posteriormente la reta a vender 300 pastillas de M, y él en un intento por ayudar con la tarea acaba consumiendo y regalando toda la mercancía metiéndolos a ambos en una gran deuda y un enorme y violento problema con un dealer que llora al escuchar a su hijo tocar música clásica, pero no tiene problema con destrozarle la cara a una persona que no entienda como él, el valor del dinero, que en su propio discurso, existe por encima de Dios y la naturaleza.

Mark, por su parte, se descubre incapaz de amar y ser amado y acaba en los brazos… o deberíamos decir de cara en el culo ensangrentado de Gary, un prostituto menor de edad, que ha pasado su vida siendo abusado por su padrastro y que a diferencia de Mark no busca cariño, sino protección, una figura paternal que pueda cuidarlo pero al mismo tiempo violentarlo sexualmente y cumplir sus mórbidas fantasías.

Mientras el dinero comienza a caer de máquinas de apuestas y sex lines telefónicas, los cuatro empiezan a jugar con el sexo como moneda de cambio e inminentemente terminan por unir sus historias en un clímax que no sólo resulta perturbante e impactante, pero también agresivamente grotesco y sorprendentemente festivo, en un tono surrealista y estridente que fácilmente pudiera caer en lo caricaturezco, pero que Castro Santillán maneja tambaléandose en una delgada línea para mantenerlo honesto y verdadero, sin miedo a tomar riesgos donde resultan más pertinentes.

La obra no es para los fácilmente ofendidos o de sensibilidades modestas. Shopping and Fucking se va a extremos y no pide perdón ni permiso. El texto, que de una manera muy inteligente hace una crítica a la valoración que le damos al edonismo y a lo monetario por encima de muchas otras cosas, es ingenioso, sútil e incluso gracioso, pero en manos de Sixto se convierte en un viaje ácido, caótico y sobre-energetizado que busca conscientemente incomodar al espectador, haciéndolo reflexionar desde lugares oscuros y macabros, pero eso sí, locamente coloridos y fantásticos.

¿Y no es eso grandioso? Un director que se arriesga, una obra que sorprende, y un elenco que está dispuesto a lanzar la prudencia y el pudor por la ventana con tal de cumplir una visión que muchos podrían considerar aberrante.

Pero en realidad es fantástica. Claudio Lafarga, quizá el más conocido del elenco, mantiene la paz. Pese a su villanía y pensamiento corrupto es el único en el escenario que permanece en calma, que disfruta de sus diálogos como si de un postre se tratara, los come, los saborea, los suelta con el tono y cadencia de alguien que no tiene otra preocupación en el universo. Y es francamente genial y absolutamente cautivante.

Angie Bauter, Norman Delgadillo y Gonzalo Guzmán, en contraste, se mantienen en iracundos movimientos, sudados hasta gotear, sucios y desvalijados en perfectos atuendos de estrella pop japonesa (de los cuales tengo que hablar en un momento más) creando personajes que funcionan como luces de bengala, encendidos a tope por momentos y consumidos hasta la raíz en otros.

Pero es Luis Vegas, como el muy joven Gary, el que se lleva por completo el montaje. Una absoluta revelación en cortísimos shorts (o de plano sólo un jockstrap) que hipnotiza con un personaje frenético de risa perversa, a una mirada de locura de caer en una actuación absurda que, sin embargo, se mantiene en el punto exacto en el que es imposible quitarle la vista de encima, y posteriormente, horas después de haber salir del teatro, de borrar su imagen y sus palabras. Una macabra genialidad que no puede sino ser ovacionada.

Como aplaudido también tiene que ser el diseño de producción del montaje. Una fantasía entre infantil y queer que mantiene a los actores vistiendo exóticos atuendos brillantes y coloridos, terroríficamente contrastantes con la precaria situación de los personajes, y un poster de los Teletubbies mirando la acción desde el fondo, como recordándonos que en el fondo todos somos unos niños que no hemos aprendido las lecciones básicas de la vida. Todo se conjuga con la estruendosa presencia de televisores francamente voyeuristas (quizá uno de los fetiches más comunes del espectro sexual), un diseño sonoro aparatoso y estridente, y una excelente selección musical electrónica y pop que incluye hasta a las mismísimas Spice Girls. Ah, claro, y una botarga tierna y peluda que salta por aquí y por allá como una alucinación kawaii que pareciera mantener la inocencia que ya ni siquiera tiene sentido en la habitación.

En fin, un sueño que recuerda a la Trainspotting de Danny Boyle o la Requiem for a Dream de Darren Aronofsky, con lo plástico y pastel de la estética k-pop, repleto de personajes inolvidables, momentos apabullantes y una adrenalina contagiosa que provoca querer gritar y ovacionar al mismo tiempo. De lo mejor que se ha presentado en un teatro este 2021.

Shopping and Fucking se presenta en el Foro Lucerna los Lunes y Martes a las 19:45 de la noche.