Un texto de Manolo Díaz que habla de la violencia hacia el norte del país, pierde geografía en un montaje que juega demasiado con la ligereza y la farsa tropezada como para realmente poder asentar un tema de tráfico de órganos que se maneja en su centro. Siempre Tendremos Dallas se acaba volviendo un monólogo a dos voces donde los temas van y vienen sin mayor foco, en una propuesta situada en la universalidad que termina por enfriar lo que de otro modo tiene mucho para ser potente y horrorizante.
En Ciudad de México hacemos esta cosa en la que solemos centralizar incluso las historias que pudieran ser representativas de otros lados. Y ahí empieza mi conflicto con Siempre Tendremos Dallas, un texto del sinaloense Manolo Díaz, montado en chilanguismo para el Foro Shakespeare, tal vez con miras a volverlo universal, o a hablar de una violencia que se vive en varios lados, no sólo al norte del país, pero perdiendo la capacidad de localidad y foco. Durante gran parte de la obra no es en absoluto claro dónde sucede la historia, la música no te habla de un lugar particular, al contrario, es quizá incluso retro y electrónica hacia lo citadino, y el acento de las actrices es pertinente para CDMX. No es sino hasta que la protagonista canta un corrido que empieza a resaltar la noción de que esto tiene un territorio y uno que además sí pudiera ser relevante para el relato.

Siempre Tendremos Dallas está escrita mucho más cercana al monólogo, y podría incluso ser montada como tal, pero en la obra son dos las actrices que interpretan de manera simultánea a Dani, honestamente no con tanto propósito, como efectividad para el dinamismo fuera de cualquier símbolo. Dani es hija de un matrimonio divorciado, una mamá sobreviviente de cáncer con la que no tiene la mejor relación, una hermana que continuamente narran como insoportable aunque sus apariciones durante la obra no la hacen parecer más que chiqueada, quizá, pero amigable, y un padre semi ausente que enfermo de los riñones necesita de un donador.

Luego de proponerse ella para donarle el riñón a su papá le cae el veinte de lo que eso implica, cosa que la impulsa a viajar a Dallas para ponerse una manga gástrica y aumentarse el pecho, y regresar, sin querer, habiendo matado la posibilidad de ser ella donadora. Aún cuando el detonante de sus acciones es poco congruente y la explicación insuficiente, eso nos lanza a una nueva narrativa en la que Dani hace lo posible por conseguirle un riñón a su papá aún cuando eso implica acabar involucrada con un traficante de órganos llamado Axel y el niño de once años que usa de su achichicle del que ella acaba inevitablemente encariñada.

El texto de Manolo Díaz está lejos de ser redondito. Los muchos temas de los que quiere escribir acaban siendo lanzados como tangenciales a una historia que se beneficiaría de foco e intención. Un novio bueno para nada de la mamá, un aborto de la hermana, un ex-novio infiel de la misma Dani, un tío que de comedia poco afortunada insiste en hablar como gringo aunque es mexicano repletan la puesta de narrativas que no suman mucho a la historia y que distraen continuamente de un conflicto que por sí solo tiene la fuerza para empujar el arco entero del personaje, y el relato completito de la historia. Una mujer intentando conseguirle un riñón a su papá con dudosa compañía y peligro inminente, es absolutamente una trama con suficiente piso como para no necesitar del mucho aire flotando alrededor.

Los personajes carecen de sustento, y es muy claro precisamente en el personaje de la hermana, que si no fuera por la narraturgia en la que se nos induce a verla bajo una luz muy negativa, el texto per se no hace mucho por realmente crear un personaje detestable e incomprensible. Menos aún la mamá, de la que se nos dice que es parecida a la hermana y por tanto difícil, pero jamás se nos presenta el tiempo suficiente como para entender desde dónde. Mucho de lo que da razón de ser a los personajes secundarios es enormemente superficial y pareciera no pasar del meme sin intención de adentrarse en su psicología. Sabemos que el papá no visita a la mamá durante su tiempo con cáncer en el hospital, y el por qué no parece realmente importarle tanto a Manolo Díaz como le importa hacer del hecho de que el papá escribe posts en Twitter y Facebook autocomplacientes un chiste recurrente.

Daniel Ortiz (director) toma este pretexto para crear con todos ellos una farsa. Dani, situada en un lugar más terrenal, está entonces rodeada de seres entonados en caricatura. Cosa que pudiera resultar funcional en una comedia sobre un pez fuera de el agua, pero Siempre Tendremos Dallas es en realidad un drama, incluso oscuro, sobre el tráfico de órganos y los infortunios y casualidades que pudieran hacer que una persona cualquiera terminara involucrada en un submundo del que es imposible salir ileso y con las manos limpias. Al menos eso pareciera querer decir de fondo, pero la ligereza y eterna sutileza de la puesta consigue rosar el tema más como una caricia que como un golpe.

Actuada por Andrea Camacho y Nattz Landaverde, que se van alternando la narración y la aparición de personajes incidentales, Siempre Tendremos Dallas consigue crear a una protagonista de varias dimensiones, aún cuando, repito, el uso de dos actrices en su representación no termina por porponer nada relevante; pero a falta de matices y un tono al menos realmente humorístico, el resto de los personajes en la historia caen como cartulinas, y el mundo que habita Dani se distancia de lo tangible y hacia lo ilustrado cosa que impide que, llegado el final de la obra, la densidad y lo siniestro del hoyo en el que acaba metida, caiga con el peso de el yunke que tal vez en papel tiene escrito.

Siempre Tendremos Dallas levanta una cuestión interesante sobre el lodo en el que somos capaces de arrastrarnos en nombre de un ser querido, y la forma en la que en un territorio dominado por la constante violencia, el peligro de caer en el lugar equivocado es prácticamente constante, y de algún modo casi inminente. Ese mundo que la obra describe está lejos de ser una ficción de fantasía, y en su capacidad real carga con una mensaje importante sobre los hombros. Un mensaje que esta obra, como un todo, no termina por proyectar con bríos. Un crucigrama de temas que no terminan por configurar un enunciado poderoso, en un montaje que camina sobre la intención de una comedia que pudiera tener una pretención ácida, pero se lee simple, en una trama que pide a gritos atención a la crudeza.