El spin off de Star Wars llena la pantalla con escenas de acción a bordo del Millennium Falcon, pero por más que intenta no logra hacer frente al hecho de que su protagonista…simplemente no es Han Solo.

Diría Juan Gabriel, ¿pero qué necesidad? y en el caso de Solo: A Star Wars Story esa pregunta nunca había tenido tanto sentido.

Disney decidió ordeñar la vaca conocida como Star Wars hasta dejarla sin una gota de historias sin contar, no sólo con las nuevas y renovadas películas de la franquicia con Daisy Ridley, Oscar Isaac y demás (que amamos y no tenemos tema con ellas), pero también con spin offs que se salen del arco original de la saga para llevarnos a otros mundos, otros personajes y otros tiempos: entre ellos Rogue One, la historia jamás contada de Boba Fett y ahora la precuela sobre las aventuras pasadas de Han Solo.

Y aquí está la cosa. La película no está mal. Se sitúa años antes de la Rebelión cuando un joven Han Solo (un poco más joven que Harrison Ford cuando hizo A New Hope) está perdidamente enamorado de Qi’ra (inesperadamente bien interpretada por Emilia Clarke) y lo único que quiere es huir a su lado de su planeta natal para convertirse en un piloto; pero al momento de intentarlo, con fiascos y trampas como Han suele hacer, acaba perdiéndola, enredado con el Imperio, enemistado con el peligroso Dryden Vos (Paul Bettany) y aliado con las también versiones pasadas de Lando Clarissian (Donald Glover) y Chewbacca.

No es terrible, es una historia bien contada que, como cualquiera en el universo de Star Wars, está repleta de escenas de acción, criaturas inesperadas y fantásticas, vuelos intrépidos a bordo del Millennium Falcon y mucho gruñido de Chewbacca; eso sí, en ésta no hay ni una sola pelea con espadas laser y un poquito sí se extrañan.

Pero el error de Solo está precisamente en la elección de su protagonista. Ahí donde Harrison Ford en la primerita trilogía de Star Wars (iniciada en el 77) resultaba rebelde, cínico, simpático y sexy con una sola mirada en close up, una sola sonrisa de lado o la expresión de un ingenioso diálogo (Wonderful girl. Either I’m going to kill her or I’m beginning to like her) sin necesidad de sentirse actuado porque él era así -y esa es la razón por la que George Lucas lo sacó de carpintero para ponerlo en su película- Alden Ehrenreich no pasa de ser un actor con cierta apariencia física necesaria para hacer a Han Solo, pero de personalidad nula y poca capacidad para emanar aquello que hace a Han Solo uno de los personajes más icónicos en la historia del cine.

Alden cumple, dice sus diálogos (que de entrada no son los ingeniosamente desparpajados como deberían de ser), pelea sus peleas, pilotea sus naves y enamora a la heroína tal como el guión indica que debe hacerlo, pero lo hace sin ese ba ba boom que necesita para ser memorable, y lo único que logra, más allá de contarnos una historia que no necesitábamos, es hacernos extrañar a ese Harrison Ford al que cuando le dicen «te amo», contesta «lo sé» y todos en la sala queremos pararnos a aplaudirle.

Y esa forma en la que decidieron explicar el porqué del nombre «Han Solo» provoca que te quieras disparar en un pie.

Solo: A Star Wars Story te va entetener, no estamos poniendo en duda eso, sólo nos preguntamos, ¿era una historia que se tenía que contar o se hizo para terminar de exprimir nuestras carteras que ya de por sí sangran por todo lo que le hemos invertido a la franquicia en décadas? Porque se siente como que eso es lo que está pasando.