El gran regreso de Manolo Caro al teatro no brilla como debería con un texto de culpa homosexual que se siente obsoleto, superficial e ingenuo, y un montaje que no logra superar el morbo de aquello que promete el cartel.

Saliendo de ver Straight en el Milán tuve que ponerme a investigar sobre Scott Elmegreen y Drew Fornarola, convencido de que seguramente habían escrito este texto para Off Broadway en algún momento de inicios de los 2000 -lo cual explicaría un poco el por qué de lo pasado del conflicto y lo superficial de la trama- pero resultó que Straight la estrenaron en Nueva York en 2016. Y el problema se volvió completamente otro.

Erick Elías, Zuria Vega y Alejandro Speitzer en Straight.

Erick Elías, Zuria Vega y Alejandro Speitzer en Straight.

Curioso que en entrevista con la prensa, Manolo Caro hablara de la importancia del tema gay en pleno 2018, en un panorama que tiene a Rusia castigando a los homosexuales bajo el rigor de la ley, a Uganda asesinándolos y quemando sus casas bajo normas constitutivas y aquí en México a Manuel Espino urgiendo a los homosexuales a respetar la palabra «matrimonio» usando cualquier otro eufemismo para sus uniones y familias; y que en Straight el único tópico conflictivo de una salida del closet sea el miedo a la etiqueta.

Dan es un hombre (quiero creer, treintañero por el perfil del actor Erick Elías, aunque en el texto original se define de 27 años) que vive en un loft de ensueño (del cual tenemos que hablar también), solo, porque se niega a concretar la relación de años con su novia que le pide y le ruega que se vayan ya a vivir juntos como una pareja «normal», eso y hablar de ratones es básicamente lo único que hace durante toda la obra. Pero Dan no quiere renunciar a la libertad de su bachelor pad porque le permite ocultar un amorío que ha comenzado a tener con un veinteañero muchos años más joven que él al que recién acaba de conocer.

Straight en el Teatro Milán.

Lo que inicia como una mera escapada sexual termina por convertirse en un semi triángulo amoroso que en realidad no pasa de muchas escenas conversacionales, pocos y tímidos momentos sexuales y un discurso repetitivo  y francamente caprichoso sobre el porqué salir del clóset implica dejar de ser la persona que eres para convertirte meramente en una etiqueta -cosa que, insisto, tal vez pudo haber sido tema hace 10 años, pero al día de hoy (y más en una persona de treinta y tantos) sería en cualquier homosexual recién descubierto la menor de las preocupaciones.

¿Cómo lo hablo con mis papás después de tanto tiempo? ¿En dónde quedan mis planes de casarme y tener hijos? ¿Amo o no amo a la novia con la que llevo tanto tiempo? ¿Cómo le digo que la quiero dejar por un hombre? ¿Voy a ser juzgado por mis cercanos y conocidos como alguien que les mintió todos estos años? ¿Peligra mi vida y mi seguridad si me asumo como homosexual?, son varias de las preguntas que Dan jamás se hace. En lugar de eso, los escritores se preocupan más por dejar claro que los gays también pueden disfrutar del fútbol y la cerveza y que no a todos les gustan las canciones de Disney.

Straight en el Teatro Milán.

Y Andy (el veinteañero) resulta absolutamente contradictorio y flojo en su contradiscurso, porque siendo el personaje que defiende la libertad de vivir asumido como lo que uno es tampoco le ha dicho a nadie que es gay.

No ayuda en cualquier caso la absoluta falta de naturalidad con la que Erick Elías interpreta a su personaje, una actuación notoriamente pretendida que jamás logra convocar ningún tipo de química con ninguna de sus contrapartes, interacciones que Zuria Vega y Alejandro Speitzer hacen lo posible por rescatar con carisma y simpatía, pero en la que no logran brillar excepto en la única escena que tienen juntos sin el tercero en discordia.

Straight en el Teatro Milán.

Y ese loft… Sí, al igual que el increíble vestuario y los pintados con luz de la escenografía reflejan el sentido estético de un Manolo Caro que siempre ha demostrado tener ojo para los visuales, pero atrapa la dirección escénica en estorbosos y repetitivos movimientos encima de un sillón, sin permitir a sus protagonistas moverse hacia cualquier otro lado o navegar con libertad el otro 50% del escenario que básicamente dejan sin usarse.

Straight se siente como un vaso a medias de un director que en la Sala Chopin tantísimas veces nos demostró que lo suyo eran los vasos desbordados. Y honestamente nos dejó con las ganas del Manolo Caro que se cortaba las venas y contaba un, dos, tres por él y por todos sus amores.

Straight se presenta Viernes, Sábados y Domingos en el Teatro Milán.