Un relato francamente mitológico, un espacio lleno de magia y posibilidades, una alegoría sobre el teatro mismo y su creación de realidades y al final un cuento de amor entre dos personas tan legendario como ilusorio.

Ir a ver El Hilador es volver a creer en la magia, como un niño viendo un desfile en Disney o un adulto voltendo hacia las estrellas para pedir un deseo. Entrar a la sala del Teatro Helénico y ver por primera vez la lúdica y espectacular escenografía ya montada sobre el escenario, un bólido de retazos, maderas y objetos en apariencia abandonados, llena de potencial, es transportarte a otro mundo inmediatamente. Un mundo en el que cineastas como Jean Pierre Peunet o autores como Terry Pratchet han vivido, donde las reglas se doblan en favor de los personajes y las posibilidades son tan mágicas como en un cuento infantil.

En escena, Evan Regueira es Quirón, un niño huérfano que ha sido elegido por la mismísma Muerte (una tétrica masa de telas y sombras grisáseas movida desde el interior con pasos coreográficos por Marcos Radosh) para convertirse en su chofer personal -La Muerte maneja un Mercedes, por si se lo preguntaban. Pero lo que al principio, Quirón entiende como mala suerte, cambia para bien, cuando en uno de sus viajes para coleccionar almas conoce a Elena (Ana González Bello), una niña que acaba de perder a su papá y que en manos de su madrastra se la empieza a pasar como la Cenicienta, o peor, porque a la Cenicienta no la encerraban.

Luego de darse cuenta que tienen más en común de lo que imaginan, los dos niños solitarios comienzan a enamorarse, pero con un terrible obstáculo de por medio: sólo se pueden ver cuando alguien en el pueblo muere y la Muerte es convocada. El resto se desarrolla como un cuento de Hans Christian Andersen, salpicado de comedia, de ocurrencias ridículamente creativas que hacen uso del espacio, los props, la música y los actores de una manera muy especial, y toques sumamente conmovedores que para el final de la obra no sólo te han hecho viajar a un mundo de fantasía, no completamente ajeno de las mitologías antiguas (de entrada Quiron es un centauro para los griegos y Elena, la hija de Zeus), pero además te han hecho entender tanto sobre el enamoramiento y su fragilidad, sobre la creación teatral y ese abismo de ficción casi realista en el que se sostiene -que es tan bello y efímero a la vez-, sobre el lenguaje, la muerte, la vida y hasta nuestra CDMX tan caótica y esquizofrénica.

Aunque el relato es bello y entrañable, es la vestimenta que lo rodea la que provoca que mantengas los ojos del tamaño de platos durante toda la obra. La escenografía (además maleable) de Sergio Villegas es un franco homenaje al imaginario de los Hermanos Grimm y definitivamente pertenece a fábulas; la iluminación de Matías Gorlero complementa la ilusión además con foquitos regados por el techo y estratégicamente puestos sobre objetos en el escenario que hacen de estrellas, luces, velas o hasta sentimientos, el vestuario de Sara Salomón, especialmente en al creación de La Muerte como un Dementor de J.K. Rowling es ingenioso y fantástico, y la música de Iker Madrid, la cereza en el pastel para terminar de viajar a gusto a un universo de «érase una vez».

El Hilador no es sólo todo esto y más que uno va descubriendo mientras la ve, pero también es un producto cien por ciento mexicano; una puesta que le tomó a Paula Zelaya años escribir, que estrenó en Vancouver festivaleando como David contra Goliath, y que la misma Paula tuvo el valor de dirigir como primer trabajo. Y qué magnífica es.

En la obra, Quirón va haciendo una lista de cosas horrendas, retorcidas y por demás jodidas y El Hilador es precisamente el antídoto contra todas ellas. Graciosa, conmovedora y un espacio de fantasía irreverente, El Hilador es LA obra para ver esta temporada.

El Hilador se presenta todos los Miércoles hasta el 12 de septiembre a las 20:30 en el Teatro Helénico.