¿Hay manera de dejar de hablar de Jamie? Después de dos estrenos en el Teatro Manolo Fábregas una cosa es clarísima, el teatro musical mexicano tiene nuevas estrellas brillantes, y no sólo hablamos de Joaquín Bondoni y Nelson Carreras, protagonistas de Todo El Mundo Habla De Jamie, pero de un elenco que básicamente en su totalidad y cada uno desde su esquina, no para de servir entrega y magia. «Perteneces a un lugar», cantan en la obra, y es que sí, Todo El Mundo Habla De Jamie pertenece a los escenarios para ser vista por miles. Y gracias al universo, hoy nos pertenece a nosotros.

Inspirada por la verdadera historia de Jamie Campbell, en quien se basó el documental Jamie: Drag Queen At 16, esta importanción del Reino Unido nos llega en un momento tan preciso, justo cuando el ala conservadora de la sociedad ha decidido declararle la guerra al arte drag. De ahí que «Jamie», cuya simple pero poderosa historia, sobre el adueñarte de ser tú y entender el drag como parte integral de una expresión disidente y como una armadura para combatir el odio hoy mismo es más necesaria que nunca, y qué afortunado México de poder contar con ella como canto por la libertad.

Todo El Mundo Habla De Jamie

En Scheffield, Inglaterra, una pequeña ciudad aún plagada de ideas retrógradas, Jamie New se enfrenta con la intolerancia, ignorancia y el rechazo cuando decide hacer pública en su escuela sus intenciones de convertirse en artista drag queen, y no sólo eso, pero de asistir al baile de graduación como su persona drag, cosa que pone a su preparatoria de cabeza, a su directora Miss Hedge en un rincón incómodo, y a su más grande bully, Dean Paxton en la posición ideal para sobajarlo, no sólo desde la homofobia, pero también desde la misoginia que implica el ver para abajo a alguien cuya admiración por el género femenino es grande.

Aún cuando varios en su escuela parecen aceptar sin problema su manera unapologetic queer de ser, las únicas personas realmente trepadas en el tren de Jamie New son: su madre Margaret, que alienta y apoya a su hijo en lo que sea que él decida ser y busca a toda costa protegerlo del resentimiento que le guarda su padre; Ray, la mejor amiga de Margaret, que a través de los años se ha convertido casi en una figura paternal para él, y Pritti, su mejor amiga musulumana, que a pesar de no entender del todo la pasión de Jamie por los tacones y el maquillaje, se le suma contra viento y marea haciendo las veces de un Pepe Grillo que un personaje impulsivo como Jamie necesita más de lo que pareciera.

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Hay algo muy bello en el tratamiento del recorrido de Jamie, cortesía de Tom McRae, y es que en ningún momento trata su sexualidad, identidad de género o amor al drag desde la culpa, la homofobia interiorizada o el arrepentimiento. Cosa que resulta en extremo refrescante, cuando allá afuera estamos atiborrados de historias lgbtq donde lo primero y primordial son protagonistas que sufren su «suerte» y caminan hacia adelante para encontrar la aceptación. Jamie New sabe quién es, como Ray menciona en algún momento de la obra, probablemente mucho mejor que cualquier adulto.

Es inmensamente liberador tener a un héroe (interpretado por dos distintos actores, ya entraremos en eso) adueñándose del escenario desde lo queer, los manierismos, el disfrute de la feminidad y el gender fuck tantas veces satanizado, especialmente en México, donde se nos ha enseñado, cortesía de la televisión nacional, que el gay con pluma es meramente un personaje de comedia cuya única razón de existir es parodiar los modos de muchísima gente lgbtq allá afuera.

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Jamie es un personaje completo con defectos y virtudes, subidas y bajadas. Ni vanagloriado por el texto ni oscurecido desde la moraleja conservadora. Es un ser humano. Y como todo protagonista que transita el viaje del héroe, su mentor es, por supuesto, una drag queen, Loco Chanelle, que se aparece ante él primero como Hugo para alentarlo a encontrar su verdadero yo a través de una expresión artística, el drag, que no sólo pide de él creatividad y la capacidad de construcción de historias, pero de asumirse como valiente, poderosa e impenetrable. De encontrarse en lo profundo donde pocos se atreven a rascar.

Todo El Mundo Habla De Jamie tiene uno de los mejores scores de los musicales modernos, también cortesía de Tom McCrae junto con Dan Gillespie. Canción tras canción el vuelo del musical pasa del upbeat a la power ballad, del happy pop al electrónico, y le da oportunidad a una gran parte del elenco de robar sus momentos y demostrar que llevan oro en el interior. Y la compañía en México toma esas oportunidades como si fueran piedras preciosas para dejar a la audiencia sumida en su butaca, gritando de excitación o sollozando pero de ninguna manera estóicos.

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El rol de Jamie New lo alternan Nelson Carreras y Joaquín Bondoni que, a pesar de jugar el mismo tablero, lo manipulan desde lugares muy distintos, recargándose en sus fortalezas para mantener a Jamie brillando. La voz de Nelson es un abrazo. Desde sus primeros fraseos en «And You Don’t Even Know It» (Pero tú no lo sabes) es claro que lo que vamos a escuchar de él es seda, y sin necesidad de hacer mucha acrobacia, juega vocalmente de una manera que se siente arropadora y cálida, cosa que es una estaca al corazón en canciones como «Ugly In This Ugly World» (Feo en este mundo) y «My Man, Your Boy» (Mi hombre, tu bebé).

Joaquín, por el otro lado, se nota más experimentado y fluido en su actuar, especialmente en el acto dos que requiere de vulnerabilidad y de tocar emociones polarizantes. Es tierno y conmovedor, aún cuando su Jamie viene de un lugar mucho más agrio que el de Nelson, y cuando cree que todo está perdido te rompe el corazón. Ambos, Joaquín y Nelson, disfrutan y se divierten con la libertad de explorar la jotería, y aunque de modos distintos, los dos regalan comedia, la de Nelson más burbujeante y la de Joaquín seca, pero ambas graciosas y fa-bu-lo-sas.

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Aún siendo un pilar poderoso para el musical, sí tengo que mencionar que Joaquín Bondoni aún tiene mucho que trabajar su dicción, especialmente para poder servir esa comedia con absoluta comprensión en la sala, y Nelson, que con Todo El Mundo Habla De Jamie, se estrena en el teatro, requiere de aprender a romperse desde la honestidad, cosa que puedo entender como aterrorizante, pero que Jamie New necesita y Nelson le huye para meramente tocar el dolor de manera superficial.

El ensamble es un cometa que deja polvo de estrellas a su paso. Primeramente conformado por puro actor realmente joven (cosa que también se agradece) y perfectamente nivelado. Cantantes, bailarines y actores a los que no se les encuentra el eslabón débil, que visten las escenas no sólo con danza, pero franca gimnasia y acrobacia con una energía vibrante, provocada también por el bellísimo y arriesgado trabajo de Hugo Curcumelis como coreógrafo que da vida incluso a las transiciones escénicas y no para de sorprendernos de principio a fin, seguro y confiado de tener en su ensamble a un cast de avengers que pueden con lo que sea que les vaya a lanzar.

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Entre ellos, Ana Sofía Cordero como Bex y Desiree Pérez como Becca no sólo se la viven dejándonos atónitos con su manera tan elegante de bailar, pero se prestan al comic relief de forma consistente y precisa, y a pesar de tener diálogos contados, construyen con ellos un castillo. Daniela Rodríguez se roba los momentos de danza, un poco como Victoria en Cats, si quieren, y es el foco instantáneo del ensamble. Los ojos están en ella y es el epicentro de la magia coreográfica. Pero ojo, no hay uno solo entre ellos que no sea espectacular realmente.

Como personajes que crean y refuerzan conflicto y trama desde el reparto, Luz Aldán como Ray, Tanya Valenzuela como Miss Hedge y Diego Meléndez como el gran y odioso villano Dean no cumplen, porque cumplir les queda chiquito, regalan entrega a manos llenas. Luz y Tanya tienen la gran ventaja de poder jugar con comicidad, cosa que aprovechan para soltar carcajadas cuando les toca poner una cereza en el pastel; pero Diego tiene un trabajo mucho más complicado, porque no puede hacer uso alguno de ninguna herramienta de encanto, de hecho, tiene que lograr que no lo despreciemos y para el final que lo descifremos. Y lo hace al punto que provoca hervir la sangre.

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El musical cuenta con drags que fuera de la obra también se dedican a eso y son un hilarante complemento: Regina Voce, Leexa Fox y Liza Zanzuzzi, que bien pudieran permanecer en el gag jotero, que les sale muy bien, pero en realidad son un triple threat y lo demuestran. Ver a Leexa bailar «The Legend of Loco Chanelle» (La leyenda de Loco Chanelle) con reveals incluidos es una delicia. Y bravo, bravo, bravo a Regina Voce que siendo una de las voces más brutlaes de este país, para «Jamie» decide cantar en personaje, sin necesidad de alardear de lo que ya todos sabemos que puede hacer, esta vez nos lanza una bola curva y crea una interpretación 360 a la que no se le ven costuras. Bravo por esa decisión.

Pero hablemos de cartas más poderosas y sorprendentes del montaje: Vanessa Bravo como Pritti es un corazón latiendo que bombea sangre a todo el escenario. Es como una luz de ésas que se alcanzan a ver y calientan aún cuando el camino es frío y oscuro. Es un regalo de la producción al público que no teníamos el gusto de conocerla. Jugando a su favor en ella se sostienen dos de las baladas más bellas y emotivas de Todo El Mundo Habla De Jamie, «Spotlight» (Tu luz) y la brutal «It Means Beautiful» (Significa bello). Oírla cantar esas dos es motivo suficiente para detener lo que sea que estés haciendo y correr a verla al teatro. Pero no se queda ahí. Aún cuando tiene al personaje más aterrizado de todos, lo pule para provocar risa y relfexión. Y para el cierre se avoraza sobre un soliloquio de absoluto empoderamiento y lo devora con tanto sentimiento que provoca gritos en el público.

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Rogelio Suárez y Alberto Lomnitz comparten a Hugo/Loco Chanelle y no podrían ser más diferentes. Rogelio nació con un timing impecable para la comedia y no importa lo que diga, es el cómo lo dice que puede hacerte vomitar a carcajadas. Su Loco tiene algo de delirante y mucho de ácida autocrítica; mientras Lomntiz apuesta por lo entrañable, maternal y comprensivo. Sus risas son menores, pero el allure de draga legendaria de antoño lo exuda. Y al final más que ser el payasito de la fiesta es la maestra.

Y las Margarets, María Filippini y Flor Benítez. ¡Las Margarets! Por supuesto que el personaje de la mamá es un personaje hermoso. Una madre como pocas allá afuera que no cuestionan un segundo la razón de ser de su hijo, pero lo impulsan desde el amor a buscar su verdad y comprenderla. Lo que en papel está escrito para Margaret es suficiente para hacerle un monumento, pero encima tiene EL número de la obra: «My Boy» (Mi bebé), y la garra con la que las actrices lo toman es suficiente para destazar a cualquiera. María Filippini sabe encontrar y tocar emociones muy crudas y aunque su canto no es perfecto es abrasivo; pero Flor… dios mío, Flor. Con una voz digna de las belteadoras más aplaudidas, lo que hace con esa canción no es de este mundo. Una absoluta merecedora de una ovación de pie a mitad de función. Una revelación que apenas abre la boca provoca preguntarnos, «¿dónde has estado toda mi vida y cómo te saco de mi cabeza?» Es mujer no sólo saca lágrimas, las exprime.

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Todo El Mundo Habla De Jamie podría funcionar con ellos solitos y nada más, pero a su suerte, varios de los creativos más prolíficos y brillantes de este país prestan su visión para crear el mundo neón de paredes corredizas de Jamie. Jorge Ballina en la escenografía y Félix Arroyo en iluminación no escatiman en jugar con una visión que, a pesar de que nunca pierde como eje la textura como de piedra de muros en color gris, fluye y se resbala para ir creando espacios que parecen aparecer de la nada. Puertas que se abren y llevan a un baño escondido, páneles que se recorren para mostrar una cocina, unas escaleras, la para de un autobús. Todos los props movidos por el ensamble que aparece grácilmente para darnos una mini coreografía cada vez y hacer de las transiciones un gozo.

El único pero que hay que ponerle, y es un gran pero tomando que un musical se escucha antes que cualquier cosa, es el diseño de audio de Míguel Jiménez, que en números de coro se amalgama y provoca que sea difícil entender lo que los actores están cantando, y en varios otros momentos suelta los instrumentos de orquesta por encima de las voces rayando en lo estridente y confuso. Una mezcla que requiere arreglo y que probablemente batalla con la acústica del Manolo Fábregas que no es la ideal para una obra musical, pero aún no logra sobreponerse al reto.

Todo El Mundo Habla De Jamie no es espectacular. Vaya, sí lo es. Pero al final hay algo aún más prioritario: es importante. Es necesaria. Es teatro que pedimos a gritos que nos habla a los espectadores de hoy y que no le huye a los temas que nos afectan en presente, que hay gente sufriéndolos y violentada allá afuera por ellos. Es una manifestación. Hermosa, pero manifestación, que como Pritti le dice de manera tan elocuente a Jamie, no pide permiso para ser ella misma. La fabulosidad del montaje está a la par con lo primordial del mensaje, y en un país obsesionado con obras clásicas cuyo discurso es nulo o antigüito, de «Jamie», sí, todos deberíamos de estar hablando.

Todo El Mundo Habla De Jamie se presenta de viernes a domingo en el Teatro Manolo Fábregas.