La nueva obra queer en La Teatrería, Valientes, es un coming of age en tiempos de prohibición homosexual en Inglaterra con un mensaje vigente, un protagonista poderoso, pero un formato cuestionable.

Que triste hablar de «valentía» cuando se describe a un hombre (o mujer) que vive su sexualidad plenamente, abierto ante agresiones y ataques, únicamente por aceptarse bajo un concepto de orientación o identidad de género, lejos del canon considerado «normal».

Valientes, 2018, en La Teatrería.

En los 90 en Inglaterra, en tiempos del conservadurismo de Margaret Thatcher esta «valentía» no sólo era escasa, pero vista, incluso antes los homosexuales, como peligrosa. En esa sociedad vive Santi (Edgar Loyo), un estudiante de preparatoria que si bien no ha salido fuera del clóset de manera oficial (con su familia por ejemplo), tampoco está especialmente interesado en ocultarse o fabricar una vida falsa al lado de una mujer, sólo por encajar. Lo que provoca que en su escuela sea víctima de abusos y agresiones, por parte de muchos hombres heterosexuales…excepto uno: Diego (Christian Ramos), en apariencia el jock perfecto, que después de un encuentro fortuito con Santi en un baño público, ve su mundo volteado de cabeza cuando comienza a enamorarse de un hombre, mientras por otro lado trata de mantener una pantalla heterosexual que cada vez le ajusta menos.

El mensaje de la obra, tan vigente ahora como en ese tiempo, es uno de aceptación y del famoso «it gets better», del darte oportunidad de crecer y soportar para llegar a ese punto en el que tu orientación sexual no te defina, y mucho menos defina lo que otros opinan de ti o la manera en la que te tratan (que sí llega, pero en efecto para muchos, en lo que eso sucede, una etapa escolar puede llegar a ser un infierno). Lo que provoca que la obra sea actual y a momentos contundente; sin embargo, Valientes tropieza en otros varios detalles que la alejan de la perfección y tino con la que pudo haber contado.

Por un lado el elenco se fusiona de manera tan dispareja como una pirámide, donde hasta arriba se encuentran Edgar Loyo, el protagonista ideal, simpático, tierno, entrañable y conmovedor, el Santi perfecto de principio a fin, y Christian Ramos que, pese a que ya está lejos de verse como estudiante de preparatoria, el papel de Diego le va como anillo al dedo, y su química con el resto del ensamble es palpable; pero muy por debajo de ellos comienzan a posicionarse los demás. Los hombres del elenco, entre ellos, Alberto Garmassi, Luis Báez y John Germán cumplen en los varios personajes que realizan sin realmente llegar a destacar, pero las mujeres, Mónica Martínez y Marycielo Vargas son francamente dolorosas de presenciar.

Complicando la narrativa, Andrés Becerra en el personaje de Bruno, no sólo parece sacado de un capítulo de la Rosa de Guadalupe, dramero y de mirada eternamente perturbada sin razón, pero además resulta un personaje confuso, a momentos incipiente, a momentos narrador, cuya presencia la obra jamás deja del todo clara y lo único que logra es convertirlo en un estorbo para la historia que sí nos interesa ver.

Pero el mayor problema se encuentra en el uso de clichés baratos para debatir precisamente el tipo de clichés y estereotipos que la misma obra señala como reprobables. Mientras el guión apuesta por alzar el amor por encima de los encuentros sexuales, el montaje se atiborra de escenas sexosas, hombres en leather y gorras neón moviéndose como gogo dancers encima del mobiliario y una franca oda a la auto-estimulación, cuando para los primeros 10 minutos absolutamente todo personaje masculino ya se tocó el pene o trató de embarrárselo en la pierna a otro de los suyos (homosexuales y heterosexuales por igual) y no paran de hacerlo por los siguientes 60 minutos.

Los clichés gays no son los únicos presentes en el montaje, a todos les toca por igual, Valientes pinta a absolutamente todo hombre heterosexual como un animal sin sentimientos o inteligencia emocional, únicamente guiado por el odio o la excitación, volviendo a casi cada personaje en escena tan unidimensional como un post it. Y finalmente truncando el sentido anti-estereotípico por el que la obra debería de estar motivada.

Valientes, 2018, en La Teatrería.

Al final, el mensaje es universal, la historia (tristemente) sigue siendo actual, especialmente para los adolescentes apenas asumiendo su sexualidad, la música es un gozo absoluto y los protagonistas una buena razón para disfrutar de Valientes, pero en el fondo, ahí donde la obra pudo haber hecho una diferencia, se queda atascada donde tanto de la cultura queer pierde trascendencia, en la representación burda, ultra sexosa y pasada del hombre gay, y la creación de un entorno meramente plano.