El revival de Lo Que Queda De Nosotros en el Teatro Ofelia vuelve con toda la ternura que el relato de la acorazada Nata y el noble Toto puede provocar, con un Guana lucido en absoluta energía de Golden Retriever, pero un montaje de acting crecido y mayor infantilidad que resta intimidad y matices a un texto de Sara Pinet y Alejandro Ricaño que funciona mejor en sus menos que en sus más, y Adrián Vázquez aún no encuentra el dulce punto donde la obra vuele como cigüeña en su máximo esplendor.

Lo Que Queda De Nosotros ha marcado un antes y un después en el teatro para jóvenes audiencias en este país. Lo que hicieron Sara Pinet y Alejandro Ricaño con la obra fue probar que se le puede hablar a toda la familia de la pérdida y la importancia de poder enfrentarla sabiendo que no se le puede ignorar, sin necesidad de truquería y desde un lugar muy honesto. Y luego la misma Sara Pinet y Raúl Villegas se volvieron un elenco francamente legendario en los zapatos de Nata y Toto.

De modo que sí, sobre un revival pesa inevitablemente el ancla de las expectativas. Es curiosamente el gran compañero y amigo de Sara Pinet, Adrián Vázquez, el que toma el timón para esta nueva vuelta de la obra, y aún cuando mantiene el ambiente minimalista que permite a los actores ser los únicos y verdaderos cuenta-cuentos de esta historia, suma nuevos aspectos, unos que definitivamente otorgan profundidad y sentimiento, y otros que no terminan de cuajar desde lo crecido y unidimensional que a Lo Que Queda De Nosotros le estorba.

Lo Que Queda De Nosotros 2025

Toto es abandonado en un parque y prontamente atropellado sin realmente tener las credenciales para sobrevivir fuera de su casa. Y en minutos de haber empezado la obra el pobre perro ya ha perdido una pata. A partir de ahí, la narración se divide en dos personajes y dos diferentes tiempos. Por un lado Toto, que continúa su recorrido para regresar a los brazos de su dueña, Nata, sin saber exactamente cómo lograrlo, y pasando de desgracia en desgracia; y por otro el de la misma Nata, que tras la muerte de su mamá cuando era niña, y luego la muerte de su papá tantito más grande, decide que no puede volver a encariñarse y crear vínculos que después puedan lastimarla y abandona a su perro Toto en un parque lejano.

La historia es una de las más conmovedoras que uno se puede encontrar sobre un humano y su perro. Que pareciera tan simple y tan bobo. ¿Cómo un actor adulto actuando de perro en una historia sobre una niña haciendo un aparente berrinche puede ser remotamente emotiva? Lo que Lo Que Queda De Nosotros tiene es que no es sobre una mascota, no realmente, sino sobre la difícil tarea del ser humano al ser enfrentado una y otra vez con la pérdida y el duelo, consciente de que todo aquello que quiere y ama no puede serle eterno, y aceptando que eso forma inevitablemente parte de la vida, y que no queda más que resignarse, abrazarlo y saber continuar.

Y sí, un perro, de algún modo, es el perfecto símbolo de aquello que cae en nuestros brazos por un tiempo limitado para llenarnos de amor y luego dejarnos, y todo aquél que decide abrirle las puertas de su corazón y familia a un cachorrito, está consciente aún cuando decidimos no pensar mucho en ello, que no le toca vivir el tiempo que a nosotros. Que tarde o temprano nos vamos a despedir. Y ese símbolo de amor con fecha de caducidad es lo que Pinet y Ricaño llevan a los escenarios para recordarnos que aunque dolorosa la partida, el camino vivido juntos es lo que realmente importa al final del día.

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Adrián Vázquez toma dos sillas y nada más para contar este relato, y es que en efecto no necesita más. El formato de narraturgia le permite a los actores conectar contando su lado de la historia sin mayor necesidad de elementos en la caja negra. Una manga negra se vuelve la patita que ha perdido Toto, y un arnés amarillo comunica al personaje directamente con el papá de Nata, que como electricista se subía a los postes de luz usando equipo similar. Al mismo tiempo un detalle muy perruno.

Y la escena la completa con preciosa música de Ricardo Estrada, quien también trabajó en la puesta original de Ricaño, pero que para Adrián Vázquez hace un nuevo score original, e incluso integra una canción que nos introduce a la puesta, cantando en vivo con su guitarra, antes de pasar a una cabina al fondo que eventualmente queda a oscuras sólo para ser revelada por luz en momentos clave. Uno de los mayores aciertos del montaje, cuya música se clava en el oído y en el corazón y crea un ambiente que es nostálgico, por un lado, pero también sumamente enternecedor. Una constante.

José Luis Rodríguez, El Guana (que alterna con Mario Alberto Monroy) es su otra carta fuerte. Un actor lleno de perrismos y una comedia que hace inmediatamente adorable a Toto. Un ser que es imposible entender por qué alguien querría abandonar y dejar a su suerte. El Guana nunca deja de jugar con él y nos da vistazos a un personaje 360 que es tan ingenuamente gracioso, como es noble, como está herido y asustado, y en la manera más perro posible, eternamente en presente y anhelando sin ningún tipo de rencor. El Guana hace a un personaje hermoso y cada momento que pasamos al lado de su Toto se siente como poder hablar con los animales.

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Fátima Favela (alternando con Carla Adell), por otra parte, atora a Nata en una sola nota. Aborda al personaje desde el enojo y el coraje, pero nunca encuentra en ella los demás matices. Y sí, Nata definitivamente está enojada, pero abajo del enojo hay tristeza, hay añoranza, hay algo muy infantil en su reaccionar desde la tripa de forma impulsiva, y esos detalles que pintan a Nata para hacerla un personaje completo y complejo se encuentran ausentes gran parte del tiempo.

*Lo que aprendí después de ver Lo Que Queda De Nosotros (una editorial dedicada a mis perros)*

Adrián Vázquez la dirige a vociferar, cuando es realmente en sus momentos de mayor quietud donde Fátima nos deja ver a la Nata capaz de rompernos el corazón. Es cuando está callada con los ojos vidriosos, solamente observando que resulta mucho más emotiva que gritando diálogos que necesitan encontrar sus picos y valles para no permanecer eternamente rabiosos, donde Nata se vuelve lejana y menos humana. Donde las bellas palabras que Pinet y Ricaño escribieron para ella se desvanecen sin una intención más sensible. Corajuda pero quebrada.

Pasa más de una vez durante la obra que es imposible no pensar en que los actores están haciendo demasiado. Y cierto, la puesta está en matiné y dirigida a un público donde caben las infancias, y tal vez es por eso que a momentos Adrián Vázquez pareciera ávido de no perder su atención, pero la realidad es que el relato está tan bien escrito que no requiere de aspavientos. El Guana coloca muy bien sus personajes más caricaturizados y cómicos en pequeños papeles que interceptan la historia de Toto y se prestan al respiro y al juego, pero la farsa no es eternamente necesaria. No cuando se está contando la anécdota de «El Gordo», un perro enviado a la perrera y puesto a dormir, por ejemplo.

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Termina por ser curioso que en una misma instancia, Vázquez maneje de forma tan magistral lo íntimo y al mismo tiempo se le pueda escapar de entre las grietas en detallitos. Al final, Lo Que Queda De Nosotros es eso. Es una puesta humana ahí donde el personaje es un perro. Una historia que le susurra al corazón sin necesidad de escandalizarlo. Un texto que nos mueve en lo más profundo desde el recuerdo de los animalitos que tenemos o hemos tenido en casa, que no podría ser más universal. Una historia que no es de amor eterno, pero de amor limitado, que no tiene interés alguno en hablar desde el idealismo, pero muy con las cuatro patas en la tierra nos dice, quiere con ganas el tiempo que te toque para que cuando se acabe sepas que al ciclo no le debes nada.

Lo Que Queda De Nosotros se presenta los sábados a la 13:00pm en el Teatro Ofelia.