La búsqueda de Carne es clara, hay intención de estirar el melodrama hacia esa tragedia shakespearena, con ese motif, un poco de esas personalidades incendiarias movidas por emociones crueles; pero también de un giro sofoclesiano, demasiado crudo como para dejar aire en los pulmones, aderezado aquí y allá con algo de Nabokov y sí, hasta un poco del camp grandote de Dynasty. La cosa es, en ese más con más, la redundancia es mucha y la torre de bloques no tiene suficientes cimientos para mantenerse en pie cuando no se ha excavado lo suficiente y arriba se siguen sumando ladrillos.

Carne obra de teatro
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En la hacienda bien posicionada de la familia Arango se celebra un cumpleaños. El de Eva, que no es realmente su cumpleaños, pero su marido Román (que antes era marido de su hermana ya fallecida) decidió celebrárselo meses antes aún sabiendo que ella detesta las sorpresas, más por necesidad de distracción y de cerrar una herida abierta que otra cosa. Lo que ninguno de los dos se imagina es que a la haciendo ha llegado Darío, el hijo de Román, que después de un pasado turbulento (más que nada porque le gustaba mucho el sexo) ha decidido convertirse en sacerdote y viene a comprobar su voluntad para hacerlo después de 10 años de no ver a la familia a la que abandonó con un secreto, y cuya vuelta no es del todo bien recibida.

Carne obra de teatro
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La ya problemática visita sorpresa se ve aún más complicada con la intervención de Abigail, la sobrina de 16 años de Eva, huérfana de madre, que vive en la hacienda, precoz para su edad y muy dispuesta a provocar incendios. Las emociones en la cocina de la casa, mientras la fiesta se evoca afuera, se van calentando a un punto de ebullición que deja salir el agua de la olla y en un acto absoluto de poca contención se derrama por todos lados, dejando al que quizá hubiera podido ser el conflicto más deleitable de la trama navegando entre charcos de agua desperdigada.

Carne obra de teatro
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El texto de Reynolds Robledo es rebuscado, pero es la dirección de Enrique Singer la que se avoraza sin saber cómo detenerse. Una obra llamada Carne sobre el pecado carnal cometido en la familia de un carnicero era suficiente redundancia en un título que ya no requiere de mayor ilustración, sin embargo Singer no elige editar. Sobreexpone, sobrexplica, sobredramatiza lo que no necesita mayor relleno.

Proyecciones literales de las imágenes que los actores tendrían que evocar a través de su trabajo dibujan las paredes del fondo, completamente opacándolos e impidiéndoles ser ellos quienes nos lleven a las anécdotas y los lugares. El mapping nos presenta escenas estorbosas que se duplican con la narración y sólo dejan una cosa muy clara: en esta puesta hay poca confianza en el actor y en el espectador. Se cree que ambos necesitan una ayudadita a manera de visual, cosa que rompe con todo tipo de teatralidad. De fantasía.

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Singer ilustra todos los símbolos desde el instante en el que Nailea Norvind (Eva) sale vistiendo un vestido blanco con ornamentos rojos a manera de manchas de sangre y un collar color rubí que la hace parecer degollada. Nos presenta a la Lady Macbeth de la obra aún cuando ella no ha podido hacer el trabajo de crear a ese personaje frente a nuestros ojos. Nos avienta las obviedades una tras otra. Un relámpago que suena en el instante que Darío cae en la trampa que hará revolcar la trama es procedido -sip, literal- por una tormenta que retumba en las paredes del escenario, y para dejar claro que a Eva se le percibe como un pedazo de carne, las proyecciones sitúan su imagen sobrepuesta bajo otra de los cortes de carnicero de una res. Enrique Singer no está interesado en dejar nada a la imaginación. En sus manos muere la sutileza y con ella las metáforas.

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La materia prima está presente, pero esta Carne pasa de un término de cocción correcto a un sobrecalcinado rápidamente durante el segundo acto. Nailea Norvind hace un estúpendo trabajo. Eva le queda como pintada al cuerpo. Al personaje lo conocemos, lo hemos visto en Gloria Swanson y Bette Davis, la diva actriz que después de ver sus mejores años y el fin de su carrera artística en el espejo retrovisor se deja llevar por una psicósis silenciosa que la vuelve peligrosa, rencorosa y amañada. Es un buen personaje. Es un personaje que conocemos, cierto, pero que sabemos que funciona, y que a donde quiera que va el drama la sigue. Y Nailea es inmensamente disfrutable, tanto como ella se ve que disfruta a Eva.

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Hernán Mendoza no falla. Es un actor pulcro con su trabajo que además conoce a Reynolds después de dos obras antes con él, igualmente cargando al padre de poca inteligencia emocional, guiado por su deseo e incapacidad de distinguir entre amor y obsesión. Otro personaje que ubicamos del melodrama que trae sustancia a la mesa. Dos para el tablero, pero ahí comienzan a debilitarse las piezas.

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A Jesusa Ochoa le toca jugar a Lolita, mal dirigida en tono como para sentirse continuamente recitada en vez de estratégicamente juguetona, y finalmente usada en tantos giros que su arco sufre de una severa crisis de identidad; y tristemente Adrián Ladrón, cuyas capacidades actorales cualquier teatrero conoce, es arrumbado a un papel completamente reactivo, incapaz de contestar otra cosa que no sea «¿Qué?» a todo lo que se le dice, y solamente aprovechado muy al final del montaje cuando el texto y la dirección le permiten despertar pasada la hora de cuando aún es llamativo conocerlo.

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De potencia visual cuando las proyecciones no están ensuciando el espacio creado por Erica Krayer, que habla lo suficiente sin mayor pintura, Reynolds Robledo tiene en sus manos las piezas para crear esa tragedia que está buscando, sólo están descolocadas. Un rompezabezas al que le sobran partes. Hay algo cardiaco en Carne y huele a sangre como los personajes dejan claro desde el principio, eso es seguro. El giro hacia la tragedia de la que no se puede regresar característico de Reynolds se hace presente denostando su firma, pero la obra es hiperbólica y no deja espacio para que esa sangre coagule antes de reventar la cicatriz y volverla a derramar sobre el piso. Está obra necesita de un hasta aquí en texto y dirección, un regreso al básico, ahí donde la liga aún puede estirarse sin romperse para que entonces sí la Carne esté en su punto.

Carne se presenta los lunes y martes a las 20:00pm en el Teatro Helénico.