John Cameron Mitchell es uno de esos autores que utiliza el cine como para dar cuerpo (y alma) a ideas, imágenes, y emociones: así fue desde su debut con ‘Hedwig and the Angry Inch’ y siguió con filmes como la polémica ‘Shortbus’ (un refrescante filme acerca de las muchas caras de la sexualidad) e incluso la trágica y tierna ‘Rabbit Hole’.

Ahora vuelve a su interés en la escena musical -como en aquel debut-, con ‘How to Talk to Girls at Parties’ (aquí presentada con el título ‘Cómo enamorar a una chica punk’) que se ambienta en el Londres de 1977, en pleno auge del movimiento contracultural punk, que fue como un electroshock para la sobria sociedad británica.

Ahí conocemos a Enn (Alex Sharp) quien junto a sus dos amigos, comienza una amistad con Zan, una jovencita rubia de aspecto angelical y abrumadora inocencia (Elle Fanning), que en este chico encuentra el umbral  a un mundo literalmente desconocido para ella.

El director encuentra en el rostro —y luminoso talento— de Elle Fanning el eje perfecto para explorar los temas de su cine y para hacer una exploración acerca de la influencia y la importancia del punk, que se hace aparente en la relación establecida entre sus dos protagónicos.

Como la adorable Zan, la actriz captura la esencia de un personaje que está descubriendo un nuevo planeta. Junto con Alex Sharp tiene una química muy particular capaz de encajar en ambos universos con sencillez y humor (uno quiere que de veras se enamoren y su aventura les salga bien).

Mención aparte requiere la formidable Queen Boadicea —una monumental Nicole Kidman, soltándose el pelo—, que es una madre suprema del Punk -piensen en la diseñadora Vivienne Westwood pero hiperevolucionada-  reflejándose en ella una fiereza y una espontaneidad que le permiten robarse cada escena en la que aparece y recuerda que es una de las mejores y más versátiles actrices de su generación.

Basada en un aclamado relato de Neil Gaiman, la cinta genera una genuina euforia en los espectadores y cumple con su promesa de fusionar entretenimiento y emoción, subiendo (a veces con éxito) el voltaje en algunas secuencias. No es la mejor cinta de Cameron Mitchell, ni tampoco la más atrevida o polémica, pero sin duda es la más entretenida y accesible hasta la fecha, así que se deja ver y muy bien.