En un futuro no tan cercano, no tan lejano, un hombre se cuestiona si debe irse a otro planeta a vivir la vida familiar, con su esposo y su hija recién adoptada, que cualquier dogma dicta que debería ser prioridad del adulto, o permanecer en la Tierra y cuidar al padre enfermo que ha comenzado a olvidar que es su hijo.

Reynolds Robledo (Lobos por Corderos) se aleja de la oscuridad que usualmente prevalece sobre sus guiones, para entregar un cálido relato familiar, que aunque complejo (como sólo las familias pueden ser), toca lugares tiernos, emotivos, nostálgicos y hasta graciosos de lo que implica que la sangre sea más densa que el agua.

Mañana no es forzosamente futurista, pero definitivamente no está situada en el ahora que conocemos. Bran y Joel son una pareja homoparental con una hija recién adoptada, o debería de decir, en proceso de ser adoptada, pues es la niña la que al término de seis meses tendrá la oportunidad de decidir si los quiere como padres.

Mañana en el Teatro Helénico
Foto: Rodrigo Becerra

Joel y Bran tienen una vida planeada en Tierra 2, un nuevo planeta habitable a sólo cinco días de distancia de la Tierra, en el que tendrán oportunidad de empezar de cero como una familia completa; pero sus planes se complican cuando Liva, Tina y Gibrán, el núcelo familiar original de Bran son invitados a conocer a la niña, recordándole a Bran lo que realmente significa ser padre: lo bueno, lo malo, lo delicado y lo trágico, y poniéndolo en la difícil situación de tenerse que hacer cargo de su papá, ahora que sufre de alzheimer y su mamá no está dispuesta a cuidarlo.

La obra se desarrolla no como un cúmulo de discusiones y guerra de diálogos ácidos a la Mamet, pero con la naturalidad de las relaciones familiares, un poco como la Humans de Stephen Karam o la August: Osage County de Tracy Letts, en la que una sencilla plática sobre la Pantera Rosa se puede acabar convirtiendo en el remordimiento expuesto de un amorío pasado.

Mañana en el Teatro Helénico
Foto: Rodrigo Becerra

Y hay mucho de comedia en eso, y mucho de espejo. Mañana se vuelve el reflejo de tantísimas familias que han vivido separaciones, nacimientos, adopciones, enfermedades, hijos fuera de matrimonio, traiciones y dudas, no sobre el cariño y el amor, pero sobre lo que uno mismo siente que es capaz de aportar a una pareja… a una hija.

En ese sentido, Reynolds entrega su obra más humana, lejos de la especificidad de sus tragedias anteriores, y apoyado por la aterrizada dirección de Cristian Magaloni, que nos permite disfrutar de un futuro en el que somos capaces de ver un nuevo cuerpo estelar brillando a la distancia, pero permanecer en el presente para sentir la conexión. Mañana es universal y bella.

Mucho de la conexión, claro, es provocada por el grupo de actores que conforman a la cicatrizada familia, comenzando por Pablo Perroni (Bran) que tiene la complicada tarea de unificar las historias separadas de todos, y de lograr permanecer en un lugar empático pese a que muchas de las decisiones de su personaje nacen del miedo y el egoísmo; y a pesar de eso, Bran jamás deja de reflejarse como un humano con fallas y grandes virtudes.

Mañana en el Teatro Helénico
Foto: Rodrigo Becerra

Ana González Bello lo vuelve a hacer y con Liv disfruta de ser la hija que Gibrán tuvo con otra mujer y que Tina jamás logrará perdonar del todo, y juega con las escenas con un humor picante, de ése que conocemos que nace de las heridas y los mecanismos de defensa, y a la vez entrega momentos gloriosos de vulnerabilidad, que muy a su estilo se vuelven tiernos y dolorosos mientras sellan una sonrisa en tu cara.

Juan Carlos Barreto, como el padre enfermo, se va a esos lugares, que si has conocido a una persona que sufre de alzheimer ubicas, en los que a veces es más niño que viejo, inoportuno, caprichoso, infantil y berrinchudo, de pronto lejos del patriarca que se solía conocer y más cerca, quizá, de la persona que su mamá conoció de chico. Y es nostálgico e hilarante.

Mañana en el Teatro Helénico
Foto: Rodrigo Becerra

Pero la sorpresa del montaje cae en manos de Héctor Berzunza, cuyo Joel permea las escenas en las que aparece de encanto y ternura, y le da corazón al montaje entero, volviéndose no el centro, pero sí ése satélite que flota a la distancia, cerca, lejos, seguro e inseguro, que representa el futuro de lo que podría llegar a ser y a la vez el presente de lo que se pone en peligro, y su trabajo es sumamente natural, carismático y hermoso.

Las patas flojas de la mesa, sí son, sin embargo, Verónica Langer, como la madre, cuya dicción complica que logre transmitir todo el rencor, pero a la vez necesidad de armonía que Tina está sintiendo, y por tanto se refleja como el personaje más lejano de la puesta; y Julieta Luna, la niña recién adoptada de la familia, que a pesar de que a momentos brilla con carisma y química con sus compañeros, en muchos otros fuerza el infantilismo de su personaje, en lugar de dejarlo fluir de manera natural, y se percibe pensada y artifical.

Mañana en el Teatro Helénico
Foto: Rodrigo Becerra

Estela Fagoaga, la diseñadora del vestuario, termina por darle cohesión a todo, curiosamente. En este mundo cuyo tiempo y espacio no es forzosamente reconocible, es el color y patrones de la ropa lo que termina por hablar más fuerte y claro. Usando el color mostaza de manera discordante con el armonioso azul marino tan indiscreto y poco acopable como los personajes que lo usan , Estela (y Cristian, porque su mano está en todo) va armando y desarmando a la familia a partir de tonos y una tela de plaid que ejemplifica de manera visual lo aprendido y lo heredado. Y es un detallito francamente brillante del montaje.

Mañana no es la obra a la que Reynolds Robledo nos tiene acostumbrados, no hay un twist final, ni una pesadumbre que cargas al final de los aplausos; por el contrario, por más trágicamente realista que sea un su tratado, te deja una sensación de calidez y de compresión por el otro, especialmente por aquellas figuras que te criaron y que es difícil ver envejecer (cosa que puede entender cualquiera); y es sencillamente aplaudible en la manera de representar a una familia homoparental sin hacer ningún tipo de aspaviento escandaloso, que aunque tristemente aún se siente un poquito futurista, también urge normalizar, no en Tierra 2, pero en este planeta diverso en el que vivimos aquí y ahora.

Mañana se presenta de jueves a domingo en el Teatro Helénico.