La aplaudida obra de Lucas Hnath estrenó en México con Ceci Suárez como protagonista, pero más allá de su brillante actuación, la puesta termina por quedarse corta en tantos otros aspectos.

El texto de Después de Casa de Muñecas no es antiguo, como me ha tocado escuchar. Está inspirado en la dramaturgia de Henrik Ibsen de 1879 (año en que salió la original Casa de Muñecas), pero esta «secuela» por Lucas Hnath es en realidad bastante moderna. Apenas el año pasado peleaba por un Premio Tony en Nueva York, lo que no significa que la adaptación pueda darse licencias, como las que esta puesta mexicana se toma, para diludir la época en la que está establecida y hacer funcionar una obra que con ojos modernos no resulta ni remotamente tan contundente.

Después de Casa de Muñecas

En Después de Casa de Muñecas (A Doll’s House Part 2), Nora Helmer regresa a la casa que quince años atrás dejó junto a su esposo y a sus hijos para convertirse en una mujer liberada. La razón por la que una nueva y renovada Nora decide enfrentarse a la familia que abandonó en un intento no del todo poco egoísta por darse una vida más merecida, es que está metida en un problema: Torbaldo, su ex pareja, jamás presentó los papeles de divorcio que los separarían oficialmente y eso la ha metido en problemas legales con una sociedad de finales del siglo XIX que no está dispuesta a aceptar la toma de decisiones propias de una mujer sin el permiso de sus maridos.

Por mera noción narrativa, la puesta no puede sino manejarse de acuerdo a la época en la que está establecida, de modo que el conflicto «mujer vs sociedad» tenga la validez de una Nora que no puede presentar solita papeles de divorcio o que incluso puede acabar encarcelada por el simple hecho de no tener el permiso de su cónyuge para hacer ciertos negocios. Y no sólo eso, el aterrizarse en 1894 (año en que, si hacemos las cuentas, se supone que tiene lugar la historia) permite a Nora convertirse en una verdadera pionera del feminismo y una heroína rebelde bajo sus propios méritos.

¿Qué pasa con esta adaptación de Mauricio García Lozano? Resulta en una mezcla de pasado con presente que no sólo le quita toda importancia a la labor de Nora, pero que además la roba de empatía convirtiéndola en un personaje más bien antipático, y al montaje entero en una versión estilizada de «Guerra de Sexos».

Después de Casa de Muñecas

Una traducción que se toma la libertad del lenguaje moderno y que en una búsqueda por la risa fácil insiste en usar jerga francamente contemporánea y chilanga para poder meter frases como «Chinga a tu madre», «Estoy muy encabronada» y muletillas como «Aish» (sólo les faltó un «No mames»). En esa instancia tanto el diálogo como la dirección actoral se vuelven absolutamente #México2018 y pierden toda sensación de realidad antigua y decorosa.

En contraste, el vestuario representa a una sociedad de clase media alta de un siglo XIX, con vestidos y trajes dignos de un Great Expectations de Dickens -a propósito de lo cual, el increíble vestido de espalda abierta con el que Ceci Suárez se pasea por el escenario durante toda la obra es tan espectacular que se convierte en el verdadero protagonista de la puesta- y la escenografía, aunque pobre y poco vistosa, se empareja en esa línea de tiempo para dejarnos ver el hogar de una familia de época -que por alguna extraña razón son sólo dueños de un montón de sillas y ningún otro tipo de muebles.

Más allá de la adaptación, el casting también pone en duda la credibilidad de la puesta, con un Juan Carlos Colombo como Torbaldo que a pesar de su trabajo no puede sino verse varias generaciones arriba de Ceci Suárez, y por tanto, arruina por completo la ilusión del matrimonio entre ambos personajes; detalle que se puede pasar por alto al lado de una Cecilia Suárez que se luce no sólo en su impecable vestuario pero también en un personaje seguro y cínico que le queda como anillo al dedo. Y Assira Abate como la hija en apariencia adecuada al papel de esposa y mujer que le corresponde, sin duda se percibe como lo más natural y bien colocado de la puesta.

Después de Casa de Muñecas no es una obra en entero floja y mucho de su discurso feminista resuena desde el siglo XIX y hasta la fecha, es sólo que para un montaje del gran Mauricio García Lozano y un material original que en Broadway le otorgó el Tony a Laurie Metcalf como actriz, esta puesta se queda chiquitita en comparación con las expectativas y por tanto nos deja deseosos de mucho más.

Después de Casa de Muñecas se presenta Viernes, Sábados y Domingos en el Teatro Julio Prieto, Xola.