El revival de la puesta musical protagonizada por Chantal Andere se presenta como una tragedia fantástica de visuales poderosos y dos hombres en los estelares que se ganan a pulso el título de «estrella».

El Beso de la Mujer Araña no es el musical más fácil de montar. Por un lado no cuenta con el nombre de una Miserables, ni con la popularidad de las canciones de Wicked, que le dan allure comercial, pero además, ahí donde los musicales suelen ser alegres, feel good y burbujeantes, la puesta teatral originada en Londres en el 92 sobre dos prisioneros y la relación que van forjando en la cárcel que representa su pequeño infierno cuenta con una carga dramática importante que la vuelve todo menos ligera y relajante.

A pesar de eso, Juan Torres de la mano del director Miguel Septién (Urinetown) decidieron aventarse el paquete de regresarla a México y convertir el Teatro Hidalgo en una prisión de dimensiones descomunales con Chantal Andere como la diva Aurora y Rogelio Suárez y Jorge Gallegos en los papeles protagónicos que desde ya los colocan como figuras clave del teatro musical en México.

En una prisión donde los derechos humanos han quedado completamente olvidados, Valentín es encerrado como prisionero político, torturado hasta que revele los nombres de sus compañeros de revolución que él se niega a enlistar. Ahí, es puesto a compartir celda con Molina, un escaparatista gay que ha sido arrestado por pervertir a un menor de edad (él no sabía que lo era) y que para mantener cierto estatus en el encierro se deja manejar como marioneta por el alcaide y humillar por los guardias.

Lo que empieza como un choque de personalidades, poco a poco se va convirtiendo en una inusual amistad donde el soñador Molina le enseña al realista Valentín cómo escapar de la realidad hacia un mundo de fantasía donde Aurora, una diva del cine de oro hollywoodense es la protagonista. Una mujer que representa la libertad, el poder de transformación y en sus momentos más oscuros, la muerte. Ambos hombres se aferran a esta ilusión y a las imágenes de las mujeres que han dejado fuera, Molina a su madre y Valentín a su novia Martha, para poder sobrevivir las crueldades de una vida sin privilegios.

Rogelio Suárez, recién salido de sus aplaudidos papeles en La Jaula de las Locas (incluyendo el de Zazá) vuelve a demostrar que tiene el carisma para cargar el estelar del musical y volverse el corazón latiente del Beso de la Mujer Araña; mientras Jorge Gallegos, toda una revelación para los escenarios, sorprende con una voz de rango apantallante y un caracter que llena cada una de sus escenas de una fuerza muy pontente. Ambos son la valía más grande de esta nueva obra y la razón por la que desde ya es un imperdible de la cartelera mexicana.

Por su parte, Chantal Andere (la mujer del poster) otorga definitivamente una sensación de estrella a su Aurora, jugando el papel como una verdadera diva del Old Hollywood, viéndose espectacular en cada vestuario que utiliza y seduciendo como la mujer araña cuyo beso puede asesinar; pero ahí donde su perfil embona a la perfección con el rol que le toca, sus escenas de baile le quedan cortas al personaje del que se esperaría perfección absoluta pero se recibe poco ritmo y coordinación, en coreografías que, de entrada, resultan demasiado simplistas y poco llamativas.

Lo mismo le sucede al cuerpo de baile. Un grupo de actores que hacen las veces de prisioneros y coro de fantasía, que se perciben disparejos en sus capacidades y niveles de energía, provocando que los números coroegráficos de ensamble no lleguen al estallido visual que sí se provoca en otros momentos, no bailables, cuando Miguel Septién busca en su cajón de creatividad la manera de convertir esta prisión en un sueño donde todo es posible siempre y cuando sepas cerrar los ojos.

El elenco termina de hacer click con la bellísima voz de Crisanta Gómez (alternando con Jimena Pares en el papel de Martha), la impecable presencia de Olivia Bucio (como la mamá de Molina), la irreverencia que provoca coraje de los guardias Lalo Partida y Jair Campos y la absoluta ternura que José Ahued le otorga al corto pero memorable personaje de Gabriel (el crush heterosexual de Molina fuera de prisión). Y Luis Gatica, como el cruel pero contenido alcaide de prisión, demuestra que más allá de su carrera en televisión y cine, su presencia en un escenario hace temblar.

Es imposible no percibir la influencia que musicales como Chicago y su Cell Block Tango o Jersey Boys y su forma de convertir el escenario en auditorio tienen en la puesta cuyo acto dos es probablemente uno de los más espectaculares y conmovedores que se pueden disfrutar hoy en nuestro país. Los primeros 15 minutos después del intermedio son oro puro, y la transformación del espacio con la llegada del final, así como el último número de la mujer araña están hechos para robar la respiración.

Más allá de la producción de caracter espectacular, la historia, inspirada en la novela del mismo nombre del argentino Manuel Puig, tiene absoluta relevancia en temas LGBT+ y de derechos humanos hoy en día. Si bien en 1992, la homosexualidad era un tópico mucho más castigado, reprimido y de tintes escandalosos (aún hoy en día el teatro sufre de exclamaciones de sorpresa y chiflidos nerviosos con escenas románticas entre dos hombres, ahora imagínense hace 30 años) el dolor de un hombre gay enamorado del imposible heterosexual sigue y seguirá siendo indiscutiblemente espejeable. Pero es verdad que con la apertura a temas transgénero, el personaje de Molina ahora se cuestiona quizá como un hombre cuya identidad no se ve reflejada en su cuerpo y no tanto una cuestión de orientación sexual, pese a que el guión no es capaz de darle ese tratamiento, y en este detalle pudiera sentirse, tal vez, un poco fuera de época.

Al final, El Beso de la Mujer Araña es una historia emocional, de cariño, amistad, integridad, amistad y amor, y esos valores universales funcionan en una puesta que da prioridad a los momentos íntimos, perfectamente enclaustrados en una celda que abarca sólo el centro del escenario, cuyos momentos de razzle dazzle se presentan más como una brillante vestidura a este caparazón de humanidad que una armadura hecha para opacarlos. Y es por eso que, a pesar de que los números de baile no están en su punto, el montaje funciona por encima de ellos y son Molina y Valentín -y no las mil caras de la femme fatale– los que forjan la historia que consigue librar la puesta del tiempo.

El Beso de la Mujer Araña los jueves, viernes, sábados y domingos en el Teatro Hidalgo.