Aurora Cano crea una distopia épica y musical con La Cumbia Del Pantano, un reflejo de nuestro México violento, corrupto y apático visto desde el espejo humeante del mismísimo Tezcatlipoca, donde lo único que permanece democrático y del pueblo es la libre danza de lo cumbianchero en un sonidero que mueve los pies, pero retumba en el recuerdo de un país que pareciera continuamente sacrificar a su gente a dioses sedientos de sangre.
Los ojos de todo amante del teatro estaban puestos sobre Aurora Cano y la Compañía Nacional de Teatro después de la fabulosa Los Empeños De Una Casa con la que se comieron vivo el escenario del mismo Teatro Julio Castillo. Y déjenme decirles, La Cumbia Del Pantano no decepciona ni tantito a los que habíamos estado esperando con ansias. No sólo en términos de tamaño, porque se siente como una mega producción, pero también en que la obra está cargada del humor y sensibilidad musical de Aurora de una forma que es claro que sólo ella podría haber hecho del CCB un sonidero tragicómico.

El Julio Castillo te recibe con un aro gigantesco, probablemente de más de cuatro, tal vez cinco metros de altura, ya colocado en el escenario. Un aparato escenográfico que le sirve a la Cumbia del Pantano como ventana al interior de este mundo crudo y surreal que se ha creado Aurora Cano, y en otros muchos sentidos, una visión del espejo de obsidiana del dios Tezcatlipoca, relacionado con el inframundo y la muerte, que finalmente esta obra abre una nueva tetralogía para la CNT llamada «Los Cuatro Rumbos Del Mundo» que se irán alineando con otros dioses prehispánicos. Aún faltan por venir las dedicadas a Huiztilopochtli, Quetzalcóatl y Xipetótec.

Si la visión de esta mecanismo no fuera ya de entrada imponente, las llamadas en el teatro nos llevan más bien a la calle, a la pachanga y al sonidero, y para el inicio de la obra el escenario se atiborra con hombres y mujeres bailando cumbia, un ensamble digno de teatro de gran formato, formado en gran medida por alumnos de distintas escuelas de teatro -muchos-, junto a una banda instrumental liderada por Yurief Nieves que hacen un emocionante trabajo de transportarnos vibrando a lo que luego entenderemos como un mundo peculiar, danzante pero lastimado y en absoluto desequilibrio.

Ahí, en ese pantano que de manera tan penosa recuerda a nuestro México, Refugio tiene una sola batalla clara: quiere resolver el problema de desabasto de agua en el edificio donde vive y del cual funge como administradora. Brillantemente interpretada por Julieta Egurrola que se sacude satíricamente como impulsada por un ritmo que sólo su pensar entiende, mientras escuchamos su monólogo interno a manera de grabación, y vemos en su rostro reflejarse cada reflexión de forma clarísima. Refugio termina en un edificio de gobierno, donde en la ventanilla que le toca se le trata con total empacho por un servidor público (el puntual, genial y divertidísimo Daniel Giménez Cacho) que está convencido de que a las autoridades les toca pensar en resolver…no resolver en serio.

Así se presenta ante nosotros el Pantano. Una presunta ficción de un país donde a las figuras de gobierno les enamora más el sonido de su propia voz haciendo planes, que el de cualquier mecanismo de planes en movimiento. Entre cumbias y bailongos se van presentando el resto de los personajes: un par de policías enamorados el uno del otro, pero no tan seguros de tener el mismo tipo de compás moral, guiados por un Comandante que por lo oscurito pretende arremeter de forma violenta contra el único grupo disidente protestando las formas del Pantano; la sobrina de Refugio, una mujer que se dedica a alimentar a sus pares con tortas y tamales, convencida de que la revolución es posible, y otros más de sus vecinos de edificio, líderes de esta oposición que en realidad tampoco tienen del todo claro ni su mensaje, ni su proceder.

El grupo de protesta entonces convoca al Abogado Tezcatlipoca, una visión de cuatro cuerpos, vestido con la piel de leopardo representativa de la manifestación felina del dios en contraste con un traje anaranjado de litigante de telemarketing que guía al grupo entre lásers y parafernalia digna de anfitrión de circo romano, desde esa sed de las figuras míticas mexas de sangre, guerra y poder, quizá por encima de lo templado y lo justo. México antiguo quizá nunca tuvo del todo ese tipo de dioses más compasivos, y bueno, el Pantano tampoco.

Aurora Cano escribe con desparpajo un Pantano tan absurdo y descuidado que pareciera irreal, y sin embargo, más allá de sus hiperbólicos termina por hablar con sinceridad simpática de la inseguridad, la violencia, la pérdida absoluta de fe en las autoridades, la confusión, angustia y desánimo del mexicano. Claro que uno ríe con Daniel Giménez Cacho soltando las frases burocráticas más repelentes, porque ese hombre haría sonar hilarante una sentencia de muerte, pero escucharlo decirle a Refugio que ella en realidad no tiene derecho a quejarse de su falta de agua, porque es una mujer privilegiada que vive en un edificio, cuando hay tantos en peores condiciones que ella, se siente como una cachetada que de algún modo u otro todos hemos recibido de arriba tratando de buscar condiciones mínimas de vida digna.

Cierto que a momentos Aurora se regodea en la filosofía sociológica sobre la que funda su mundo paralelo, y la comedia en La Cumbia Del Pantano termina pesando con la densidad de lo cerebral excedido o repitiéndose demasiadas veces a sí misma, provocando que la historia se alargue donde podría ser más concisa y algunos monólogos terminen por saber autoindulgentes, pero lo cierto es que la acidez con la que trabaja su dramaturgia y lo irreverente de su dirección le dan un colorido francamente mágico a la puesta, y le permite ser ridícula en su representación de aquello que de verdad es de no creerse, pero que nos rodea a diario.

El aro magnífico del escenógrafo Miguel Moreno Mati nunca deja de sorprender. Lo que ya era una presencia magna adquiere muchos distintos tipos de significado y forma, ayudado por un mapping en video de Raúl Munguía que le da todo tipo de texturas y lo vuelve la fuerza gravitacional del montaje. La Cumbia Del Pantano brilla prendida y apagada, sonora y en silencio porque cuadro con cuadro nunca deja de ser impresionante. Sumado a eso el diseño de vestuario de Jerildy Bosch, que aborda desde la comicidad la idea de una población sumida en un literal pantano, a la que hace usar diversos accesorios de buceo y flotadores. La Cumbia Del Pantano no tiene interés en tomarse demasiado en serio a sí misma, y en esa capacidad estrafalaria se encuentra mucho de lo que la hace disfrutable.

La idea musicosa y cumbianchera es quizá uno de los guiños más excitantes de la obra, el entender al mexicano como un pueblo que primero que nada baila. Y siempre hemos bailado. Para celebrar, para desahogar y para pedir. Es en efecto, democrático y ritual, y de tantas maneras manifestante. La Cumbia Del Pantano es su propio mundo, y qué mundo en el que uno aterriza para descubrir que la cabeza de Aurora Cano está llena de conceptos interesantísimos. Con el elenco de la Compañía Nacional de Teatro que en papeles chicos y grandes cada uno se arma de momentos memorables y personajes sólidos. Un gozo ir a bailar al sonidero de la CNT para pedirle a Tezcatlipoca un respiro, que no todas las historias tienen que acabar en el agorzomo del que pareciera que no podemos salir como en espiral en las historias de nuestro México lindo, chinampero y pantanoso.
La Cumbia Del Pantano se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en el Teatro Julio Castillo.








