Una hija que conoció a su padre en sus últimas, y una madre que se niega a recordarlo con amor. Con La Dulzura, David Olguín enfrenta a Laura Almela y a Daphne Keller en una batalla de rencores, identidades y perdones con actuaciones densas y un texto colgado del melodrama.

De las primeras palabras que escuchamos en La Dulzura es el nombre de Freyja, diosa nórdica a la que se le atribuye la fertilidad y el amor, entre otras cosas, y a la cual se le invocaba para asistir en los partos. Curiosamente también hay quien identifica a Freyja como diosa de la guerra y la muerte. Ámbitos que podrían ser completamente asímiles con los dos primeros mencionados, pero que en la nueva obra de David Olguín están completamente conectados.

La Dulzura de David Olguín

Freyja es el nombre que se le ha otorgado a una gata. La mascota del hombre que jamás aparece en escena, pero cuya sombra e historia empapan cada diálogo de La Dulzura. La hija, quien creció conociendo únicamente a su madre, que huyó con ella en brazos de un hombre que la maltrataba, regresa después de haber acompañado a su papá en el lecho de muerte para confrontar a su madre sobre el hombre cuya vida y pasado siempre se le ocultó.

La Dulzura de David Olguín

A partir de ahí la obra es una guerra de lamentos. A la joven le está faltando una pieza de su historia. Siente que no está completamente armada. En sus últimos momentos de vida, su padre no parecía ser el hombre que su madre siempre le pintó y eso la tiene ardida y confundida. Y lo poco que le podía quedar de él, su gata Freyja, incluso ella ha desaparecido para dejarla flotando en el vacío, sin identidad, sin explicación.

La Dulzura de David Olguín

Pero la madre no quiere escuchar hablar del hombre al que asegura nunca haber querido. Quiere dejarlo atrás, enterrado como estuvo siempre, y más ahora que lo está literalmente. Está negada a escuchar las súplicas de su hija por una verdad que la arrincona. El hombre la debilitó al punto en que invocó un ritual para poderlo olvidar, rompió todas sus fotos y las tiene guardadas en una caja que la protegen de su memoria.

El texto de Olguín no se mueve hacia muchos lugares. Pese a nombrar un dolor que ebulle desde la sangre, La Dulzura tiene varios momentos de absoluta repetición. Una y otra vez el reclamo de la hija hacia la madre, y la defensa de la madre parecieran estar en un ciclo que empieza y acaba en el mismo lugar, y la obra se toma su tiempo en encontrar una salida y comenzar a avanzar un camino. Corto, por cierto.

La Dulzura de David Olguín

Hay una cierta sensación de pesadumbre en las actuaciones, especialmente en la de Daphne Keller, que no para de llorar durante toda la obra. Sin freno alguno a lo que se pudo haber beneficiado de cierta contención, las emociones son desahogadas a borbotones haciendo del montaje uno drenante.

La Dulzura de David Olguín

Ojo, Daphne y Laura Almela son magníficas, de eso no cabe duda, pero es la dirección de Olguín la que no les da un respiro, incluso cuando el diálogo no es tan álgido. Es claro que la pérdida de un padre es una tragedia que no puede ser restringida, pero al final del día, los personajes en La Dulzura pasan años sin tener contacto con el hombre que las dañó de distintas formas, y hay una cierta sobre-explosión artificiosa en el trato densamente melodramático del tema. Como si todo se trabajara desde el corazón y poco desde la cabeza.

David Olguín escribe con belleza, y precisamente con dulzura. Sus frases están cargadas de teatralidad, de grandilocuencia y poesía, y bajo esos términos el texto se recibe como se reciben los clásicos de antaño. Pero finalmente cuando llega el momento de dar cierre y solución a las emociones, lo humano se intercambia por intensidad bruta, no sé si de forma especialmente orgánica, y los sentimientos crecen enormes sin contención hasta un punto en el que se podrían tachar de inverosímiles.

La Dulzura de David Olguín

Olguín habla de su protagonista como una gata, la compara varias veces. Es Freyja el animal que ha llegado con las garras de fuera a casa de su mamá, pero es Freyja la diosa que carga con ella guerra, muerte y más que nada amor. Amor por la madre con la que tradicionalmente juega a prometerse honestidad, y de la que finalmente se cuelga como único rezago de su identidad; y amor hacia el padre que la perdió de chiquita y a quien sin deber alguno decide cuidar en sus últimos momentos, incluso cuando el hijo que tuvo con alguien más después de ella, no está tan dispuesto a hacerlo.

La Dulzura de David Olguín

La Dulzura, como la sangre, pesa más que el agua. Tiene momentos enormemente disfrutables de actuación pura entre dos personas que construyen desde lugares distintos pero igualmente interesantes, y monólogos encantadores, pero en términos de duración e historia recurre a la reiteración, a lo cíclico y eventualmente cansado. Una discusión con aires de melodrama que en manos de lo limitado pudiera haber tenido un sabor mucho más dulce.

La Dulzura se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en el Teatro El Milagro.