De nombre completo: Nubes atiborradas llovieron sueños o las perspicacias del amor (un tratado sobre el amor en cinco entes), la obra escrita y dirigida por Enrique Aguilar funciona precisamente como una tormenta. Una que representa perfectamente el amor en todas sus fases y que se convierte en un bellísimo ballet en el que sus protagonistas son a momentos pintura al óleo y a otros tantos gotas de agua.

Las luces se prenden de manera ténue sobre el escenario de La Capilla, y por gran parte de la obra así permanecen, y desde el inicio nos vemos envueltos en un remolino. El ensamble de cinco hombres se alterna para dar vida a una pareja en plena discusión marital y violenta, que recuerda a la dramaturgia explosiva de Pascal Rambert. La palabra «tóxica», tan de moda, viene a la mente, cuando la pareja se lanza a los golpes y a los gritos para dejar a uno de ellos llorando en el piso.

Pero esos son sólo los relámpagos que anuncian la llegada de las nubes y de la lluvia. Posterior a eso, Nubes… se transforma en un montaje de viñetas que a través de complicadas coreografías y a momento diálogos rebuscados va retratado distintas fases del amor, desde el más infantil y juguetón, hasta el más sensual y romántico que Enrique Aguilar ilustra de manera provocativa con elementos de bondage. Y pasa por la tormenta por momentos estruendosos y otros llenos de calma.

El diálogo pasa a segundo plano. Los actores tienen mucho que decir con el cuerpo. Apoyado por la coreografía de Derek Arnauda (quien también es parte del elenco), Enrique Aguilar nos lleva por una danza. A veces de manera muy literal cuando su ensamble de plano se pone a bailar sobre el escenario, y otras meramente referida, pero siempre hipnotizante. El movimiento escénico de Nubes es definitivamente su estandarte y uno que levanta en alto la bandera de la obra.

A pesar de utilizar una caja negra como escenario, Nubes… resulta de lo más vívida y apantallante. Los cinco hombres, vestidos en un inicio en uniformes de colegiala, funcionan como figuras fluidas sin ningún género en particular, pero que de algún modo continuamente nos recuerdan la inocencia del lugar del que nace el amor. Y la iluminación penumbrosa, pero en colores rojo y azul pinta, casi delínea, los cuerpos de manera que cada movimiento de la coreografía se vuelve un escaparate, una pintura. Tanto así que los primeros cinco minutos de la obra, sin diálogo y sólo figuras, parecieran transportar al público a un museo de piezas renacentistas.

La música acompaña a los actores durante toda la obra, en ningún momento protagónica, pero siempre fiel a la tormenta que se vive en el escenario, y a pesar de que ni la historia, ni los personajes, ni el diálogo son especialmente binarios, los cuerpos de los cinco actores con el tratamiento que se les da al que no le falta homoerotismo, acaban haciendo una oda al cuerpo y belleza masculina, sino por el simple hecho de que la puesta es enormemente sensual.

Nubes… es un ballet que a pesar de no tener el texto más contundete o falto de lugares comunes, cautiva de principio a fin de una manera súper visual. El ensamble es perfecto, cinco hombres que funcionan como unidad, donde la individualidad jugaría en detrimento de la obra. Las figuras que se crean, magníficas. El trazo complejo y pesado, pero de algún modo etereo al momento de verlo retratado por estos actores que lo hacen ver hermoso y sencillo. Un agasajo para la mirada, que cuando menos te das cuentas termina en rocío goteando de los árboles.

Nubes… se presenta los Miércoles a las 20:00pm en el Teatro La Capilla de manera presencial y en línea.