El reboot de la famosa franquicia basada en los videojuegos de Tomb Raider intenta revivir las aventuras de Lara Croft pero se queda muy corta en el intento.

Desde el 2003 que Angelina Jolie abandonó la franquicia de Tomb Raider que no teníamos a Lara Croft en la pantalla grande, de modo que Hollywood decidió que era momento de traerla de vuelta en el espectacular abdómen de acero de Alicia Vikander. Pero, donde las películas de Jolie resultaban entretenidas en su estilo campy y un poco kitsch, la Tom Raider de 2018 se toma demasiado en serio, subestima a su protagonista, copia todos los clichés del género  y…en pocas palabras, aburre.

En esta nueva versión de Tomb Raider, Lara Croft no es una caza objetos misteriosos profesional ni la experta en aventuras que conocemos, sino la hija llena de daddy issues de un magnate desaparecido en un intento por buscar respuestas sobrenaturales en una isla perdida al sur de Japón. Convencida de poder encontrar a su padre, Lara viaja hasta Asia, se consigue un sidekick con un barco y emprende la aventura hacia la isla que vio desaparecer a su papá, sólo para toparse con que -claro- hay una compañía de villanos buscando tesoros arqueológicos y una posible arma sobrenatural capaz de brindar poder absoluto a aquél que la posea.

Lamentablemente para este reboot que quiere colocar a su protagonista al inicio de la escalera, en vez de en medio, como lo hace el videojuego o las cintas anteriores, la Lara Croft de Alicia Vikander resulta ingenua, torpe, en constante necesidad de ayuda y, básicamente, poco entretenida de seguir en su aventura. Ya sin contar que Vikander, a quien en películas como Ex Machina o The Danish Girl hemos visto como una actriz sólida, aquí pierde toda credibilidad con gestos y reacciones pasadísimas de tono que no pueden sino ser error de dirección -porque Alicia Vikander es mejor que eso y todos lo sabemos.

Las escenas de acción, una tras otra resultan en una copia de secuencias mucho mejor logradas que hemos visto en películas como Raiders of The Lost Ark de Indiana Jones -estacas saliendo del piso incluidas- y la historia de Lu Ren, el sidekick de nuestra nueva Croft, resulta tan débil que el guión se ve obligado a irle cambiando la personalidad para ajustarla a los distintos motivos de las escenas y a forzar una compenetración con Lara Croft que simplemente no es creíble ni viable.

Habiendo tanto que hacer con un personaje como Lara Croft, esta Tomb Raider la mantiene golpeándose contra árboles y enterrándose metales filosos (sin sangrar, porque hay que mantener el PG-13) y disparando flechas a la Katniss Everdeen sin ofrecer mucho más ni de ingenio, ni de fortaleza, ni de coreografías de batalla y armas sorprendentes. Todo un desperdicio de personaje y del tiempo del espectador.

Rescatable: Walton Goggins como Mathias Vogel, un villano cuya frialdad provoca escalofríos y que, a diferencia de los malos de su especie, su motivación principal no es la dominación del mundo, pero la posibilidad de regresar a casa con las hijas que lleva siete años sin ver. Si tan sólo ese pensamiento fuera de la caja para crear a ese personaje hubiera sido utilizado para escribir el resto de la historia…

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