#TodosSomosRamón, en Una Cosa Descaradamente Buena un hombre en apariencia común y corriente es llevado al extremo por el eterno caos en el que vivimos como citadinos, hasta perder los estribos y dejarse llevar por un arrebato de fatídicas consecuencias.

Yo cada día estoy más convencido de que cualquiera de nosotros podría ser Ramón. Considérenlo una especie de Britney Spears 2007 (ésa de la cabeza rapada y el paraguas). Primero un hombre normal, casado, empleado de banco, godinez, de coche destartalado, saco y corbata para ir a trabajar y una que otra infección en las encías que le provoca sangrar al lavarse los dientes; pero luego de un día repleto de encuentros desafortunados, se transforma en un franco demonio que ante el escrutinio ajeno no tiene control de su inteligencia emocional, pero que viéndolo recorrer sus dolorosas actividades frente a nosotros sobre un escenario, se vuelve un reflejo de la caótica bestia que vive dentro de nosotros y que siempre está a un claxonazo en el tráfico de salir expulsada de nuestros adentros.

Daniel Cervantes y Camila Torres (mismos que presentaron este mismo año la puesta en Chile durante el Festival Latinoamericano de Teatro) se paran frente a nosotros en tank top y boxers, no como personajes, sino como narradores. Deprovistos de ropa como Ramón parece estar falto de todo tipo de herramientas (incluidas las sociales), y acompañados en el escenario únicamente por un pizarrón al que van subiendo acetatos en forma de mapas solo para darnos referencia de su relato.

Ambos actores se van turnando para hacer de Ramón, de narrador o de personajes secundarios, y de una manera muy «meta» van haciendo obvio para el público que ellos también son audiencia y no solamente intérpretes en esta puesta que los tiene jugando a ser Daniel y Camila, pretendiendo ser narradores, haciendo como que son Ramón, pero al mismo tiempo sorprendiéndose y escandalizándose de su propio relato como espectadores. Una escalera de capas cuyos escalones rotan frente a nuestros ojos y que son el verdadero motivo de la comedia.

El texto de Misael Garrido es al mismo tiempo sencillo y fácilmente espejeable. Una pintoresca narración de escenarios que conocemos, corajes por los que hemos pasado, y reacciones que -quizá hemos aguantado como campeones- pero dios sabe que nos hubiera encantado dejar ir a rienda suelta. Las risas vienen de un lugar de entender por lo que está pasando el otro, pero quedan desaprovechadas en una dirección que mantiene a Daniel y a Camila actuando de manera minimalista, cuando un relato barroco como es el de Una Cosa Descaradamente Buena los podría tener disfrutando muchísimo más de la farsa que es la vida misma. Creando personajes, acentos y manierismos al por mayor que sólo son un reflejo de las tantas voces que escuchamos a diario y que nos provocan decir, como Ramón, «¡A la chingada todo!»

Una Cosa Descaradamente Buena se presenta los jueves de Junio en La Capilla.